Opinión

El periodismo como acto de fe

Hace muchos años, por motivos cuya índole no me toca explicar a mí, el periodista Elías Chávez, mi compañero y amigo hace más de 4 décadas (ya pasamos la 4-D), emprendió su segundo camino de fe, en condiciones cercanas al estado de gracia.

La fe es quizá la más espléndida de las virtudes, pues todas las demás, las teologales y las cardinales, se apoyan en ella. Si no se cree en la humanidad (o en la divinidad), no se tiene fe.

El caso fue simple, cerca de los cincuenta años de su edad, Elías Chávez emprendió el camino de los romeros cuya fe ha cruzado España en seguimiento del Camino de Santiago, ruta milagrosa y eterna cuyo significado en la tradición católica es demasiado profundo para analizarlo en una breve columna periodística.

Pero dije antes del primer camino de fe de Chávez. Fue el camino del periodismo genuino, ruta interminable y a veces azarosa en cuyo decurso hay noches maravillosas, personajes inolvidables, hechos terribles y esplendores y horrores, pues la vida tiene de todo eso y por eso su retrato cotidiano es siempre distinto.

Imagen de Elías Chávez en captura de pantalla de 2019

Imagen de Elías Chávez en captura de pantalla de 2019

Nadie se baña dos veces en el mismo río, como Heráclito nos enseñó y nadie se lee dos veces el mismo periódico.

Así, un reportero no escribe nunca en su vida la misma nota ni el mismo reportaje. Un periódico puede ser igual en su formato y diseño al de la semana anterior, pero el contenido fluye y cambia como la forma de las nubes o los caprichos de la existencia.

Es un espejo cambiante porque refleja lo más cambiante del universo: la vida.

Hoy he traído estas reflexiones a la columna porque acabo de ver el libro de Elías Chávez publicado por la editorial de “Proceso”, revista de la cual ambos fuimos fundadores.

No revelaré todo el contenido del libro, porque se trata de causar en los lectores la curiosidad por leer el testimonio de un hombre acribillado por la pasión profesional y la fe en muchas cosas además de aquellas cuya solución fue durante la única caminata interior desplegada bajo las estrellas en la ruta de Santiago.

“El Yo prohibido”, es el título de este libro cuyo motor es la fe en la profesión y también el orgullo por practicar este oficio en los tiempos del acoso, la grosería contra los periodistas y en demasiados casos la violencia criminal tolerada cuya impunidad ha producido más de cien sin nadie para elucidar los hechos, porque al gobierno no le importa la información, solamente tiene ojos y oídos (vaya paradoja), para sus propios mensajes y su exclusiva versión de la historia, su cotidianeidad y su verdad.

Nunca una verdad tan falsa y distorsionada; pero es la suya, la del Supremo Gobierno, como antes se decía.

Ha construido Elías un texto para dejar en claro su orgullo; su fe en su valor personal y profesional, tomada la palabra valor en el sentido axiológico, pues no hay en su vida espacio para la pendencia, la riña o la bravata.

Siempre discreto, siempre cuidadoso y educado, con la firmeza de carácter de quien tiene valores incorruptibles, insobornables, como a lo largo de su historia se ha probado y comprobado.

Elías Chávez para gozo de quienes tuvimos la suerte de ser sus compañeros y una mayor fortuna aún de habernos amistado bajo su clara generosidad, y para quienes nada de esto son todavía, ha entregado a la imprenta un texto lleno de la hermosa sinceridad de la memoria gozosa, del orgullo cumplido.

Ojalá y alguien se deje capturar por este libro y lo divulgue en algunas de las muchas escuelas de periodismo (tan necesitadas de testimonios como este) y lleven los ojos de los jóvenes estas páginas cuyo mayor mérito es la sinceridad, la devoción por el oficio y el gozo de haberlo vivido con plenitud entera.

Mis mejores deseos por el éxito editorial de “El yo prohibido”, que sintetiza --tras una lección de Vicente Leñero--, la mejor prohibición para un reportero: se escribe de los hechos, no de las personas testigo de los hechos. El reportero se debe a las cosas; no ellas a su vanidad.

Escribir desde la lejanía del simple testigo, relator, observador. Reportero, nada más.