
El derecho internacional considera como crimen internacional el daño ambiental usado como objetivo de guerra, describiéndolo como la “destrucción deliberada del medio ambiente que constituye un daño grave y duradero, y que afecta las condiciones esenciales para la supervivencia humana”. Desde la antigüedad se utilizó el daño al medioambiente como arma, como en el caso de la quema de Moscú, para que cuando el ejército de Napoleón alcanzase la ciudad, no encontrara con que alimentarse.
En el entorno militar, esta táctica se denomina Tierra Quemada o tierra arrasada, que significa la destrucción de cualquier elemento útil, incluyendo tierras cultivables con sus cosechas, ganado, fuentes de agua e infraestructura agrícola. Las imágenes difundidas de la Franja de Gaza y los informes de organismos internacionales sugieren que Israel utilizó todas esas prácticas. Sus habitantes se enfrentan ahora a la destrucción del sistema agroalimentario y a la grave contaminación del ecosistema causadas por la guerra.
A lo que se agrega que, según el estudio de la Comisión Europea “A Multitemporal Snapshot of Greenhouse Gas Emissions from the Israel-Gaza Conflict”, en los primeros tres meses de guerra, la ofensiva israelí generó 281,000 toneladas métricas de dióxido de carbono. Esta huella de carbono equivale a las emisiones anuales de veinte países en condiciones climáticas vulnerables (The Guardian, 09/01/2024).
Una evaluación geoespacial de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Centro de Satélites de las Naciones Unidas (UNOSAT), realizada en mayo de 2025, reveló que en ese momento más del 80 % de las tierras de cultivo de Gaza habían sufrido daños, y que el 77.8 % eran inaccesibles para los agricultores.
Del total de tierras de cultivo previas a los ataques israelíes, solo 688 hectáreas, apenas el 4.6% permanecen disponibles. Esta destrucción se extiende a la infraestructura de Gaza, con un 71.2% de los invernaderos y un 82.8% de los pozos agrícolas dañados. Pero, el daño no se limita a las tierras de cultivo. Según cifras de Euro-Med Human Rights Monitor, Israel ha destruido casi la totalidad del ganado en la Franja (aproximadamente el 97%) mediante bombardeos y hambruna sistemática. Esto incluye a los animales de trabajo, que eran el último medio de transporte ante la escasez de combustible y la limitada movilidad pública.

Antes de los ataques de Israel en Gaza, para responder al ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, alrededor de 6,500 granjas avícolas abastecían el mercado local con aproximadamente tres millones de pollos al mes. El 93 % de estas granjas fue completamente destruido. En cuanto al ganado, incluyendo ovejas y cabras, se estima que la Franja contaba con alrededor de 60,000 ovejas y 10,000 cabras, más del 97% fue exterminado, ya sea por matanza directa o por la muerte por inanición sin alimento y sin agua (Euro-Med Human Rights Monitor).
Lo mismo ocurrió con los burros, pues de un estimado de 20,000 antes de la guerra, apenas quedan el 6%. La mayoría de ellos murieron mientras que una parte salió de la Franja para ser llevada a los refugios de animales en Francia y Bélgica (Starting Over Sanctuary (SOS).
El informe de la FAO se suma a las acusaciones de que Israel utilizó el hambre como arma de guerra. Además de prohibir la entrada de suministros a Gaza entre febrero y septiembre de 2025, la destrucción sistemática del sistema agroalimentario de la Franja ha aniquilado la capacidad de producción de alimentos y ha exacerbado el riesgo de hambruna.
El gran ejemplo de esto es la producción de aceite de oliva, uno de los sectores más importantes de la economía en la Franja de Gaza hasta antes de la guerra. Se estima que en Gaza crecían 1,1 millones de olivos, de los cuales cerca de un millón han sido destruidos en los últimos dos años.
No obstante, el ecocidio en los territorios palestinos se inició antes del 7 de octubre. La escritora palestina Shourideh Molavi (2025), quien relaciona el genocidio con el ecocidio, explica que desde mediados del siglo XX existe un proceso de dominación ecológica destinado a borrar la cultura y la economía autóctonas, y toma como ejemplo la destrucción de la industria de cítricos en la zona de Jaffa y sus alrededores; que era parte de la cultura de la población local.
Otro proceso que es parte de este ecocidio es la desertificación de una gran parte del llamado territorio fronterizo. Israel ha trazado líneas de división que separan los territorios palestinos de los asentamientos israelíes. En estas franjas de seguridad, empleadas para el control y la vigilancia de la población palestina, se ha eliminado todo rastro de vegetación por “razones de seguridad”. Al respecto, las organizaciones palestinas de derechos humanos Al-Mezan y Al-Haq Legal Center han denunciado conjuntamente que la zona de seguridad ha “provocado la destrucción del 35% de las tierras agrícolas de Gaza”, con un impacto devastador en las cosechas, el ganado y los ingresos de los agricultores, y en la seguridad alimentaria de la población civil en general.
Por otro lado, los asentamientos ilegales de colonos israelíes se han duplicado en la última década. Su establecimiento se ve acompañado del despojo de tierras cultivables palestinas y el monopolio israelí de las fuentes de agua, lo que ha puesto en peligro la actividad agrícola de la población local.
A esto se suma lo que se conoce como agroterrorismo, que se refiere a los actos dirigidos a atacar cultivos o ganado con el fin de generar incertidumbre sobre la seguridad alimentaria y causar daños económicos al sector agrícola. La muestra más contundente de esto es el daño causado a la cosecha de aceitunas en Cisjordania, donde alrededor de cien mil familias dependen de sus olivares para vivir.
El Consejo Olivar de la Autoridad Palestina publicó un informe sobre la cosecha de 2025, donde se aprecia que en este periodo solo se cosecharon alrededor de 10 mil toneladas (con lo que se podrá producir un aproximado de 2,200 toneladas de aceite). Si se compara con las cien mil toneladas cosechadas en 2024, la producción de este año es apenas el 10% de lo normal. Los factores que intervienen en esto son diversos, pero principalmente tiene que ver con el ataque de los colonos, y del ejército israelí, a los olivares palestinos. Por ejemplo, la destrucción de cerca de tres mil olivares, ordenada por Avi Bluth, jefe del Comando Central del ejército, que fue denunciado por el periodista de Haaretz, Gideon Levy. Además, en diversas ocasiones el ejército israelí, o colonos violentos, han impedido que los palestinos se acerquen a sus olivares y han evitado que lleven agua a los sembradíos.
Esto ha ocasionado que la agricultura palestina en Cisjordania sea sumamente vulnerable al cambio climático. El invierno de 2024-2025 registró una de las sequías más severas de la historia de la región, con tan solo el 40% de la precipitación media anual. Y uno de los veranos más calurosos.
La guerra ha dejado severos daños al ecosistema de la región. Las evidencias presentadas en los informes de la FAO y de otros organismos internacionales dan cuenta de la destrucción del sistema agroalimentario en Gaza y la vulnerabilidad de la agricultura en Cisjordania al cambio climático, causada por el agroterrorismo y subraya la urgencia de reconocer el ecocidio como un componente intrínseco de la guerra, con efectos catastróficos a largo plazo sobre la seguridad alimentaria de la región y la estabilidad climática global.
*Seminario Universitario de las Culturas de Medio Oriente (SUCUMO)