Opinión
Putin vuelve a tener pesadillas con ratas
Fran Ruiz

Putin vuelve a tener pesadillas con ratas

Es una historia conocida porque el mismo protagonista la contó para que trascendiera. Había tantas ratas en el bloque de vivienda de Leningrado donde pasaba penurias el niño Vladimir Putin, que él y sus amigos del barrio jugaban a espantarlas con palos. Relató que que una vez consiguió arrinconar a una rata, pero, al verse sin salida, cambió radicalmente de estrategia para salvarse: pasó de huir aterrorizada a infundir terror: "Se dio la vuelta y corrió detrás de mí. Esto es lo que todos deben tener en cuenta: nunca arrincones a nadie (peligroso) que se vea en peligro", aconsejó el presidente ruso.

Pues bien, esto es lo que ocurrió este fin de semana en Rusia. 

Luego de varias semanas criticando amargamente la “fracasada estrategia” del ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, en la guerra de Ucrania, Yevgueni Prigozhin, líder del grupo paramilitar Wagner, se convirtió en una rata, tras verse acorralado ante la ofensiva del Ejército ruso contra sus combatientes en el frente de batalla de Ucrania, castigados por negarse a disolverse y a someterse a las órdenes del Kremlin.

Ciego de ira por el desprecio y la ingratitud de los mandos rusos hacia sus hombres, que recientemente entregaron a Moscú como botín de guerra la ciudad estratégica de Bajmut, donde miles de sus sicarios armados perdieron la vida en primera línea de batalla contra los ucranianos, Prigozhin ordenó a sus hombres lo impensable: dejar de apuntar a Ucrania y voltear sus tanques en dirección a Moscú.

Además, Prigozhin lo hizo humillando a Putin: colgó en las redes sociales selfies que se hizo el pasado viernes con civiles rusos en Rostov del Don, que aclamaban su marcha hacia la “corrupta Moscú” y le felicitaban por tomar con sus tanques, sin disparar un solo cañón, la novena ciudad rusa. Junto a las fotos, envió el mensaje de que él había conseguido llevar sus tanques a 200 kilómetros de la capital rusa en menos de 24 horas, lo que nunca pudieron hacer las tropas regulares rusas cuando intentaron tomar Kiev.

"Los civiles se alegraban de vernos. Dimos un ejemplo de cómo debió haber sido el 24 de febrero de 2022", declaró Prigozhin, en alusión al comienzo de la invasión rusa de Ucrania, ordenada por Putin hace 16 meses, tras ser convencido por sus “halcones” de que la capital ucraniana y el gobieron de Volodímir Zelenski caerían en 36 horas.

Si damos crédito a las palabras de este martes del dictador bielorruso Alexander Lukashenko, él en persona tuvo que convencer por teléfono a su aliado y protector Putin de que no “aplastara como a una chinche” a Prigozhin, y perdonara (como mal menor) a quien a punto estuvo de llevar a Rusia a una guerra civil, como admitió el propio Putin.

Sin embargo, el hecho de que el presidente ruso no hiciera caso a su propio consejo —”nunca arrincones a una rata”— y estuviera dispuesto a eliminar a Prigozhin y a sus hombres, da una idea del carácter impredecible y peligroso del líder ruso; porque el mensaje que envió el líder ruso (antes de ser convencido por Lukashenko de que no echara más leña al fuego) es que él también es una rata asustada, que cuando se ve en peligro puede ser muy irracional y muy peligrosa.

El problema añadido es que no todas las ratas son iguales. Prigozhin es un sádico que colgaba videos desde el frente de guerra en Ucrania de desertores ejecutados a mazazos en la cabeza, y cuyo ejército privado no pasa de 50 mil hombres. Por el contrario, Putin es un criminal de guerra que permitió ejecuciones de civiles ucranianos y de hospitales, así como el secuestro de niños, y es, además, el comandante supremo de uno de los Ejércitos más grandes del mundo y el único que tiene el botón sobre el segundo mayor arsenal nuclear del mundo.

Y pese a esto, la imagen de Putin y su abrumadora superioridad quedó severamente dañada por un subalterno del que nadie hablaría, si no fuera porque fue capaz de abrir una grieta en los muros rojos del Kremlin y mostrar al mundo (pero sobre todo a los rusos) que el Kremlin no es esa fortaleza inexpugnable que creíamos.

Cuanto más se alargue la guerra en Ucrania —que está generando miles de soldados rusos muertos, mientras la sociedad sufre duras sanciones y teme al régimen como en los peores tiempo de la dictadura soviética— más posibilidad hay de que surjan nuevas "ratas como Prigozhin" entre los mandos militares y alguno de ellos caiga en la tentación de eliminar a Putin, mediante un golpe de Estado, una emboscada o un magnicidio (por otra parte, nada raro en la convulsa historia rusa).

De hecho, Putin podría acabar cayendo en esa paranoia tan estalinista en la que empieza a ver enemigos por todos lados y a antiguos aliados que conspiran para derrocarlo (o para matarlo). 

No olvidemos que estamos hablando de un despiadado exagente del KGB que trepó los muros del Kremlin hasta hacerse fuerte, y cuyos dos opositores demócratas que podrían haberlo echado del poder fueron eliminados oportuna y misteriosamente: Boris Nemtsov, asesinado en 2015 mientras paseaba con su novia por los muros exteriores del Kremlin, y Alexander Navalni, quien tras sobrevivir de milagro a envenenamiento, se pudre en una cárcel rusa por un poder Judicial sumiso al Kremlin.

Es difícil vaticinar qué pasa por la mente de Putin y qué ocurrirá a partir de ahora. Sus primeras declaraciones, además de rebajarse a felicitar a su "salvador", el bielorruso Lukashenko, tratan de aparentar normalidad y de que la "operación especial" en Ucrania marcha según lo previsto. Pero es imposible tapar el sol con un dedo y ocultar la realidad de la marcha caótica de la guerra. La sociedad rusa espera ansiosa cuál será el siguente movimiento de su temido líder y aspirante a "zar", que bien podría declarar otra movilización general de reclutas.

Por otra parte, si Putin se venga de Prigozhin eliminándolo (sin mancharse las manos de sangre, como ha hecho tantas veces), estará enviando el mensaje de que incumple sus promesas (anunció que le perdonaba la vida), además de que convertiría al jefe de los wagnerianos en un mártir para miles de rusos, que aplauden que se haya atrevido a señalar y desafiar a las “élites corruptas” rusas (esas que defienden la guerra con ardor, pero no envían a sus hijos al frente, sino a Dubái).

Pero, si le perdona la vida, estaría animando a otros “prigozhin” a que desafíe su autoridad, en el caso de que las tropas rusas no puedan frenar la contraofensiva ucraniana o se intensifican los ataques en suelo ruso de ucranianos y de sus aliados rusos que quieren un cambio de régimen.

El presidente ruso ya ha dejado claro que la efímera rebelión interna de los wagnerianos fracasó y que su obsesión sigue siendo la misma: ganar la guerra en Ucrania que él mismo declaró. 

Pero, pase lo que pase en los siguientes días y semanas, con la contraofensiva ucraniana en marcha y sin signos de que el apoyo de la OTAN a Kiev se haya resquebrajado, la situación ha cambiado radicalmente. Putin está más débil que nunca y sabe que ahora tiene otro frente de batalla dentro de las fronteras rusas; y esto lo convierte en alguien mucho más peligroso… como las ratas con las que ha vuelve a tener pesadillas.