Opinión

Primavera veinte años después

El filósofo francés, Paul Valéry, sostuvo que “la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. Parece obvio que en cualquier guerra y en cualquier lugar y tiempo ha sucedido y sucede así como dice el filósofo. Valéry, también poeta, fallecido en 1945 no pudo ver el desarrollo de la segunda mitad de la centuria, mucho menos las primeras décadas del siglo XXI, pero su profunda sentencia a manera de un largo aforismo, no solamente mantiene por desgracia su actualidad sino que deja la certeza de que hemos aprendido muy poco con el paso de los años y el conflicto sigue siendo una bruta realidad.

De acuerdo con la organización International Crisis Group existen alrededor de 70 situaciones de conflicto y crisis actualmente en el mundo. Es un número muy alto en el que la constante es la violencia. Difícilmente pueden analizarse todos en conjunto pero vale la pena referirse a uno que sucedió hace dos décadas y cuyas consecuencias están presentes a simple vista.

Casi en coincidencia con el inicio de la primavera, hace veinte años, las fuerzas estadounidenses al frente de una coalición militar integrada por contados países, lanzaron una ofensiva en contra de Irak, bajo el argumento de que el gobierno de Saddam Hussein poseía armas de destrucción en masa. Esa intervención armada concluiría casi inmediatamente respecto de sus objetivos militares con la captura de Hussein en diciembre de 2003, quien sería sentenciado y ejecutado tres años más tarde. 

Misión cumplida, dijo a todo viento y con aire de grandilocuencia el mandatario estadounidense, George W. Bush, en esa ocasión. A pesar de que la intervención militar fue exitosa tomada desde esa perspectiva, las decisiones políticas posteriores dieron lugar al caos y el colapso del país y evidenciaron que no existía una estrategia, pues tampoco existía veracidad en los motivos de la intervención. La justificación enarbolada la acción militar resultó una quimera que fracturó al sistema multilateral internacional, toda vez que además de los norteamericanos y de un puñado de países, la mayoría de la comunidad internacional decidió no acompañar la aventura bélica, subrayando la unilateralidad de la misma y vaciándola de justificación legal y de legitimidad.

En 2011, después de ocho años, mucho dinero y muchos muertos civiles, las tropas aliadas se retiraron de territorio iraquí dejando tras de sí un mar de conflictos y un país desgajado. Cabe recordar que tras corroborarse la inexistencia de armamento de destrucción masiva, la coalición buscó encontrar nuevo sentido a su presencia bajo el argumento de asegurar un país libre y construir un sistema democrático -otro fracaso político de la intervención militar por cierto. En lo interno, en Irak, la invasión al inicio concitó entre ciertos sectores apoyo ante la expectativa de poderse librar del dictador y sus atrocidades. Es cierto que Saddam Hussein fue un dictador y un recurrente violador de derechos humanos, pero con todos sus males, difícilmente se puede justificar la invasión de un país. A la larga la invasión no consiguió mayor cosa que la destrucción de un Estado cohesionado si bien agresivo y dictatorial, y que además antes había sido considerado un aliado por quienes luego lo invadieron y lo destrozaron. Difícilmente una paradoja, sino más bien un hecho que refleja la naturaleza de la estructura internacional de poder.

ACtivistas frente a la Casa Blanca recuerdan con ironía la frase que pronunció George W. Bush tras la invasión de Irak

ACtivistas frente a la Casa Blanca recuerdan con ironía la frase que pronunció George W. Bush tras la invasión de Irak

EFE

En la década de los años ochenta del siglo XX, el régimen de Saddam Hussein había contado con el apoyo occidental para su guerra en contra de Irán, que estrenaba por esos años un nuevo régimen político tras el colapso del régimen monárquico -también de corte dictatorial- del Sha Reza Pahlavi. En 1980, el gobierno de Hussein desconoció el acuerdo de Argel de 1975 suscrito con Irán para dirimir todas las disputas fronterizas entre ambos países, incluyendo la delimitación clara de la frontera común. Comienza así una ofensiva militar que lo lleva triunfante momentáneamente, hasta la misma ciudad capital iraní. La guerra se prolongaría de 1980 a 1988. No debe perderse de vista que es la última década de la guerra fría, de cruento enfrentamiento entre el llamado mundo libre y el bloque soviético. La guerra se prolongó por ocho años y terminó después de la adopción de la resolución 598 del Consejo de Seguridad de la ONU que estableció una tregua inmediata, dispuso la repatriación de los prisioneros de guerra y pidió al secretario general de la ONU supervisar la tregua a fin de alcanzar un acuerdo definitivo de paz.

Regresaremos al tema en la siguiente colaboración.