
Su voz era tan diáfana y clara como su mirada misma, esa que se reflejó en la de incontables chimpancés, entre incontables seres humanos. Descubrió que nuestro comportamiento no era tan distinto, que ellos se parecen más a nosotros o que nosotros nos parecemos más a ellos de lo que antropocéntricamente estábamos dispuestos a aceptar.
Sus palabras y su discurso eran directos y suaves a la vez, sus movimientos cautos y gráciles, sus pasos los de una anciana que ha dejado huella en el corazón de la humanidad y de la vida silvestre, de la que somos aún parte. Alguna vez, la imaginé como una de las abuelas del mundo de este tiempo, una abuela sabia y deslumbrante para todo aquel que quisiera que así lo fuera.
Jane Goodall, etóloga sin igual e inspiración excepcional para la conservación de la vida silvestre del planeta, falleció a los 91 años, a unos días de su reciente visita a México.
La científica será recordada no sólo por su aportación al comportamiento y familiaridad social de los chimpancés con el ser humano, sino además por ser una de las conservacionistas más queridas y admiradas en el mundo.
Su muerte, mientras participaba en una gira de conferencias, fue confirmada el miércoles en una publicación en las redes sociales por el Instituto Jane Goodall, con sede en Washington. No especificó en qué lugar de California murió.
“El Instituto Jane Goodall se ha enterado esta mañana, miércoles, 1 de octubre de 2025, que la Dra. Jane Goodall DBE, Mensajera de la Paz de la ONU y Fundadora del Instituto Jane Goodall ha fallecido debido a causas naturales. Ella estaba en California como parte de su gira de oraciones en los Estados Unidos”, se lee en las redes del instituto.
“Los descubrimientos del Dr. Goodall como etóloga revolucionaron la ciencia, y ella fue una defensora incansable de la protección y restauración de nuestro mundo natural”.
El instituto recuerda que la doctora Jane era mundialmente conocida por sus 65 años de estudio sobre chimpancés salvajes en Gombe, Tanzania. Sin embargo, en la última etapa de su vida, amplió su enfoque y se convirtió en una defensora global de los derechos humanos, el bienestar animal, la protección de las especies y el medio ambiente, y muchos otros temas cruciales.
Tuve la única y valiosa oportunidad de conocer a Jane Goodall en 2011, tras su visita y conferencia en la Universidad Iberoamericana; fue entonces que pude constatar desde cerca su calidez y el inmenso portento humano y moral que irradiaba con deslumbrante sencillez. Fue Mensajera de la Paz de la ONU, pero bien pudo haber sido embajadora de la humanidad y de la vida silvestre. Su vida y obra son un regalo de nuestra especie hacia las demás, un remanso entre los innumerables agravios perpetrados por el “homo sapiens”.
Hace unos días regresó a México, en esta cruzada por despertar en los jóvenes y las sociedades de todo el mundo inspiración no sólo para estudiar etología, ciencias o procurar la conservación, sino para vernos, escucharnos y conmovernos en los otros, en la otredad de las demás personas y los demás animales. Murió en el cumplimiento de esa convicción.