Opinión

Un mural olvidado en el centenario del muralismo en México

En la colonia Santa María la Ribera de la Ciudad de México, en el número 174 de la calle Naranjo, hay una construcción en ruinas de la que se anuncia en un cartel su próxima demolición a consecuencia del sismo de 2017. Al parecer el predio fue sede de “La Casa del Maestro”, perteneciente tal vez –no he podido comprobarlo– al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).

Especial

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Sería apenas una construcción más que el tiempo derrotó y la memoria urbana dejó en el olvido, un terreno baldío –como hay muchos en la ciudad– en el que probablemente se habrá de construir un nuevo edificio de apartamentos en un barrio que ha comenzado seriamente a gentrificarse, a no ser porque en lo que aún se sostiene de su antigua fachada, a tres metros de altura, sobrevive en condiciones lamentables y estoicas un mural de muy notable factura, una pieza patrimonial de innegable valor histórico.

Me topé hace unos días con el mural de marras durante una caminata sabatina por esta colonia de la capital mexicana, fundada en las postrimerías del siglo XIX. Se trata de un enorme mural de unos sesenta metros cuadrados, pintado sobre mosaicos y dividido en dos paneles rectangulares que aún conservan una pigmentación de tonalidades sepia, aunque seguramente sus colores originales fueron otros y más vivos. El mural recrea escenas y coreografías –en efecto, un mural puede ser, también, una danza– alrededor del tema de la educación en México. Su composición alegórica, saturada de personajes del imaginario popular –obreros, campesinos, ancianos, estudiantes, maestros y tiranos– nos pone sin duda ante un representante de la Escuela Mexicana de Pintura y del muralismo postrevolucionario, en este caso marginado hasta el olvido y amenazado por la demolición.

Un trazado manierista de las figuras, a medio camino entre la caricatura política y el esperpento gótico –a la usanza de los dibujos Goya o de las figuras serpertinas de El Greco– nos deja ver, por otra parte, la influencia notable de José Clemente Orozco, sobre todo el en el panel de menor dimensión, que recrea una escena dantesca de gran ritmo, dramatismo y atmósfera delirante. Es en la porción inferior de este este panel en el que aún se registra la fecha de su creación: 1957, y su autor: “J. Gordillo”, así como la firma de los tres asistentes del muralista: “E. Aquino, González Navarro, y R. Garrido”.

Uno de los ayudantes debió ser Edmundo Aquino, pintor oaxaqueño nacido en 1939 y que murió hace poco. Aquino estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas entre 1953 y 1957, al terminar sus estudios fue becario en academias de arte de Francia y del Reino Unido y expuso en México y en muchos otros países a lo largo de su vida. Me pregunto si otro de los ayudantes, que firma solamente como "González Navarro", sería hermano o pariente del historiador del Colegio de México, Moisés González Navarro, nacido también en 1929. Sigo a la espera de que alguien me saque de dudas.

Gracias a las redes sociales y a mis amigos, me enteré que el autor principal de la obra es nada menos que el ya también fallecido José Gordillo, pintor mexicano nacido en 1929. Advierto que era un joven de 28 años cuando lo realizó. Gordillo, según me entero, fue discípulo de Rivera, de Orozco y de Siqueiros. Es el autor, entre otros, del mural realizado al fresco “Canto a los héroes” (1952) que se encuentra en el Palacio del Arzobispado –hoy el museo que alberga la colección de la Secretaría de Hacienda–, y de otro mural arquitectónico de gran formato dedicado al agua, que recubre la fachada del edificio sobre la Avenida Xola, en el sur de la ciudad, que fuera sede de la SCOP (la extinta Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas), y que mucho se parece, en técnica y estilo, al que Juan O’Gorman realizó para la Biblioteca Central de la UNAM en Ciudad Universitaria.

Me enteré también que José Gordillo interrumpió su obra pictórica para dedicarse a la docencia y que es al autor de un libro muy consultado cuyo título es por sí mismo una obra de arte: Lo que el niño enseña al hombre (publicado por Trillas en 1992). Fue maestro de dibujo, entre muchos otros, de los hijos del fotógrafo Rogelio Cuellar, del músico Pepe Frank, y de la editora Marisol Schulz. Y fue vecino de la colonia Las Águilas. Averigüe también que, apenas en 2017, el museo de la SHyCP –donde se encuentra uno de sus murales más conocidos– le organizó una exposición retrospectiva, a cuya inauguración asistió su viuda, Azul Gordillo.

Finalmente me enteré, gracias a mi amigo Polo Castellanos –dirigente del Movimiento de Muralistas Mexicanos– que esta organización de muralistas contemporáneos, junto con la Coordinación de Memoria Histórica, el INBA y la Lotería Nacional, anunciaron justo esta semana la impresión de billetes para el sorteo del 11 de febrero dedicados precisamente a los cien años del muralismo en México. En uno de los billetes que hoy mismo circulan por todo el país aparece el detalle de un mural de José Gordillo. Feliz coincidencia: mi hallazgo peatonal y la reivindicación de un capitulo central de la cultura mexicana, a cargo de la Lotería Nacional.

Falta saber entonces si el INBA, a través del CENCROPAM, ha tomado cartas en el asunto. Imagino que es posible desmontarlo y trasladarlo a otro sitio como ocurrió con el “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” de Diego Rivera, apenas diez años más antiguo que el mural de José Gordillo. Imagino también al maestro Polo Castellanos coordinando los trabajos de su restauración, y al maestro Rogelio Cuellar registrando en fotografía de alta resolución cada centímetro de esta obra en ruinas. Al fin y al cabo, el arte que se resiste a morir depende de los que estamos vivos.