Opinión

Medio mundo a las urnas (3)

El pasado 24 de febrero se cumplieron dos años de la agresión militar de Rusia a Ucrania y el próximo 7 de marzo cinco meses de otro conflicto, más parecido a una masacre, el de Gaza el cual se ha extendido al Mar Rojo hacia la península arábiga en el estrecho de Bab al-Mandab con el involucramiento de otros actores diferentes a los israelíes y palestinos. Se trata muy probablemente de los dos conflictos de mayor envergadura en el periodo postpandemia. A estas alturas queda claro que cualquier esperanza de un mundo mejor ha quedado disuelta en las aguas del rejuego político presente en el tablero internacional.

El secretario general de la ONU ha sugerido en días recientes en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas que nuestro mundo está entrando en una era de caos y que existe creciente polarización nacional e internacional, de deterioro del derecho internacional y de los derechos humanos, así como del clima global y el aumento de movimientos migratorios forzados, entre otras tendencias preocupantes. Nada alentador panorama. Algunos especialistas hablan de un posible reordenamiento internacional ante las varias crisis que enfrenta el actual sin que pueda saberse con certeza su desenlace.

Lula pidió a Guterres en la Cumbre de Celac en San Vicente y Granadinas que la ONU ponga fin de inmediato al

Lula pidió a Guterres en la Cumbre de Celac en San Vicente y Granadinas que la ONU ponga fin de inmediato al "genocidio" en Gaza

EFE

En el marco de la incertidumbre de la política internacional y de si los dos conflictos señalados se quedarán circunscritos a su teatro de operaciones o si, por el contrario, se extenderán a otras regiones con mayores consecuencias y crudeza ante el riesgo de que se pudiera recurrir a armas de destrucción masiva, otra incertidumbre, digamos positiva, ha venido aclarándose con el paso de los meses de este nuevo año en algunos sitios y es esperable que conforme pasen las semanas continúe aclarándose. 

Esas dudas se refieren a la decisión pendiente que debe permear en todo sistema democrático que se precie de serlo, en cuanto a los resultados finales de una elección, los cuales no se conocen con certeza hasta que los votantes no acuden a las urnas y deciden su respaldo o no a una determinada fuerza u organización política.

El año de 2024 tiene entre otros aspectos de relevancia, el hecho de que cerca de la mitad de la población mundial, en más de sesenta países, incluyendo a la Unión Europea, participará en algún tipo de comicios para decidir la suerte política de sus respectivas sociedades y de sus países. En el transcurso de los primeros dos meses de este año, varios países han ya celebrado elecciones, como en los casos de Pakistán, Indonesia e Irán, y otros como México, han iniciado formalmente los periodos de campañas electorales, o sus procesos partidistas de elecciones primarias como en Estados Unidos.

No deja de ser contrastante que, por un lado en lo exterior, se dirimen situaciones políticas mediante el uso de la fuerza, mientras que, por el otro lado en lo interno, las expectativas están sujetas a la decisión de las urnas de manera pacífica. Es un claro reflejo de la distancia que guardan aún, incluso en la presente era de las comunicaciones y de la información aceleradas, los fenómenos políticos internacionales frente a los interiores si bien su interrelación es innegable y sus impactos menos visibles aunque reales.

Desde luego ello dista mucho de un escenario ideal, ya que, como lo hemos sugerido en colaboraciones anteriores, en una contienda electoral en democracia y máxime en una competida, lo deseable sería que los electores tuvieran frente a sí ideas y propuestas sobre proyectos y objetivos de las partes contendiendo a efecto de conducir a un país de la mejor manera. El voto además de informado sería razonado en ese escenario ideal.

A pesar de que no necesariamente ocurre así, la importancia de los comicios este año tendrán importantes consecuencias en el interior de sus países y, desde luego, en las relaciones internacionales a pesar de la dicotomía señalada anteriormente. Pensemos, por ejemplo, en las elecciones presidenciales estadounidenses en las que es muy probable que ocurrirá una nueva competencia entre Biden y Trump como candidatos demócrata y republicano, respectivamente, como en 2020, en las que triunfó el actual presidente norteamericano en un proceso polarizado y crispado, cuyas consecuencias siguen presentes en ese país. Literalmente todo el mundo está consciente de lo que un regreso de Trump a la presidencia pudiera significar; por lo demás el actual habitante de la Casa Blanca no genera precisamente entusiasmo dentro y fuera de su país. El nuevo año inició con cifras bajas en aceptación ciudadana para Biden, situadas en alrededor de 34 por ciento.

Al parecer no hay bueno por conocido ni malo por conocer, jugando con lo que dice el refrán.

Volveremos al tema.