Opinión

Inseguridad, ojos bien cerrados

Los terribles casos de Texcaltitlán, donde campesinos tuvieron un enfrentamiento mortal con extorsionadores de la Familia Michoacana, y ahora hay una familia entera desaparecida, y de Salvatierra, donde un grupo armado atacó una fiesta particular y asesinó a 12 asistentes, presuntamente porque el dueño del local no había pagado derecho de piso, nos dicen que al menos una parte del crimen organizado ha hecho de la extorsión a productores y comerciantes el negocio más sangriento de todos.

Durante la madrugada de este domingo en una posada que se llevaba a cabo en la exhacienda San José del Carmen, terminó en un multihomicidio

Durante la madrugada de este domingo en una posada que se llevaba a cabo en la exhacienda San José del Carmen, terminó en un multihomicidio

Cuartoscuro

Sin duda, la producción y tráfico de drogas -y particularmente el fentanilo- es un problema mayúsculo, y no solamente interno, porque también pega en la relación bilateral con Estados Unidos, pero mal haríamos en considerar que se trata del único negocio de los grupos criminales o de la razón final de todos los casos en los que hay asesinatos masivos. Poner el dedo flamígero que señala exclusivamente a la droga en casos recientes es una manera, políticamente conveniente, de taparse los ojos.

Y es que, como dicen en Sinaloa, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Una cosa es ser víctima de un cártel rival y otra, muy diferente, es ser víctima por no dejarse extorsionar. El crimen organizado tiene mil caras, y se comporta como la hidra en más de un sentido. Le cortas una cabeza y aparece otra. Eso vale tanto para los capos como para el tipo de negocios ilegales. Y si la estrategia es dar golpes de ciego, el resultado es la profusión de actividades ilícitas. No es sólo narcotráfico, es también trata de personas, delitos ambientales, tráfico de armas, ciberdelitos, secuestros y extorsión generalizada.

Cada uno de esos delitos es un tumor dentro del tejido social. Pero algunos de estos tumores generan más desazón comunitaria y más delitos de alto impacto que otros. La sensación de vulnerabilidad es muy grande en zonas donde la extorsión campea, entre otras cosas, porque el crimen actúa a flor de piel: metiéndose en los rincones donde la gente trata de ganarse honestamente la vida. Y es una manera de ennegrecer las actividades económicas legales.

Cuando las prioridades están en otra parte, y los grupos criminales se sienten (o peor, se saben) dueños de la situación, lo que se viene es una espiral de violencia.

Si hemos estado mínimamente atentos a la opinión pública, medida en las encuestas, podemos darnos cuenta de que el principal talón de Aquiles del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha sido el combate a la inseguridad. Podemos tener un presidente popular, podemos tener cierto optimismo respecto al futuro de la economía de las familias, podemos -incluso- pensar que la política no va tan mal, pero en donde la mayoría reprueba el accionar del gobierno federal es respecto al combate a la inseguridad.

Sólo la cuarta parte de la población cree que ahora hay más seguridad que al principio del sexenio, el 71% considera que las actividades del crimen organizado han crecido y se han hecho más violentas, poco menos de la mitad (46%, según la reciente encuesta GEA-ISA) cree que el presidente López Obrador encubre a los cárteles y la seguridad es el tema que claramente se ubica como “el mayor desacierto” de este gobierno, y tres de cada cinco mexicanos consideran que la inseguridad es el primer problema del país.

En esas circunstancias uno se debería preguntar por qué el tema, que está en el centro de las preocupaciones de la ciudadanía, es solamente tratado de refilón en las precampañas rumbo a 2024.

Puede entenderse, haciendo un esfuerzo, que Claudia Sheinbaum, todavía precandidata, prefiera no opinar y no distanciarse de los puntos de vista del Presidente, pero uno tiene que imaginar que en algún momento habrá de presentar un proyecto mínimamente diferente al de “abrazos, no balazos”, que sirvió una vez hace seis años, pero que ya no sirve.

Y no puede entenderse por qué, con ese evidente talón de Aquiles presidencial, Xóchitl Gálvez sigue vendiéndonos su infancia vendedora de gelatinas y no se planta con algo más que una crítica a la situación actual, y nos da a los ciudadanos al menos una idea vaga de lo que haría de manera diferente en esta materia.

Porque lo que da la impresión es que ya normalizamos una situación de violencia que no es normal. Y, sobre todo, que normalizamos que, en distintas partes del país, el tejido social haya hecho necrosis.

Prometo que, para después de Navidad, haré una columna menos pesimista.

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fbaez@cronica.com.mx

Twitter: @franciscobaez