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El deseo es que se complete este círculo virtuoso en beneficio del país, añade Arturo Reyes Sandoval, director general del IPN. “Es maravilloso salir y conocer otras maneras de pensar y de hacer ciencia. Eso cambia la vida y mejora el crecimiento profesional”

“Mi ilusión es que los jóvenes vayan al extranjero a estudiar y regresen a México con trabajo”: Arturo Reyes Sandoval

Entrevista Arturo Reyes tenía su laboratorio en la Universidad de Oxford y fue parte del equipo que diseñó la vacuna contra Covid-19, en AstraZeneca. (IPN)

Una ilusión que tengo es que se pueda completar ese círculo virtuoso en el que los jóvenes tengan los elementos para salir de México a estudiar posgrados y regresen al país con la certeza de poder insertarse a trabajar en una institución, dice el director general del IPN, Arturo Reyes Sandoval.

En entrevista, el científico habla de su vida, desde su infancia en Teziutlán, Puebla, tiempo donde el futbol era su pasión y de su vena politécnica: una marca familiar de varias generaciones; de sus estudios en el IPN, el trabajo en la Universidad de Oxford y ser parte del equipo que diseñó la vacuna contra Covid-19, en AstraZeneca.

En Oxford tenía su propio laboratorio y cuenta que “es maravilloso salir más allá de nuestras fronteras, conocer otras maneras de pensar, de ver al mundo y hacer ciencia. Por eso deseo que nuestros jóvenes lo experimenten, porque cambia la vida y mejora el crecimiento profesional”.

Recuerda que el nunca deseó ni planeó ser servidor público y ahora en la dirección del IPN, “me permitió establecer programas para apoyar a los que desean ir al extranjero. Salir te hace más crítico del país, pero también te hace contrastar lo bueno que tenemos en México y apreciar más la familia”.

El viaje transforma y cuenta una historia sobre Van Gogh: “Las primeras obras que hizo en Holanda, son oscuras. Uno las ve y pensaría que no son de él, pero decide viajar a Francia y conoce otros artistas, otros movimientos estéticos y otras maneras de arte. Entonces, Van Gogh se convierte en otro al que salió de Holanda y pinta de manera diferente hasta ser el artista que hoy conocemos”.

LA INFANCIA.

Arturo Reyes Sandoval nace en 1970, año de la efervescencia mundialista y donde Brasil conquistaría la Copa Jules Rimet de manera permanente con la magia de “Pelé”. Tiempo de futbol, deporte que sería su pasión en la niñez y adolescencia. Cuenta que Teziutlán es un lugar frío, con mucha neblina y lluvia, “por eso siempre bromeo que no me costó acostumbrarme al Reino Unido”.

Sus estudios de preescolar, primaria y secundaria los realiza en escuelas públicas y hasta la preparatoria llega a escuela privada, pero en la ciudad de Puebla. “Me fasciné de llegar a una ciudad tan grande, comparada con Teziutlán”.

Desde ese tiempo, evoca Arturo, “tenía la mirada puesta en el IPN. Crecí viendo el logo y nombre del Politécnico, porque mis padres estudiaron en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, donde también estudié la licenciatura en Químico Bacteriólogo Parasitólogo y mi abuelo trabajó en la ESCA. Los posgrados lo hice también en el IPN. Soy 150% politécnico”.

Ese sentir guinda-blanco lo lleva a recordar que la institución tiene cosas extraordinarias que se usan en el país y a veces no sabemos que son del Politécnico. “Por ejemplo, cada vez que votamos, la tinta indeleble que se pone en el dedo fue creada en la ENCB o si viajas en el Metrobús, en nuestros centros de investigación se crean las normas, desde cómo debe estar distribuido un camión para que sea más seguro, hasta cómo hacer biodiesel a partir de aceite que se recoge en la Central de Abastos y se usa en el sistema de transporte colectivo”.

DESARROLLO.

Tras estudiar la carrera de Químico, Bacteriólogo y Parasitólogo, Arturo Reyes cuenta que “realizó la Maestría en Ciencias en Patología Celular, que me permitió adentrarme a las en las Ciencias Biomédicas y conocer más sobre el cáncer, específicamente de leucemia. Mi tesis tuvo como objetivo entender cómo funcionaban los tratamientos y cómo podrían, a través de estudios moleculares, ser mejor administrados y tener mejores resultados”.

Al mismo tiempo, agrega, inicia mi conocimiento sobre virus transgénicos que se pueden modificar genéticamente: cortar su material genético y pegarles otro material genético. “¡Eso me cautivó! Fue algo impactante y en algún momento de 1998 decidí trabajar y manipular esos virus para hacer terapia génica, es decir, si alguien que nace sin tener un gen particular y le produce hemofilia por no tener el gen que produce una proteína que favorece la coagulación, entonces podemos insertar un segmento de virus que produzca la proteína que ayuda a la coagulación y se soluciona el problema”.

Arturo Reyes dice que se oye muy fácil, pero no lo es. Entonces, para lograr sus objetivos en este campo, buscó en el Politécnico dónde hacer el posgrado que le permitiera llegar a Estados Unidos, donde se hacía terapia génica. “No quería ingresar a una institución para hacer el posgrado, estaba algo grande, tenía 29 años. Afortunadamente el Poli tenía ese posgrado en Medicina Molecular y permitía hacerlo en diferentes partes de la República. Propuse hacerlo en EU y les sorprendió a los profesores. Finalmente los convencí de hacer el posgrado con ellos y hacer mi proyecto de investigación en los Estados Unidos”.

Arturo cuenta que la razón era que en EU está el Instituto de Terapia Génica más grande del mundo en la Universidad de Pensilvania y, después de enviar más de 50 cartas y esperar meses, una respondía que estaba interesada para estar en su laboratorio. De esta manera hice el proyecto en la Universidad de Pensilvania. “Entonces, el doctorado es del IPN y el proyecto de tesis de investigación fue en el primer Instituto de Investigación Biomédica que hubo en los Estados Unidos, el Wistar”.

Para ese tiempo, relata, trabajaba en una terapia génica para corregir la hemofilia y noté que los virus transgénicos eran muy potentes e iniciaban respuestas inmunes. “No estaba a punto de solucionar el problema de hemofilia, más bien estaba inmunizando contra la proteína, así cambié de rumbo, era lo más sabio, y comencé a dedicarme a las vacunas. Y encontré que un virus, que se conoce como adenovirus, era fantástico para inducir respuestas inmunes. Le puse una parte del virus de la rabia y el resultado fue extraordinario: protegía a modelos animales contra la rabia. Aunque le inyectábamos grandes cantidades del virus de la rabia, no se enfermaban y dije: ahí hay un tesoro”.

Después de eso, clonamos un gen para VIH y otro para prevenir infecciones por el virus del papiloma. “Cuando publiqué los resultados, llamó la atención en la Universidad de Oxford y el director de uno de los centros de desarrollo de vacunas nos visitó y negoció para llevarse los virus. Así, acabé mi doctorado y me fui como investigador postdoctoral a Oxford”.

En la vida, cuenta, a veces se alinean las estrellas: ellos necesitaban esos virus, los suyos en sus vacunas no funcionaban, y me abrió la puerta y hasta ser parte de los creadores de la vacuna contra Covid-19, de AstraZeneca.

VACUNAS PARA LATINOAMERICA

Con el paso del tiempo, Arturo Reyes propuso en Oxford trabajar en vacunas que no se hacían en la institución y eran para enfermedades en Latinoamérica. “Ustedes voltean a África y Asia, pero nadie voltea a Latinoamérica. Vi una oportunidad de crear mi nicho y seguir creciendo como científico”.

Para ello, presentó a la Fundación Wellcome Trust un proyecto de vacuna para malaria de Latinoamérica. Después de mucha presión y angustias para saber si recibiría los fondos, ya que tenía a su familia: esposa y dos hijos y el sueldo de Oxford terminaba en diciembre 2011 y no recibía respuesta. “El corazón me palpitaba. No sabía que pasaría. Era 15 de diciembre y en 15 días se me terminaba todo. Creo que la universidad no me habría dejado solo, pero era una gran presión. Pero sí la obtuve”.

Para el primero de enero del 2012 tenía sus fondos y comenzó a soñar. Tenía un laboratorio en la Universidad de Oxford. “Este era otro de mis sueños de joven: trabajar en un laboratorio de los más avanzados en el mundo. De joven pensaba en Europa e imaginaba el laboratorio. Pero nunca imaginé tener mi propio laboratorio y dar posibilidad a los jóvenes”.

¿Le puso algún nombre al laboratorio?

No, lo conocían como el laboratorio del doctor Reyes Sandoval.

De niño a la actualidad, Arturo no cambia mucho.

Lo que más se me daba era el fútbol. Me iba todas las tardes a jugar con mis amigos. Recuerdo que mi hermano me regaló mis primeros tacos -zapatos de futbol-. Tenía siete u ocho años y jugaba todo el tiempo. Pero no era tan bueno.

¿Le va a algún equipo?

A las Chivas.

¿Por qué?

Porque algún día llegué a un partido con mi papá y era Chivas contra Pumas. A mi hermano le gustaron los Pumas y le gustan todavía. Cuando me dijeron que las Chivas eran solamente mexicanos, dije, ¡ah, qué bonito! Por eso me gustaron las Chivas, por ser un equipo hecho principalmente de mexicanos.

Aunque siempre está el componente del entrenador y ahora dicen que ya no son sólo mexicanos, sino hay naturalizados. Pero es un gran ejemplo que siempre me emocionó y me gustó el hecho de que los mexicanos pudiéramos hacer grandes cosas, trascender. Ya sea en un equipo de fútbol, en la ciencia o tecnología.

Porque creo que todo es posible. No era tan bueno en el fútbol, pero era lo que había en aquel entonces. Ya en el Politécnico me dediqué a otros deportes: nadar y clavados.

No sé por qué me dio por esos deportes. No es fácil echarse un clavado de 10 metros, pero encanta ese deporte. Lo practiqué un par de años y otro par la gimnasia olímpica. Ahora me dedico a correr.

¿Quiso ser músico o qué música le gusta?

De niño aprendí a tocar la guitarra. Ahí más o menos y aquí, en el Politécnico, tenía un grupo de amigos. Uno de ellos era parte de una tuna. Las tunas son las que ve uno en Guanajuato, parecen estudiantinas y traen los listones, son muy jocosas, hacen muchas bromas, tiran el pandero, bailan canciones con doble sentido.

Y recuerdo que, en los primeros años de estar en Ciencias Biológicas, nos íbamos el fin de semana a dar serenatas. El 10 de mayo recorríamos de Tlanepantla hasta la Santa María en la Ribera o de San Cosme en Naucalpan, dando serenatas a las mamás de nuestros amigos y a las mamás de una que otra amiga que nos lo pedía.

En esas serenatas me familiaricé más con la guitarra, se me quitó el miedo de cantar en público y comencé a cantar con ellos. Entonces ya regresaba a casa en Tlaxcala y era el alma de la fiesta. Ahora ya no lo hago, prefiero escuchar a quien sabe tocar bien.

¿De comida, qué le gusta?

¡Ah! Me gusta el chilposo, aunque no se conoce mucho. Es un caldo típico de Tlaxcala. Es de color rojo, poquito picante, y tiene cortado elote, bolitas de masa con queso adentro, piezas de pollo. También me gustan unas cosas que se llaman chilahuates, tamales en hoja verde que se hacen cuando empiezan las lluvias.

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