Opinión

México-EEUU 200 años (II), el discurso de Poinsett de 1822

Hace justo 200 años, con una visión no menos deslumbrante que perturbadora, el diplomático y congresista por el partido demócrata Joel Roberts Pointsett pronunció en El Capitolio el discurso que estableció los fundamentos de la política exterior de Estados Unidos en relación a sus vecinos del sur recién liberados del yugo español.

Joel Roberts Poinsett

Joel Roberts Poinsett

Los razonamientos históricos, culturales, religiosos, económicos y demográficos que el 28 de marzo de 1822 expuso para convencer a sus compañeros de legislatura sobre la importancia geoestrategia de Hispanoamérica para el futuro de Estados Unidos, sentaron las bases de lo que poco después el presidente James Monroe elevaría a la categoría de una doctrina. De ahí la enorme relevancia histórica de aquel discurso de Poinsett, pronunciado meses antes de que visitara México por primera vez México entre octubre y diciembre de aquel año, y del que reproduzco algunos apenas algunos fragmentos:

“La Nueva España o México tenía en 1808 una población de 5 millones 900 mil habitantes, misma que no considero factible que haya disminuido en los años posteriores. Acuñaba entonces el equivalente a 23 millones de dólares por año, importaba mercancías por 20 millones de dólares y obtenía de la exportación entre 20 y 30 millones”.

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“No voy a entretener a la audiencia entrando en detalles de cada estado (hispanoamericano) en particular. Será suficiente para el propósito que me anima (que era de convencer al Congreso de reconocer los nuevos estados independientes del hemisferio y establecer relaciones diplomáticas con ellos) referirme sólo a México”.

“La producción agrícola total de México por año se estimó en 29 millones de dólares; la producción anual de metales preciosos se estimó en 23 millones; la producción anual de manufacturas se estimó en 8 millones; las exportaciones eran de 22 millones y las importaciones de 20 millones; los ingresos de México por derechos de impuestos totalizaban no menos de 20 millones. Por eso el barón Humboldt sostenía que, si la fuerza política de un país dependiera solamente de su extensión y número de habitantes, el potencial de México podría compararse fácilmente con el de Estados Unidos”.

“Algunos (congresistas) han considerado que la independencia de las colonias hispánicas perjudicaría la prosperidad de Estado Unidos, pues teniendo un suelo fértil y cultivando los mismos productos, podrían retirarnos del mercado de Europa. Se ha dicho también que tener a colonias como vecinos es más seguro que tener a estados libres; que mientras estuvieran sujetas por las restricciones opresivas de España ellas no serían ni rivales peligrosos, ni competidores de cuidado, y que por lo tanto no sería conveniente que nosotros les ofreciéramos algún tipo de estimulo (reconociendo su independencia)”.

” (Pero esta) es una visión totalmente falsa. Es por nuestro propio interés que deben ser libres. Con costas tan extensas; con números ríos navegables, que facilitan el comercio exterior; con una población de más de 15 millones de habitantes, casi sin manufacturas, con una demanda que asciende a 100 millones de dólares; y sin medios para llevar a cabo su comercio exterior, esos países ofrecen un mercado que promete las más grandes ventajas para la habilidad y la laboriosidad de nuestros comerciantes”.

Poinsett estaba convencido que conforme se consolidaran los gobiernos independientes al sur de su frontera, adquirirían la experiencia y el conocimiento necesarios para garantizar “el bienestar público y la felicidad individual”. Creía entonces que “Con el incremento del conocimiento surgirán instituciones diversas de la civilización, provocando una mayor demanda de nuestras manufacturas y de todos los objetos propios del comercio”.

“Mientras España hizo el esfuerzo de recobrar el dominio sobre sus colonias, Estados Unidos se abstuvo de reconocer la independencia de éstas. Pero ahora que ha cesado toda oposición por parte de España, ahora que esos países se encuentran libres, (…) sería injusto demorar el reconocimiento”:

Por todo ello, concluía, reconocer a las nuevas naciones hispanoamericanas en la etapa temprana de su existencia: “nos proporcionará importancia e influencia en la región”. La historia, para bien y para mal, le dio la razón.

El dictamen por el cual el Congreso de los Estados Unidos reconoció la independencia de algunos países hispanoamericanos ya liberados de España, así como el presupuesto para establecer representaciones en dichos países, se aprobó aquel 28 de marzo con el voto unánime de los 168 congresistas asistentes a la sesión.