Opinión

La internacional populista

¿Es pura casualidad que las huestes de Bolsonaro hayan asaltado los edificios de los tres poderes constitucionales en Brasil del mismo modo que las turbas de Donald Trump lo hicieron en el Capitolio de Estados Unidos? ¿Es suceso fortuito que Bolsonaro haya arremetido contra los órganos electorales, sostenidamente, mediante una campaña de desprestigio que gritaba anticipadamente “fraude”, con la misma vehemencia, reiteración y casi las mismas palabras que Trump? ¿Es casual que Steve Bannon -el ex jefe de propaganda de Trump- sostenga una relación estrecha, tan informal como en eventos de pompa y circunstancia con Eduardo Bolsonaro, hijo del militarista, expresidente de Brasil? ¿Cómo explicar el boom plebiscitario mundial, más de cincuenta consultas populares y referéndums, con preguntas absurdas o improcedentes, lo mismo en Turquía, en México como en Hungría? ¿Es mero accidente la admiración de López Obrador por Narendra Modi y su obsesiva necesidad de “popularidad”? Lo que es más ¿Resulta mera coincidencia que la última reunión de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) haya tenido su sede precisamente en Hungría, país gobernado por el presidente con más años en el cargo en toda Europa, conservados a golpe de cientos de reformas electorales sesgadas a favor suyo y su partido, cuya apuesta es la sistemática pérdida de poder de sus instituciones autónomas? Por ello Víktor Orbán es reconocido por ese club, como el maestro indiscutible de los déspotas de nueva escuela.

EFE

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Soy de los que me negaba a creer en la existencia de un manual de tiranía, o sea de un libro con las recetas o los mandamientos para trastocar las democracias, pero como ha observado Brian Klaas (bit.ly/3Xl2Twf), exista o no dicha biblia, lo cierto es que los autócratas se miran y aprenden mutuamente de sus propias argucias, para polarizar, dividir y mantenerse en el poder.

No se crea que estamos ante el esquema clásico que nos heredó la historia del siglo XIX con sus internacionales a modo de congresos mundiales (aunque el Foro de Sao Paulo aspiró a resucitar la experiencia), sino que más bien acudimos a un modelo flexible de comunicación política, retroalimentación y acumulación de experiencias. Tiene todo el sentido del mundo: los autócratas y sus movimientos comparten muchos problemas comunes: los contrapesos heredados, las instituciones autónomas, la prensa crítica, la ciencia que interpela sus decisiones, las elecciones que no están seguros de ganar.

Ponen sus antenas y muchos recursos económicos para entender cómo lo hacen “ellos”. Algunos estudiosos han llamado a este fenómeno, “aprendizaje autoritario” que funciona a través de asociaciones conservadoras o progresistas, de derechas o de izquierdas, anarquistas o reaccionarias, bien financiadas y que se apoyan en epicentros como The American Conservative Union, propagandistas profesionales, encuestadoras y consultoras internacionales que asesoran a partidos, movimientos y gobiernos.

De modo que el populismo, despotismo, tiranía y régimenes “iliberales” que escenifican la política mundial de hoy, recurren con fervor y de modo profesional a la difusión de sus tácticas autocráticas a través de las fronteras.

No hay que tener candor: quien crea que el autoritarismo es sólo un producto de las frustraciones nacionales, no ha comprendido la globalización: como una conspiración de malvados casi caricaturescos, pero muy nocivos y con intereses muy concretos, los tiranos de hoy se organizan y se replican, aquí y allá, en un aprendizaje mundial reaccionario. Y yo creo que hay que tenerlo presente.