Opinión

Soberanía con adjetivos

(La Crónica de Hoy)

Cuando amanecí con la noticia del ataque del gobierno colombiano a la base de las FARC en Ecuador, sentí de inmediato los tambores de guerra. Sudamérica tiene aún muy presentes sus guerras intestinas —la última fue en 1995, entre Perú y Ecuador—, y casi todos los países del continente se han enfrentado bélicamente contra otro en algún momento.

Para ellos, a diferencia de nosotros los mexicanos, la noción de la guerra es cercana, realista, objetiva. Y aunque desde muy pronto se empezó a perfilar una solución al conflicto por la vía diplomática, los ánimos y actitudes de los involucrados bien nos pudieron poner al borde del abismo.

Ahora que la crisis da visos de resolverse, hay tres temas que me interesa mucho destacar.

Uno, la polarización solapada. Así como siempre se condena —con razón— los intentos de líderes “de izquierda” como Hugo Chávez o Andrés Manuel López Obrador por polarizar a la sociedad y construir el discurso de “o estás conmigo o estás en mi contra”, me ha preocupado ver como esa condena no se da con la misma fuerza en el caso de Alvaro Uribe. El presidente de Colombia, en los hechos, ha creado una argumentación en la que criticarlo a él o su administración es ser pro-FARC, y ese estado de ánimo se ha asentado con efectividad. Nadie puede criticar las tácticas —a veces brutales— del gobierno de Uribe, porque eso es “hacerle el juego a los terroristas”.

La efectiva y solapada polarización discursiva de Uribe es igual de peligrosa que la de Chávez, pero con el matiz de que Uribe es “bien visto” por la mayoría de los países y medios. Es absurdo e injusto sostener que cuestionar los métodos del gobierno colombiano es respaldar a las FARC, pero esa argumentación ha establecido el siguiente punto:

Dos, todo se vale en la guerra. El famoso dicho, tan recurrido para situaciones amorosas, es falso: no todo se vale en la guerra. De hecho, hay millones de cosas que no se valen y, al recurrir a ellas, se acepta que no se es distinto al enemigo. Me ha desconcertado observar que comentadores y editorialistas de la región han sostenido que las aparentes ejecuciones que realizó el ejército colombiano están justificadas. Quienes lo dicen deben estar al tanto que, hasta hoy, ese mismo discurso se usa en la derecha chilena para justificar los asesinatos de la dictadura: “ellos sabían a lo que se atenían”, a pesar de que muchos eran inocentes. Claro que las FARC son las primeras en violar derechos humanos; claro que han cometido crímenes de lesa humanidad; claro que son total y absolutamente injustificables y deben desaparecer. ¿Eso justifica recurrir a sus tácticas? ¿Está bien que lo hagan unos porque “tienen buenas intenciones”? Y así llegamos al último punto:

Tres, la Soberanía con adjetivos. Quedé impresionado ante el argumento popular: “Bueno, sí fue una violación de la soberanía de Ecuador, pero…” ¿Pero qué? ¿Está la soberanía adjetivada? Parece que sí. Colombia aseguró que la información obtenida después de su operación de “*search and destroy*” demostraba cierta colaboración entre Ecuador y la guerrilla. Pero analistas colombianos señalaron que la evidencia era muy débil y si probaba contactos, no comprobaba apoyo ni complicidad. Sin embargo, la prensa internacional aceptó como ciertos los planteamientos colombianos, y ahora la lógica es que Ecuador se lo buscó. Dicen que sí, que se violó la soberanía pero sólo un poco y con buena razón. Curioso: es exactamente lo que dice Israel para bombardear Líbano, y ahí no resulta tan convincente.

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Y que quede claro: no estoy apoyando la actitud de Chávez, también intervencionista y belicosa, ni estoy justificando el terrorismo. Lo que estoy diciendo es que la guerra contra el terror se debe pelear con las armas de la democracia y con los valores del derecho internacional.

Una cosa más. Contrario a lo que la prensa mexicana pudo mostrar, el rol de México —hermano mayor de Latinoamérica— fue marginal. Mientras Chile y Brasil movilizaron a su diplomacia y brincaron a escena con propuestas, México se quedó al margen, con buenas intenciones, llamados telefónicos, pero sin influencia real.

Me solidarizo por completo con el pueblo colombiano, que tiene toda la razón en estar harto de las FARC y de los secuestros; entiendo que apoyen a su presidente en este entuerto y que deseen la erradicación del terrorismo. Pero la soberanía tiene que ser una soberanía sin adjetivos. Y eso vale para todos.

apascoe@cronica.com.mx

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