Opinión

Un viejo lobo de Marx y un valedor

Escribo unas líneas en recuerdo de dos personajes entrañables de la cultura, de la literatura y de la izquierda mexicana que murieron esta semana. Gerardo de la Torre y Tomás Mojarro. Los dos vivieron largas y productivas vidas. Los dos niegan, cada uno a su manera, la reiterada tradición mexicana del intelectual vinculado al poder y cobijado por el Estado. Dos personalidades críticas e insumisas de nuestro entorno intelectual que murieron con pocos días de diferencia.

Cuartoscuro

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/El exconductor de radio y TV Tomás Mojarro, también conocido como "El Valedor"

1. Un viejo lobo de Marx (1938-2022)

Tal es el título de uno de los libros de cuentos de Gerardo de la Torre (publicado en 1981), pero puede ser también una manera de referirnos a un escritor que, además de haber militado en el Partido Comunista Mexicano, trabajó 18 años como obrero mecánico en la refinería de Azcapotzalco.

Con todos los matices literarios que caben en la expresión, Gerardo de la Torre fue un escritor obrero en el menos demagógico y el más estricto sentido. Lo ideológico, lo panfletario, la ortodoxia militante que envenena a las letras, no fueron admitidos en su obra como narrador.

A mediados de los años sesenta, con unos cuentos de su autoría bajo el brazo, el joven obrero Gerardo de la Torre se presentó en el célebre taller de narrativa de Juan José Arreola –al que acudía también, adolescente, José Agustín–, una rara avis imposible de calificar. En 1970, ya consolidado como escritor, la editorial Joaquín Mortiz publicó su novela Ensayo General, que tres lustros después ocupó el número 16 de la segunda serie de la colección de la SEP “Letras Mexicanas” –con el diseño de la portada del gran Rafael López Castro– que es la que finalmente llegó a mis manos de lector universitario, y que sigue ocupando un lugar en los estantes de mi biblioteca.

Ensayo General es una novela urbana y proletaria que, en estilo, tono y trama, se deslinda por completo de la tradición más bien mediocre de la narrativa revolucionaria y nacionalista que floreció en México en las primeras décadas del México postrevolucionario. La historia de Ramón Contreras y de Juan Olmos, los dos protagonistas de la novela que documenta las luchas sindicales de finales de la década de los cincuenta, y que describe la vida urbana en los barrios de Tepito, Peralvillo y la Colonia Morelos, se emparenta por mérito propio con la obra de José Revueltas –a quien está dedicada–, pero también con el Palinuro de México de Fernando del Paso. Hay también cierta correspondencia–pero acaso con un resultado de mayor profundidad y peso literario–, con las novelas de Luis Spota, de las que Gerardo de la Torre fue un lector asiduo.

Mucho tiempo después, en la década de los noventa, Gerardo de la Torre asistía a la tertulia del Salón Palacio en la colonia Tabacalera que congregaba --–entre tragos, botanas y conversaciones– a dos o tres generaciones en activo de escritores mexicanos. Ahí lo conocí cuando tenía yo 28 años. En la esquina de Ignacio Mariscal y la avenida Cuauhtémoc, a cien metros del periódico El Nacional –en donde tuve el privilegio de dirigir entre 1996 y 1998 el suplemento sabatino Lectura– una tarde le llevé, subrayado y maltrecho, mi Ensayo General para que me lo dedicara. Siete palabras y una firma contienen la dedicatoria; “no es una novela obrera, es literatura”.

2. El valedor (1932-2022)

En 1978 estaba en quinto de primaria cuando vinieron a mi salón un grupo de estudiantes de Comunicación de la Universidad Iberoamericana para hacernos una encuesta sobre nuestros hábitos televisivos y nuestros consumos culturales. Mi escuela –la “República Italiana”– estaba a la vuelta de la UIA en la colonia Campestre Churubusco.

Cuando respondí en la encuesta que mi programa favorito era “Trizas en Trazos” de Canal 11, con Tomás Mojarro como conductor, me vieron como un bicho raro. Y cuando les dije que mi revista favorita era “Cucurucho”, dirigida por Eduardo del Rio “Rius”, ninguno de ellos la conocía.

Muchos años después conocí en persona a las dos presencias inusuales de mi infancia y a los dos les conté esta historia. Con la muerte de Rius en 20017, y la de Tomás Mojarro esta semana, se cierran dos de mis aproximaciones a la idea de la infancia como destino.

Ese mismo año de 1978 el régimen no toleró más los comentarios críticos al gobierno de Tomás Mojarro, como tampoco los cartones alusivos al tema del momento dibujados in situ por sus invitados en el estudio (¿Naranjo, Helioflores, Kemchs, Magú? en realidad no lo recuerdo) por lo que decidieron cortarlo.

No apagaron su voz. Por cuatro décadas más se mantuvo como una voz crítica de “los tarugos” del sistema, como solía llamarles. Por años lo escuché en “Domingo 7,” su programa de Radio UNAM en la que “el valedor” forjó una comunidad enorme de escuchas y seguidores. Esa voz, que en tono de lamentación una y otra vez concluía: “¡Valedores… hay que salir del subdesarrollo!” es una rúbrica sonora de nuestro tiempo.

Muy joven, con 28 años, en 1960 publicó en el Fondo de Cultura Económica los ocho relatos del volumen Cañón de Juchipila, que medio siglo después recién ha reeditado el FCE. Su obra narrativa, me parece, no creció más. Pero es justo decir que Tomás Mojarro, zacatecano, es precursor de obras con más vuelo y peso como las de Eduardo Antonio Parra y otros escritores del norte del país como Jesús Gardea, o Luis Humberto Crosthwaite.