La gran concentración de ciudadanas y ciudadanos que ayer se manifestó en el Zócalo de la Ciudad de México en defensa de la democracia, es una prueba de que nuestra sociedad civil está viva y actuante en momentos que son decisivos para el desarrollo político del país. Este movimiento social apuesta por la libre participación política de los ciudadanos bajo el argumento irrebatible de que solo se puede llegar al poder por medio de las elecciones. El concepto de sociedad civil se ha desarrollado ante la necesidad de interpretar los desafíos que enfrenta el orden democrático. Por ello, es que en el contexto mexicano los parámetros de interpretación de la coyuntura política han cambiando. Ahora, la sociedad civil se encuentra atrapada en la trampa de la polarización, es decir, entre el oportunismo de los partidos políticos tradicionales y la preponderancia del clientelismo oficialista. A ellos debemos recordarles que la sociedad civil no es patrimonio de nadie.
Con el terremoto de 1985 nació un nuevo México caracterizado por el despertar de la sociedad civil después de un largo periodo de sumisión al Estado. ¿Quién no recuerda las imágenes de los miles de mexicanos en trabajos de rescate frente a las instituciones impotentes? Desde entonces, la sociedad civil se muestra activa y vigilante. Una sociedad civil que continuó madurando políticamente con la alternancia presidencial del año 2000, dejando atrás decenios de una cultura política de sumisión paternalista. Era, la de entonces, una sociedad civil controlada por un estatalismo omnicomprensivo e integrada por “súbditos” en lugar de ciudadanos. Paulatinamente se logró abandonar el viejo discurso político articulado en la noción de “pueblo mexicano”, para pasar a una moderna concepción de ciudadanía. No un pueblo genérico, sino más bien ciudadanos concretos con sus derechos y obligaciones.
Por ello es que actualmente, la sociedad civil representa a la esfera pública que está fuera, de forma plena o mitigada, del control directo por parte del Estado y los partidos. Indica un conjunto de expresiones que existen entre el Estado y la sociedad. Los teóricos del concepto “sociedad civil” suelen ligar su desarrollo al progreso económico y democrático de una determinada comunidad política, aunque es difícil establecer una relación causal que vincule ambos fenómenos. Lo que si resulta indudable, es que la sociedad civil proyecta el respeto por los derechos y las libertades fundamentales, así como la existencia de tradiciones participativas y deliberativas que permiten el despliegue democrático. La sociedad civil representa la esfera de las relaciones sociales con sus propias formas y principios, y además, indica un terreno amenazado por la lógica de los mecanismos político-administrativos y de mercado. Por su parte, la sociedad política representa un pacto que produce la alienación total de cada asociado a la comunidad, recibiendo una nueva calidad de miembro como parte indivisible del todo representado por la nación. La sociedad civil es el espacio de las libertades y de los derechos, y por ello, la antítesis de la sociedad política integrada por el Estado y sus instituciones.
La presencia de la sociedad civil en el conflicto político moderno hace necesario comprender el papel de los movimientos sociales como oposición democrática. Ellos han desempeñado una función relevante en las transformaciones de la política y en el desarrollo de la acción social, sobre todo, por las temáticas de los derechos humanos, las libertades civiles, la lucha contra las violencias de género o contra el cambio climático como nuevos proyectos de emancipación colectiva. La sociedad civil también es parte protagónica de las transiciones del autoritarismo a la democracia. Como resultado de la conjunción de estos procesos reivindicativos, la ciudadanía mexicana actualmente involucra una dinámica de transformaciones que va más allá de la política tradicional.
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