Opinión

INE: fin de un ciclo

Con el cambio de guardia de cuatro consejeros del INE, incluida la presidencia del Consejo, se cierra un ciclo del Instituto electoral, el de la presidencia de Lorenzo Córdova Vianello, que se caracterizó por dos cosas: una, la atingencia en el respeto de la ley y en la organización electoral; dos, los roces provocados por Andrés Manuel López Obrador, a partir de que asumió la Presidencia de la República, en busca de quitarle legitimidad y poder al instituto ciudadano encargado de organizar las elecciones.

Lorenzo Córdova durante una conferencia de prensa

Lorenzo Córdova durante una conferencia de prensa

Cuartoscuro

Córdova entendió con claridad una cosa que han comprendido todos (menos uno) quienes han presidido el IFE y el INE ciudadanizados: que no se trata de un puesto meramente técnico: que es necesario conocer cómo se mueven las olas de la política para poder sacar adelante la labor fundamental de la institución: la organización de procesos electorales justos, equitativos y confiables para la ciudadanía.

Esto implica trabajar sobre dos ejes: el primero es hacer cumplir la legislación electoral existente. Esta legislación está llena de candados impuestos por los propios partidos a través de reformas consecutivas, y tiene como fin evitar malos manejos de todo tipo y uso inadecuado de los recursos en las campañas electorales.

En ese aspecto, el INE en los últimos años ha sido implacable, sin importar qué partido o candidato haya cometido la infracción. Esto significa actuar como verdadero árbitro, sin preferencias de ningún tipo, porque una autoridad electoral parcial rápidamente pierde su legitimidad.

Cuando el INE era implacable contra los partidos como el PAN o el PRI, o, por ejemplo, cuando lo fue en el intento de la creación del partido de Felipe Calderón, recibía aplausos de parte de López Obrador y de sus seguidores. Cuando aplicó los mismos criterios para sancionar las irregularidades de Morena, que han sido varias, entonces lo que ha recibido es una andanada de insultos y de ataques, acompañados de restricciones presupuestales, hasta llegar a los recientes intentos por destazarlo.

Molesto con la imparcialidad del INE, López Obrador ha buscado, con éxito parcial, engarzar su pleito actual con su reclamo histórico sobre el presunto fraude de 2006, el mito soreliano sobre el que AMLO ha construido su narrativa. Con el tiempo, pasó de congratularse por la actuación del INE en el proceso electoral de 2018 a alimentar el infundio de que su victoria fue “a pesar” del Instituto. Con ello también alimenta la idea de que cualquier posible derrota futura de su partido se deberá a las malas mañas ajenas, y no a que los adversarios tuvieron más votos ciudadanos.

Esto obliga a pasar al otro eje fundamental del trabajo político de los consejeros: el de la explicación pública, constante y didáctica, de las acciones del INE. Eso fue precisamente lo que no sucedió en 2006, cuando era más necesaria que nunca, en el torpe entendido de que dirigir al Instituto se trataba de una labor técnica y de bajo perfil.

Esa explicación pública, constante y didáctica de las decisiones, que tienen siempre como eje la ley y la defensa de la democracia, corrió muchas veces a cargo de otro consejero, que también cumplió su ciclo: Ciro Murayama. Explicaciones puntillosas, si se quiere, pero siempre basadas en datos, siempre acompañadas por razonamientos, siempre dispuestas al diálogo. En la medida en que se hizo más abierta la ofensiva del gobierno contra el INE, más claras tuvieron que ser las respuestas. Esto hizo que Murayama, y más por su papel en las tareas de fiscalización, también fuera blanco y objeto de escarnio de parte de López Obrador y sus acólitos.

AMLO considera que, con la salida de sus némesis y la llegada de nuevos consejeros, tendrá un INE más a modo. Sería una suerte de premio de consolación, ya que no pudo hacer pasar su reforma electoral y que el Plan B se atorará, al menos parcialmente, en la Suprema Corte.

Pero lo más probable es que allí también el presidente López Obrador se equivoque. El INE es una institución que funciona, que trabaja como relojito en todos los estados y municipios del país, que conoce su trabajo y lo realiza bien. Es de suponerse que los nuevos consejeros buscarán, casi todos, realizar correctamente su labor, que serán celosos de la autonomía del Instituto y que entienden que no son empleados gubernamentales, sino ciudadanos con un encargo relevante. El carácter mismo de sus tareas terminará por colocarlos en la defensa de una organización electoral justa y transparente.

Y esto, por supuesto, implica que López Obrador, más temprano que tarde, volverá a las andadas en contra el INE, porque lo que le interesa no es la democracia, sino que el grupo político que él fundó se perpetúe en el poder. Ya lo veremos.

Mientras tanto, los consejeros salientes pueden estar orgullosos de haber servido a México y defendido la democracia con razones y con la ley en la mano.

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