Ahora con tanto anuncio porquería con el pretexto de la Navidad, tan materialistas, tan huecos, tan estúpidos (la otra vez leí en un espectacular:
“Comprar es un arte que practico cada Navidad”), queda muy claro la necesidad que tenemos de ser felices, o de tener momentos alegres, pero siempre y sólo mediante el recibir algo que el dinero pueda comprar.
Un consumismo de terror, que por supuesto dista mucho de asimilarse siquiera a la felicidad.
Estamos perdidos, confundidos y sin dirección.
¿En dónde encontrar la felicidad?
Sin querer ser de ninguna manera pretencioso, mucho menos cursi, me atrevo a decir que una buena manera es recordando, y procurar traer estos recuerdos al presente… sin desconectarnos totalmente de la realidad, ¿por qué no?
¿Qué queríamos ser cuando éramos niños?, ¿con qué soñábamos en verdad?
Sí, por supuesto que queríamos juguetes, pero siempre había algo más allá.
En el fondo, creo, queríamos con nuestros sueños, con nuestras ilusiones y fantasías… ayudar.
¡Teníamos tan buen corazón!
Claro que, sería injusto, en esta columna, con el tema que estoy tratando, no expresar la indignación, molestia, enojo, y hasta cierta impotencia, de tantos y tantos niños que viven en una situación miserable, y que quizá su sueño sea que su estúpido papá no les pegue, una torta, o que se le quite el frío… (es tan importante ayudar a la infancia que sufre).
Sin olvidar a los niños en situación trágica, no podemos ni debemos; pensemos en los que tuvimos la bendición de llevar una infancia normal.
Queríamos ser bomberos, policías, presidentes… y ¿qué paso?, que muchos nos dejamos llevar por la corriente, y nuestros auténticos sueños fueron desapareciendo.
No es que me esté quejando de lo que soy, disculpen que hable de mí, pero me siento muy afortunado de hacer lo que hago, y de vivir como vivo… ¿pero cuando ataca la tristeza?, ¿cuándo perdemos la brújula?, ¿cuándo no sabemos si estamos haciendo el bien o el mal a los demás?
Es entonces cuando sirve acordarnos de la vida que teníamos de chamacos.
Pregúntenle a las personas mayores que los conocieron a ustedes de niños, cómo eran, qué decían, cómo se portaban… créanme que sirve para alimentar la esperanza en la vida diaria, o más bien, para la vida diaria.
El gran Joan Manuel Serrat en su hermosa canción “Las nanas de la cebolla”, dice por ahí… “Desperté de ser niño, nunca despiertes… Ríete siempre…”.
Claro, el niño se tiene que cambiar al adulto, pero eso sí, creo que nunca tiene que despertar.
ponchov@exafm.com
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