Opinión

Lluvia de caricaturas: ¡Duro contra don Benito!

Introducción

La mayor parte de la prensa que en el verano de 1867 se opuso a los intentos de Juárez de modificar la constitución de 1857, eludiendo los mecanismos de cambio que la Carta Magna incluía, compartía las ideas liberales del presidente oaxaqueño. Pero no estaban dispuestos a admitir sus maniobras, y tampoco querían verlo electo para un nuevo período, despachando en Palacio Nacional

Las caricaturas no eran solamente contra Juárez, sino contra quienes eran sus aliados y colaboradores políticos, y en ese paquete también había periodistas. En esta imagen, en primer plano, aparece el célebre periodista Francisco Zarco, que siempre le fue leal

Las caricaturas no eran sólo contra Juárez, sino contra quienes eran sus aliados y en ese paquete también había periodistas. En esta imagen, en primer plano, aparece el periodista Francisco Zarco

En la tumultuosa segunda mitad de 1867, y si le hacemos caso a los cálculos del periódico La Orquesta, eran unos cuarenta periódicos los que circulaban y se oponían con grandes letras y variados recursos, a las pretensiones de Benito Juárez de presentarse ese mismo año a las elecciones presidenciales. La mayor parte de esa prensa se encontraba en la ciudad de México, y algunos de ellos eligieron el humor y la sátira como las armas más eficaces para rasparle a don Benito el bronce y el mármol con que su resistencia a la invasión y al imperio, lo habían ido recubriendo.

Aquella prensa, de inicio, era anti-convocatoria. No les preocupaba tanto la ambición de don Benito como el plebiscito con el que pretendía, apelando “a la voz del pueblo”, resolver la posibilidad de hacer modificaciones a la constitución. Pero los días pasaban, y esa misma prensa agarró camino para hacer campaña por la presidencia, favoreciendo a Porfirio Díaz como candidato opositor.

¿Quiénes animaban esta prensa? ¿Quiénes se pasaban los días armando planas, regañando a los cajistas, buscando colocar sus publicaciones? Uno de los más conocidos era, desde luego, La Orquesta, donde Vicente Riva Palacio y un grupo de buena pluma y grandes dotes para la caricatura hacía de las suyas; también destacó El Globo, que dirigía Manuel María de Zamacona. Este era un caso especial: Zamacona había sido colaborador cercano de Juárez de 1861 a 1864, y después se había convertido en un duro rival político. Nadie le podía negar credenciales de liberal; pero simplemente no estaba de acuerdo con el oaxaqueño en muchas cosas, y no le entusiasmaba verlo por más tiempo en Palacio Nacional.

Fue Zamacona quien, en las páginas de El Globo, anunció que un grupo de liberales se reunirían para formar “un nuevo partido” que se iba a llamar “Partido Progresista”. ¿Qué querían, qué los hacía distintos? En realidad, nada. Se conserva el acta de aquella reunión, y su declaración de principios defendía las libertades y las instituciones republicanas, la libertad de asociación y la libertad de prensa, y, lo más importante, “la inviolabilidad de la Constitución”, que era el proyecto de Juárez y de Sebastián Lerdo, su mano derecha,

Poco a poco, otros periódicos hicieron presentes sus reclamos. Algunos, como El Monitor Republicano, uno de los grandes y heroicos diarios que llevaba décadas oponiéndose a los proyectos políticos conservadores y autoritarios, llamó a la conciliación. Aquel diario, que en 1867 estaba dirigido por un liberal conocidísimo, José María del Castillo Velasco, planteaba que acaso sería necesaria una gran convención liberal, donde los ánimos se serenaran y la conversación entre caballeros permitiera superar la crisis y los embates de aquellos liberales que se denominaban a sí mismos como opositores a Juárez. El problema con los iberales, opinaba Gabino F. Bustamante, editorialista del Monitor, era que “se diseminaban e incluso se dividían al día siguiente de un triunfo”.

Y se trataba de una oposición en la cual participaban dos generaciones de liberales: ciertamente, estaban los jóvenes que habían entrado a la política después de la guerra de Reforma, pero estaban también algunos constituyentes de 1857, e incluso algunos de los que habían sido, en algunas épocas, colaboradores cercanos de Juárez.

Un ejemplo de cómo podían convivir esas dos generaciones, convertidas en oposición liberal, estaba en la redacción de El Correo de México, el periódico que Ignacio Manuel Altamirano había fundado con sus sueldos atrasados de coronel, y que se convirtió, muy pronto, en uno de los periódicos líderes en la campaña a favor de Porfirio Díaz, a grado tal, que en el otoño de 1867 Altamirano viajó a Guadalajara a hacer proselitismo a favor de Díaz, y ahí coincidió con Juárez, quien no vaciló en señalarlo públicamente como uno de los líderes del liberalismo opositor.

Todo periódico es una aventura: ¿quién acompañaba a Altamirano en esa aventura? Había dos integrantes de la generación de la Reforma: Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez, ambos distanciados de Juárez durante la guerra. Naturalmente Altamirano era el director, pero el responsable de los textos sin firma era José Tomás de Cuéllar (sí, el novelista). Alfredo Chavero y Manuel Peredo completaban el cuerpo de redactores. No era solamente un reclamo generacional de poder: la composición de aquella redacción habla de desacuerdos políticos de más larga vida. En algunos de los otros periódicos críticos y opositores, se empezó a replicar esta convivencia generacional.

Pero algo nuevo había en la prensa de 1867 que no había sido tan notorio ni tan fuerte en la coyuntura de 1861: el uso del humor. Como a don Benito sí le alcanzó el prestigio para triunfar en las elecciones, para gran berrinche de algunos de sus contrincantes (como a Altamirano, a quien se le escapó, en aquel proceso, una diputación por Oaxaca y estaba ofendidísimo), gobernó hasta que un padecimiento cardiaco lo mató en el verano de 1872. Pero desde su triunfo de 1867 hasta su último día, vivió una presidencia tumultuosa, llena de críticas, con frecuentes levantamientos armados y grillas. Hubo de convivir con una prensa a veces muy majadera, que encontró en el género de la caricatura, antepasado del actual cartón político, el mecanismo ideal para criticar a Juárez. Él, tan serio que era, y la prensa divirtiéndose a sus costillas.

¿Y el proyecto del plebiscito para cambiar la constitución? Las protestas fueron tan densas y tan duras -amigos en los estados le escribían a Juárez para hacerle ver el enorme error que había cometido- que hasta el fidelísimo Pancho Zarco, que desde las páginas de El Siglo Diez y Nueve peleaba y defendía el proyecto juarista, hubo de admitir que “la confesión de Juárez de haber equivocado el camino en tanto a la convocatoria, no fue tan franca como debiera ser”, y con el ego un poco maltrecho, el presidente oaxaqueño prefirió no contar los votos del plebiscito, donde, según él, esperaba escuchar “la voz del pueblo”, y se olvidó del asunto.

LLUVIA DE CARICATURAS

Había periódicos para los que Juárez era cliente viejo. Ese era el caso de La Orquesta, que nunca había sido demasiado respetuoso con el presidente oaxaqueño, pues le empezó a publicar caricaturas críticas desde 1861, cuando el partido liberal triunfó en la guerra de Reforma. Pero en el fragor de la lucha electoral de 1867, la redacción de la Orquesta se dio vuelo: en medio año, le hizo veinticuatro caricaturas, y en los años que siguieron, y hasta la muerte de don Benito, prácticamente no hubo semana en que hubiera una caricatura sobre el presidente.

Otros periódicos también optaron por ese recurso: Son periódicos mucho menos conocidos que La Orquesta, pero no por eso menos rudos: se llamaban La Pluma Roja, La Tarántula, San Baltasar. La Tarántula era dirigido por José Ramírez, uno de los hijos de El Nigromante. Fue la Pluma Roja la que representó a Juárez y a Lerdo rebasando, en enloquecida carrera de caballos, a la candidatura de Porfirio Díaz.

¿Cómo fue representado Juárez por los caricaturistas de su época? de las formas más variadas: generalmente, se le retrataba acentuando sus rasgos indígenas, presionando al Congreso, al que se acusaba de ser un mero instrumento del presidente. Como los pleitos iban en paquete, un periódico que surgió un par de años después, El Padre Cobos, se fue, en ocasiones contra Francisco Zarco, caricaturizándolo como un sujeto que veía la realidad con un catalejo al revés, para darle gusto a Juárez en las páginas de El Siglo Diez y Nueve. En esa oleada de críticas que hizo aparecer a El Padre Cobos, llegaron otros periódicos de caricaturas: Fra Diavolo y El Boquiflojo.

Juárez fue vestido de cura (Un apodo que le pusieron en la prensa), le pusieron cuerpo de perro guardián que custodiaba su amada silla presidencial; lo convirtieron en enorme ave que se robaba la presidencia, la bandera y las leyes. Cuando murió, a mediados de 1872, llevaba casi medio año de haber triunfado nuevamente en unas elecciones que se criticaron mucho y a la que algunos calificaron de fraudulentas. Lo sucedió, de manera interina, Sebastián Lerdo. Juárez le heredó una cosa más: esa prensa ruda y ácida, que le hizo ver su suerte hasta que la rebelión de La Noria, con Porfirio Díaz a la cabeza, lo echó del poder.