Opinión

Terror en Nueva York

El Dr. Juan Pérez, un médico de renombre, es entrevistado por la prensa.
El Dr. Juan Pérez, un médico de renombre, es entrevistado por la prensa. El Dr. Juan Pérez, un médico de renombre, es entrevistado por la prensa. (La Crónica de Hoy)

La cinematografía, principalmente norteamericana, ha hecho de la hermosa e interesante ciudad de Nueva York, el punto donde es posible imaginar toda suerte de sentimientos, pasiones y tragedias. En ella se ha desplegado la cursilería de los gringos, su inmensa cultura y cualquier cantidad de dramones e historias criminales. Ha sido el blanco favorito de plagas y monstruos aterradores que la agreden o invaden. Desde King-Kong hasta el oriental Godzilla. El glamur está bien representado en calles que alojan lujosos y elegantes almacenes, hoteles y restaurantes. Hasta esa ciudad miles y miles de extranjeros fueron a refugiarse ante la amenaza de la profecía maya que vaticinaba que en el año 2000 se acabaría el mundo. Unos por crédulos, otros por mundanos, corrieron a “morir” condenados por una civilización portentosa que legó sorprendentes pirámides y un arte delicado y magnífico.

 Vayamos a una ciudad todavía más hermosa, saturada de elegancia y distinción: París, donde sí que se ha dado el arte y la alta cultura. Sólo caminar sus añosas calles y avenidas es hacer cultura, educarse. Luego de la guerra, cuando los nazis no se atrevieron a destruirla, comenzó el largo proceso de descolonización de África y Asia. Países brutalmente sojuzgados por siglos, arrancaron la batalla para liberarse del yugo europeo. Entre las posesiones francesas, estaba Argelia. Hombres argelinos pelearon en dos guerras por la libertad de Francia, ¿por qué no ahora luchar por su propia causa?

 Francia (que acababa de perder Vietnam y dejaba la guerra en las manos de EU) envió sus mejores tropas para impedir que Argelia consiguiera su libertad. La tenacidad del país árabe se extendió y de pronto, ante el desconcierto del alto mando francés, bombas, disparos y acciones terroristas aparecieron en París y sus habitantes comenzaron a sentir el terror y desde luego, un replanteamiento del estatus colonial de Argelia. Muchos intelectuales, como Sartre y Camus, trataron el espinoso tema con cautela. Imposible seguir manteniendo un inmenso país, tan diferente a Francia, en calidad de colonia, sofocando su cultura e identidad, sus valores. Este giro en la guerra permitió que Francia cambiara sus ideas de dominación y al fin Argelia obtuvo su independencia.

 El terror que ejercieron los argelinos es muy distinto al que ahora vemos, que sin duda es más sangriento y decidido. Pero recorramos un poco la historia reciente. Estados Unidos lleva dos siglos agrediendo países libres. En 1847 invadió México y le arrebató inmensos territorios. Casi al mismo tiempo, buques de guerra cañonearon Tokio. De allí en adelante, a pesar de que proclamaron su aislamiento del mundo, guerrearon donde pudieron. La suya, es una economía de guerra, donde hay que producir autos, aviones de combate, tanques, cañones, armas nucleares y tecnología de punta para el progreso, pero también para invadir y saquear países distantes.

 Pensemos sólo en la invasión a Irak, la que, se supone, tenía armas químicas atroces que amenazaban a la humanidad. Destruyeron a ese país y ahora está en ruinas, como lo están todos los países del medio Oriente ya sean atacados por Israel o por EU, ambos aliados. Cada tanto los temibles aviones de combate estadunidenses descargan sus cargas mortales contra poblaciones indistintamente civiles y militares. El número de muertos y mutilados es ya infinito y se ha extendido a Afganistán, Siria, Líbano… ¿Qué pueden esperar los norteamericanos que glorifican estas guerras y masacres de civiles en sus filmes donde héroes guapos e invencibles, cristianos y respetuosos de Santa Claus y destinados a dominar al planeta, se baten con denuedo para liberarnos de una plaga: la de los extremistas que ellos, con su brutalidad, han creado y movido hacia Occidente en busca de justicia o de venganza si se prefiere?

 La destrucción aparatosa de las torres gemelas fue una advertencia. El presidente Bush no buscó la mesa de debates, fue sin mayores trámites a bombardear a sus enemigos, apoyado por las mayores potencias del orbe. Obama, puede ser un excelente ser humano, pero no ha podido impedir que salgan tropas para invadir países ya vencidos. Guantánamo es un pequeño ejemplo de cómo EU consigue ser el villano detestado. A fines de la década de los sesenta y principios de los setenta, sus enemigos, en plena Guerra Fría, les hicieron ver que sus guerras no eran exclusivamente para consolidar la democracia, que había guerras injustas. El hasta entonces invencible ejército norteamericano, que ya había recibido un severo descalabro en Corea, tuvo que salir huyendo de la fiereza con la que Vietnam defendió su independencia. Una derrota traumática. Es posible que hoy, dada la alta tecnología militar, EU sea invencible, pero los países sojuzgados y humillados han encontrado nuevas y brutales formas de responder. Obama lo advirtió ya: su nación y sus valores peligran. Los defenderán. El terrorismo ya produjo sus efectos y ahora cada ciudad norteamericana, por pequeña que sea, padece histeria, ve yihadistas en cada extranjero.

No es fácil combatir a personas solitarias que portan artefactos explosivos y que dan su vida a cambio de causar bajas entre sus enemigos, los que bombardearon sus pueblos o están acantonados a unos pasos de sus mezquitas. EU todopoderoso debe abandonar su papel de policía del mundo y solucionar los conflictos a través del diálogo, como lo exige la ONU, ahora en sus manos. Debe eliminar “su” Destino Manifiesto.

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