Opinión

¿Tiene el pensamiento único un resorte religioso?

El pasado miércoles se llevó al cabo, en la ciudad de Des Moines, Iowa, el quinto debate presidencial republicano entre dos de los contendientes a la nominación: Nikky Haley y Ron De Santis. Donald Trump no ha asistido a ninguno de ellos, pero eso no le ha afectado gran cosa y sigue encabezando las preferencias de los militantes de ese partido para convertirse en el candidato a la presidencia. Es muy probable que lo consiga, si es que no lo inhabilita alguno de los procesos legales que enfrenta.

Rumbo a la elecciones en Estados Unidos

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Al día siguiente el New York Times publicó las opiniones de algunos de sus colaboradores sobre el desempeño de ambos en el debate. Tanto Haley como De Santis están considerados como militantes del ala más conservadora republicana y los dos compiten para atraer a los votantes de la base trumpista. En la opinión del columnista Robert Leonard, Haley dominó el escenario y fue la que mejor expresó los ideales del conservadurismo republicano. Incluso, piensa, podría ser mejor candidata que Trump en la elección de noviembre.

“Haley, dice Leonard, es la republicana con más probabilidades de vencer al presidente Biden. Lamentablemente puede que no sea lo suficientemente “cristiana” para algunos de los asistentes a las asambleas republicanas evangélicas de Iowa.” Haley fue educada en una familia sij (religión practicada en la región del Punyab de la India) y ese simple hecho hace que su fé sea “sospechosa” y, por ello, rechazada.

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En la elección primaria de Iowa, realizada el pasado lunes, Donald Trump arrasó con más de treinta puntos de ventaja respecto a sus dos esforzados competidores.

Efectivamente los cristianos evangélicos blancos, a pesar de que su número ha venido decreciendo como proporción de la población total, sigue siendo un puntal muy importante para el partido republicano. Se estima que en las últimas elecciones uno de cada cuatro votantes han sido evangélicos blancos. De ellos, ocho de cada diez han votado en favor de los candidatos de ese partido. (BBC News).

La alianza entre las iglesias cristianas y los políticos conservadores se afianzó desde finales de los años setentas, cuando el pastor Jerry Falwell creó la organización denominada Mayoría Moral, que aglutina a numerosos grupos religiosos en todo el país, con el fin explícito de apoyar a los políticos que se comprometan a defender sus causas. Dentro de la agenda de estas iglesias destaca la prohibición del aborto y la oposición a la aprobación de leyes que otorguen derechos a las minorías sexuales o étnicas.

En una entrevista concedida a la BBC, Sarah Posner, autora del libro Profano: por qué los evangélicos blancos oran en el altar de Donal Trump, confirma que la alianza entre conservadores y evangélicos blancos sigue siendo un factor electoral clave. “La derecha religiosa, dijo Posner, tiene una operación muy sólida y bien organizada para incentivar el voto, por lo que son muy importantes para que el Partido Republicano gane elecciones.”

El adoctrinamiento conservador para reproducir su base social no sólo ocurre en el interior de las iglesias y el partido; existen aún innumerables escuelas en todo el país, en las que se inculca una visión que reproduce los valores antiliberales y supremacistas, excluyentes e intolerantes de la diversidad y pluralidad, como lo atestigua la periodista Elizabeth Spiers.

Dice Spiers que el entorno en el que fue educada fue cuidadosamente diseñado para formarla con la idea de que los sureños blancos, conservadores y cristianos eran los únicos y verdaderos estadounidenses, los elegidos por Dios. La educación para la segregación es una práctica que está más viva que nunca. “Mi maestra de quinto año, señala Spiers, nos enseñó que, si Jesús viviera en Alabama, habría sido blanco y republicano, que Dios desaprueba los matrimonios interraciales y que los niños nacidos por la mezcla de razas son un error.

Mezclar la religión con la política no ha sido nunca una buena idea para la convivencia social pacífica. A menudo esta asociación ha desembocado en movimientos que buscan el exterminio del otro y promueven el espíritu propio de la guerra santa.

La religión que le da identidad tribal o racial a un grupo, convertida en un resorte importante de la lucha por el poder es muy antigua. Sargón I de Acadia, que dominó el sur de Mesopotamia alrededor de los años 2300 a.C. fue, tal vez, el que inauguró las guerras de exterminio de los pueblos conquistados, practicantes de otras costumbres y credos. Sargón se decía hijo de la diosa Ishtar. (J. Campbell)

La tradición yahvista, observa Campbell, dejó plasmada en el texto de la Biblia conocido como Deuteronomio esta actitud de exterminio de los pueblos conquistados, brindando una justificación religiosa para ello. “No pactarás alianzas con ellos ni les tendrás compasión. No emparentarás con ellos dando a tus hijas a sus hijos ni tomando sus hijas para tus hijos, porque eso apartaría de mi a tu hijo y le haría servir a otros dioses; y entonces la ira del Señor se encendería sobre vosotros y pronto te exterminaría. Por el contrario, así os comportaréis con ellos: demoleréis sus altares, romperéis sus estelas, derribaréis sus Aserás, y prenderéis fuego a sus ídolos. Porque eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios; quien te ha escogido de entre todos los pueblos de la tierra para que seas pueblo de su propiedad.”

Las religiones monoteístas han recurrido con mayor frecuencia a las guerras santas y, algunas de sus corrientes más arcaicas han sobrevivido hasta nuestros días. Resulta sorprendente observar cómo, un denominador común a los líderes populistas y aspirantes a autócratas de América en nuestros días, es el respaldo otorgado por las más conservadoras iglesias evangélicas. Trump, Ortega, Maduro, Bolsonaro y López Obrador son los más destacados en este aspecto. Ellos se han comprometido en mayor o menor grado a atender los principales puntos de la agenda moral de esas iglesias. Desactivar, inhibir o francamente combatir los movimientos en favor de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, los derechos de las minorías sexuales y de otros grupos que amenazan su doctrina. Algunos han confrontado abiertamente a otras iglesias importantes como la católica.

Resulta aún más desconcertante observar que estos líderes populistas, de izquierda o derecha por igual, se han asumido como elegidos por dios para gobernar, o han insinuado comparaciones o asociaciones con el mismísimo “Jesús Cristo.”

La necesidad de defender al Estado laico, aquel que garantiza la separación de la religión de la política, es ahora más pertinente y necesaria que nunca.