La guerra: el gran negocio de los intolerantes
Lo que ocurre en nuestro mundo es una auténtica tragedia. La guerra no cesa y las partes en conflicto, en las conflagraciones de mayor interés y atención para Occidente, suben de tono en amenazas, discursos y acciones para derrotar, amedrentar o provocar incluso la aniquilación de sus contrincantes.
Las guerras son el resultado de un muy amplio conjunto de factores; pero fundamentalmente han sido y son grandes negocios, protegidos y alentados bajos los discursos de la identidad, y en algunos de los peores casos, por las peores patologías que han llevado a la siembra del odio y a prohijar tragedias que, sólo con el afán de dimensionarlas, han provocado el asesinato de millones de personas.
En medio de los conflictos bélicos todo se mezcla: el nacionalismo, la inflamación de los sentimientos patrióticos y patrioteros; la difusión y el enaltecimiento de la historia, de la memoria de los héroes y de supuestas y pretendidas condiciones de superioridad, desde moral hasta racial, frente a los adversarios.
Desde Hesíodo hasta nuestros días, las más preclaras mentes han promovido siempre la paz y han puesto de manifiesto que la guerra es en todo caso un escenario no deseado. Que donde ocurre priva el caos, la destrucción y los incontables llantos pues las Keres arrebatan vidas y Némesis y las Erinias reinan sobre los territorios donde los hombres deciden marchar y matarse en aras de casi cualquier cosa.
En todo conflicto hay causas justas e injustas. Batallas donde el heroísmo y la compasión se presentan de manera sorprendente; pero también donde la maldad y la crueldad hacen alarde de su capacidad destructiva, provocando los peores horrores que un ser humano puede padecer.
En el marco de los conflictos que se están desarrollando ahora mismo, se encuentra el del estado de Israel en contra del grupo terrorista Hamas, pero en ello está asociada una serie de posiciones políticas, ideológicas y religiosas, de ambos bandos, que se ubican en los extremos y que, en medio de lo inaceptable de la destrucción y la muerte, pretenden justificar a los perpetradores de los más horrendos crímenes.
Por supuesto que ello ha generado múltiples y diversas reacciones. Las más recientes y notorias, las de las movilizaciones estudiantiles en universidades norteamericanas que, dada la capacidad de cobertura y difusión de las cadenas de medios globales, se conocieron en prácticamente todo el mundo, generando indignación por los abusos policiales y también, generando sentimientos de solidaridad y ánimos de movilización para protestar contra la violencia y hacer llamados a la paz y la justicia.
México no es la excepción. Y principalmente, en la Universidad Nacional Autónoma de México se han dado manifestaciones a favor del pueblo palestino, condenando la muerte, principalmente de mujeres, niñas y niños, y denunciando las terribles condiciones de hambre y de carencia que se han profundizado en la Franja de Gaza y que han provocado una de las crisis humanitarias más severas en la época contemporánea en esa región.
A pesar del carácter justo del reclamo de paz y de justicia, ha habido, sin embargo, también, la manifestación de expresiones xenofóbicas y antisemitas, que, en algunos casos, que afortunadamente son todavía minoritarios, se ha llegado al extremo de proponer la suspensión, e incluso expulsión, de las y los profesores que forman parte de la comunidad judía en México y que imparten cátedra en la UNAM.
Este tipo de expresiones son inaceptables y no deben ocurrir en ningún espacio. Y es imperativo que la comunidad universitaria, reconociendo que se están cometiendo atrocidades y que la guerra debe parar, rechace al mismo tiempo manifestaciones y discursos de odio y de intolerancia porque, en lo general, es posible afirmar que la inmensa mayoría de las maestras y maestros de nuestra UNAM que tienen algún vínculo religioso, cultural o familiar con Israel, se encuentran igualmente en contra de la muerte y la violencia.
Lo que debería estar ocurriendo en este momento en todo caso, es la promoción de un profundo diálogo y una intensa reflexión en torno a cómo México puede contribuir a la promoción de la paz y el entendimiento a nivel internacional; y con base en ello, evitar los sectarismos o posturas sesgadas como varias de las que se han llevado a cabo en los últimos días en el campus universitario y que parecieran tener, además, el propósito de desestabilizar a la Universidad a unos cuantos días de las elecciones.
El negocio de la guerra que promueven los intolerantes tiene siempre eco en las mentalidades sectarias, autoritarias y excluyentes de otras latitudes; y en el caso de la UNAM en particular y de México en general, se debe estar alerta y tener la capacidad de cerrarles las puertas y no permitir que, bajo el manto de la legitimidad que pareciera dar estar del lado de causas justas, se avance en la construcción de espacios de agresión y de reproducción de lo mismo que, aunque en otra escala, se critica y condena. En esa lógica, rechazar el odio desde el discurso del odio es un despropósito que no nos podemos permitir.
La construcción de la paz exige recorrer senderos y rutas muy largas y complicadas; pero la historia nos ha enseñado que es preferible recorrerlas, agotarlas e incluso inventar y construir otras nuevas siempre que sea necesario. Y esto debe subrayarse en un país donde los barones del terror y la muerte campean y mandan sobre vastas zonas del territorio nacional.
Investigador del PUED-UNAM