
Lo encontraron tumbado. Boca arriba en el piso de su oficina. De los labios aún le escurría un poco de saliva. La vida del empresario Julio César Albores Trujillo terminó así debido a una sobredosis de Refractil. Y todo por unas cajas de cigarros y un teléfono celular…
Eso fue lo único que compraron con la tarjeta de crédito que le habían robado las cuatro mujeres que lo envenenaron durante la noche, cuando le hicieron creer que pasarían un buen rato juntos.
Cigarros y algunos aparatos electrónicos. En eso se convertía el botín que obtenían los integrantes de la banda que la policía del Distrito Federal bautizó como Las Goteras.
Hasta ahora las autoridades saben que estuvieron en Tlaxcala, Veracruz, Morelos, Hidalgo, San Luis Potosí, Puebla, Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Guerrero, el Estado de México…
La vida de cuando menos 23 hombres —según las mismas autoridades— terminó en sus manos. Y a cambio de cajas con paquetes de Marlboro, Camel o Boots. Juegos de PlayStation, televisores o equipos de sonido.
Ellas los compraban generalmente en una plaza al oriente de la ciudad y después los revendían en tiendas de la colonia Bosques de Aragón, o Nezahualcóyotl. En algunas del DF y otras del Estado de México.
La banda de Las Goteras comenzó a operar desde 1999, de acuerdo con sus propias confesiones.
Sin embargo los archivos policiacos indican que en nuestro país desde los años 70 ya había quien asaltaba de esta forma que, a decir de la Procuraduría, es común en Colombia, Perú y Venezuela.
Pero Las Goteras de México son toda una historia, según cuenta el agente Octavio Ortiz.
Este comandante les siguió la pista durante cuatro meses hasta que detuvo a 10 personas. Pero aún busca a cuando menos otras cuatro, entre ellos al líder de la banda.
Se trata de matrimonios. Hombres y mujeres que durante ocho años viajaron juntos por distintos estados de la República en busca de víctimas, mientras sus hijos los esperaban en casa.
Daniel Villanueva Gómez y Dolores Cedillo González formaban un matrimonio. Sergio Avendaño Ballinas y Pilar Irene Berumen Mejía uno más. Y Humberto Heredia Jiménez y Damaris Hernández Mejía un tercero.
Susana Flores Benítez no estaba casada. Pero sus dos hijos y sus padres eran quienes se mantenían gracias al dinero que ella robaba.
Tan sólo en el DF se les acusa de participar en 23 homicidios y 28 robos. Susana, quien se decía llamar Jessica, fue una de esas mujeres que se encargaron de enganchar a Julio César Albores Trujillo, quien al final murió.
Y así era su modo de operar. Los hombres se quedaban afuera de los bares, observaban a los clientes y cuando veían que llegaba alguno bien vestido o en un buen auto avisaban por teléfono a sus esposas, quienes ya estaban en una mesa.
Ellas fingían estar interesadas en pasar la noche juntos y así los invitaban a salir a un hotel. Antes de irse las mujeres hacían llamadas telefónicas supuestamente para avisar en casa que no llegarían.
La realidad es que era para avisar a sus esposos que ya tenían amarrada a la víctima.En el camino pasaban a una tienda de 24 horas y compraban cervezas o vinos.
El resto es conocido: una vez instalados, ellas vertían un medicamento controlado para dormirlos y para poderlos atracar. Pero en al menos 23 ocasiones la sobredosis fue fatal.
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