Opinión

Sustentabilidad o regresión: la Reforma Eléctrica

Uno de los capítulos más interesantes de la serie británica The Crown, que aborda el reinado de Isabel II, desde que asumió el reinado a la fecha, ocurre en la primera temporada y se refiere a la actuación del primer ministro Winston Churchill durante una guerra oscura que mató a unos doce mil ingleses en 1952, según se cree. Se trató del Gran Smog, una nube tóxica que cubrió a la capital inglesa durante cinco días. Al principio, los londinenses no se alteraron. Todo el mundo sabía de la densa niebla que solía imponerse en el cielo de Londres, parte de su charm y de su identidad. A principios de la década de los cincuenta, como muchos otros países involucrados en la II Segunda Guerra Mundial, se impulsaron los motores de la economía y los gobiernos pusieron a trabajar con ahínco a las fábricas. Entre el 5 y el 9 de diciembre de aquel lejano año del 52 el uso de los combustibles fósiles en las industrias, las chimeneas y los transportes crearon una fuerte contaminación ambiental que oscureció el cielo y llenó a la ciudad de una densa niebla tóxica. Esa cortina de tenebrosidad le habría facilitado (o no) a Jack el destripador sus crímenes brutales, que hoy llamaríamos feminicídios. La gente comenzó a llenar los hospitales, víctima de graves problemas respiratorios. Al principio, el primer ministro Winston Churchill no prestó atención al grave problema, hasta que su secretaria (un ardid ficcional en la serie The Crown) fue atropellada por un autobús, simplemente porque no pudo distinguir el transporte en el espesor producido por los contaminantes. Este incidente provocó que Churchill, en la serie, se percatara del terrible problema que acosaba a los londinenses y tomara cartas en el asunto. Se detuvieron las fábricas y supongo que las chimeneas restringieron su labor

Pronostican ola de amparos y litigios

Pronostican ola de amparos y litigios

En la vida real el gran número de muertes alentó los movimientos ambientales e hizo entender al mundo la gran potencia letal que posee la contaminación atmosférica. En México la respiramos y creemos que nos amoldamos a ella o ella a nosotros.

En Donora, Pensilvania, una ciudad industrial a orillas de un río, en 1948, se vivió un terrible fenómeno meteorológico producido por una inversión térmica que causó muertes y daños físicos a la población. Años después se abrió un museo con ese tema. Murieron veinte personas y eso significó un parteaguas en la vida de aquella región.

Ahora pensemos en la Ciudad de México y en otras zonas metropolitanas del país rodeadas de montañas. La contaminación queda detenida por los muros montañosos, a menos que el viento sople con fuerza y se la lleve. A dónde, no lo sé.

Como todos sabemos en nuestro país, el asunto de la huella de carbono y los combustibles fósiles no es algo que preocupe a nuestro presidente. Es más, apuesta por ellos y no le preocupan las medidas que puedan tomar Estados Unidos y Canadá en cuanto al Tratado Comercial (T-Mec) , que comprenden que deben auspiciar energías limpias, cada vez con mayor rigor. Mientras tanto, la Reforma Eléctrica propuesta por la Cuatroté intenta modificar tres artículos de la Constitución con dos objetivos principales.

El primero es darle a la Comisión Federal de Electricidad la capacidad para que genere electricidad, sin preocuparse por las emisiones contaminantes. La participación de empresas privadas no se incluye, aunque pudiera abaratar los precios y ofrecer energías que no afecten al medioambiente.

El segundo artículo es no incluir en lo absoluto a los órganos reguladores autónomos, que se inclinan por la libre competencia con la CFE. Muchas empresas privadas ofrecen energías limpias que, sin duda, bajan los precios de la luz y no afectan el ambiente.

La explicación de la Reforma propuesta por Andrés Manuel López Obrador y la Ley Bartlett es garantizar la soberanía energética. Al planeta esa soberanía no le preocupa sino más bien el que se puedan evitar contaminantes. A todos los que pagamos electricidad nos interesa pagar menos, en un momento en el que la inflación nos afecta a todos, y en general, si se alimenta una conciencia del medio ambiente, el compromiso reside en dañar lo menos posible a la Tierra. Entendamos que no es algo que debamos hacer para el futuro sino para el presente. O tomamos medidas ya o nos llevará el demonio y esta última sí será una Transformación absoluta y nada deseable. La Reforma Eléctrica se encuentra muy lejos de las necesarias metas de sustentabilidad y, por ende, de la calidad del aire.

Privilegiar energía más cara y sucia no es logro de la soberanía sino del atraso. En estos momentos cruciales el compromiso debe establecerse con el mundo entero para evitar una hecatombe ambiental que el presidente de México minimiza y tacha de “moda”. Tengamos en cuenta que la contribución de empresas que promuevan las energías limpias creará más empleo y nos defenderá a todos. Es decir, que la famosa Reforma Eléctrica por la que deberán pronunciarse el Congreso en estos días es más política que práctica. Los retos ambientales simplemente no se registran.