Opinión

La verdad de la Guerra Sucia

La Subsecretaría de Gobernación, la encargada de los Derechos Humanos, tiene el objetivo político de diferenciar a la 4T de los gobiernos anteriores de PRI y PAN. Hacer las cosas de manera distinta en los temas sensibles que maneja puede ser un legado positivo del paso de López Obrador por la Presidencia de la República.

Cuartoscuro

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Alejandro Encinas es el encargado de la tarea. Un dirigente político de izquierda, que no debe su carrera al PRI, y que ha estado en el primer círculo de Andrés Manuel desde hace décadas. Han tenido diferencias, periodos de frialdad, pero la verdad no se ve nadie mejor dotado para ese trabajo. Y sin embargo no ha obtenido logros que le permitan presumir una diferencia. Me parece que el hecho de que el caso Ayotzinapa permanezca en la penumbra obliga a Encinas y su equipo a mantener un bajo perfil. Esclarecer la desaparición de los normalistas, ubicarlos, y castigar a los responsables fue una de las ofertas más reiteradas de la campaña de López Obrador. Una promesa incumplida.

A pesar de eso, la Segob se acaba de meter en otro laberinto: crear la Comisión de la Verdad sobre la Guerra Sucia. ¿Hay posibilidades de cumplir esta encomienda? Pocas. La Comisión evaluará un periodo muy largo, entre 1965 y 1990, que incluye los sexenios de Díaz Ordaz, Luis Echevarría, López Portillo, Miguel de la Madrid y parte del de Carlos Salinas., La mayoría de los protagonistas principales murieron y deben estar en el infierno, pero hay otros políticos de ese periodo que hoy son, quién lo diría, figuras de Morena ya sea en el gobierno o en el Congreso.

El caso más bochornoso es el de Manuel Bartlett que tuvo cargos importantes en la Secretaría de Gobernación desde tiempos de Echevarría, fue titular de la dependencia con Miguel de la Madrid y hoy goza de la protección de AMLO. ¿Encinas tendrá la voluntad política y la fuerza para sacarle la sopa a Bartlett sobre la Guerra Sucia? Diría que no.

Expertos ubican el surgimiento de los grupos guerrilleros a lo largo de la década de los años 70 del siglo pasado como resultado de los actos de represión de octubre del 68 y de junio del 71. Grupos inconformes con el estado de las cosas calcularon, ante la violenta cerrazón del Estado, que la única opción para forzar un cambio era tomar las armas. Calcularon mal. Hay que recordar que se vivía el contexto de la Guerra Fría entre el comunismo y el capitalismo y que el ejemplo de la Revolución Cubana alentaba las fantasías de muchos de que se podía derrocar al gobierno mexicano, lo que sin duda era un sueño guajiro.

En esos años, la CDMX era un hervidero de espías gringos y soviéticos. La CIA y la KGB tenían contingentes nutridos en la ciudad. Es importante tener esto en mente porque el epíteto de grupos subversivos comunistas sirvió para justificar atrocidades. Suele hacerse una distinción entre guerrilla rural y guerrilla urbana que tenían algunos vasos comunicantes entre ellos, pero nunca presentaron un frente articulado. El Estado mexicano estaba en su derecho de reducir a los alzados, pero su batalla no se dio dentro de los marcos legales, sino que recurrió a la Guerra Sucia; o sea, desapariciones forzadas, torturas, ejecuciones, que eran la especialidad de la casa de la llamada Brigada Blanca, de la escucharemos mucho en los próximos días.