Opinión

La revancha teórica del salario mínimo

Volví -durante estos días- a un libro riguroso en todos sus detalles, a una investigación que vino a cambiar políticas, decisiones gubernamentales, teorías, discusiones académicas y de modo muy profundo, el tipo de economía que se suele practicar en las universidades de todo el mundo. Hablo de “Mito y medición” cuyos autores son el fallecido Alan B. Krueger y David Card (Deusto, 2022).

Es un volumen precursor de una nueva era del pensamiento social y científico por varias razones que intentaré resumir aquí pues, creo, las próximas cifras de pobreza laboral en México (que ahora mismo construye el CONEVAL) darán cuenta del alcance y el poder que las lecciones de ese libro siguen arrojando luego de un cuarto de siglo.

Lo primero que debo decir es que el trabajo de nuestros economistas no consistió en imaginar cómo podría funcionar el ascenso del salario mínimo, sino que tomaron los datos de dos realidades económicas vecinas y muy parecidas (Nueva Jersey y Pensilvania) cuyos gobiernos tomaron al mismo tiempo dos decisiones muy diferentes: una subió los salarios y otra los mantuvo en el nivel nacional según mandamiento de la ortodoxia dominante. Recolectaron decenas de miles de datos de establecimientos de comida rápida y de sus empleados. Y mediante una sistematización de entrevistas, encuestas y expedientes de la seguridad social, constataron su primer descubrimiento: la subida al salario mínimo no crea desempleo, ni siquiera entre los más jóvenes y tampoco hallaron visos de inflación.

Aspectos de billetes y monedas de diferentes denominaciones

Aspectos de billetes y monedas de diferentes denominaciones

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En segundo lugar, detectaron la evidencia de que el salario mínimo manda una señal al mercado laboral con dos efectos concurrentes: su porcentaje se vuelve referente en la negociación de otros contratos y provoca una retabulación hacia arriba de las escalas salariales adyacentes, de modo que subir el sueldo al lavaplatos, repercute también y hacia arriba en el sueldo de los meseros.

Lo tercero es el cisma que causa en la base misma de la disciplina económica, pues demuestran que mayor precio no se traduce en menor cantidad, ni siempre ni necesariamente. Es decir, en este caso, la ley de la demanda no aplica. ¿Lo ven? Es la primera curva que nos enseñan al ingresar a las aulas de economía, de cualquier universidad y sin embargo, no es tan cierta y por supuesto, no es férrea ley universal (como apunta en la introducción a la edición en español el profesor Juan Torres López).

En cuarto lugar. Los hechos antes que los supuestos. Los datos antes que las teorías, toda una aportación a la cientificidad de la economía, esa disciplina que ha sido ejercida (casi siempre) de manera lógica, introspectiva, a partir de modelos que relevaban la escasez de datos, un tipo de investigación que fue bautizada como la “revolución de la credibilidad”. Con ello, como digo, abrieron una nueva era, la de los “experimentos naturales”, una forma de trabajo a partir de la comparación empírica y de bases de datos inmensos.

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Y en sexto lugar, con esa indagatoria provocaron un cambio en el debate político e intelectual de Estados Unidos y de muchas otras partes del mundo y esto incluye a México.

El salario mínimo en nuestro país, durante el último lustro, ha subido 75 por ciento en términos reales, cosa que lo que lo convirtió en el gran colchón social y económico durante casi tres años de pandemia y recesión, pues 17.9 millones de personas perciben entre uno y dos salarios mínimos, todos los días, en la formalidad o en la informalidad. Su enorme alcance explica su importancia máxima.

El jueves que viene, cuando tengamos ante nosotros las estadísticas de CONEVAL, no dejen de pensar en todo esto y en la gran aportación de los premios Nobel, Krueger y Card.