
Las reflexiones filosóficas sobre la guerra y la paz han sido siempre muy presentes ya que, durante los siglos, la humanidad ha vivido entre estas dos coordenadas. Platón en sus Leyes, habla sobre la guerra; Heródoto, Tucídides, han sido los grandes narradores de las guerras de la antigüedad, mientras que Homero en su Ilíada también narra sobre la guerra. Y, a partir de ahí, las reflexiones sobre la guerra, e implícito sobre la paz, han ocupado las mentes de los pensadores desde la antigüedad hasta el siglo XX, cuando varios filósofos, literatos, politólogos e historiadores, han escrito sobre la guerra y la paz, culminando con la famosa novela: Guerra y paz de Lev Tolstói.
Por lo general, en la historia de la humanidad, se ha asociado la guerra con el mal y la paz con el bien. En su ensayo La paz perpetua, el filósofo alemán Immanuel Kant proyectaba el sueño de una paz duradera. Para Kant la guerra es un mal absoluto que da lugar a todo tipo de delitos, además de que en la guerra el crimen se justifica. Por lo que, la guerra –considerada también antes como “santa”- debería según Kant, desaparecer, apostando, por el uso de la razón humana que debería luchar contra el egoísmo, el deseo de imponer la voluntad o los intereses de un estado. Sin embargo, la guerra no ha desaparecido…, al contrario, se ha multiplicado.
La guerra produce un cuestionamiento moral de la cual ningún ser humano debería huir. Considerando que estamos testimoniando, a nivel mundial dos guerras -la guerra de Rusia con Ucrania y el conflicto (prácticamente una guerra) entre Israel y Hamás- que han dividido el mundo en dos partes, cada una defendiendo su causa, considerando, desde el lado de su óptica, que la guerra hace justicia.
Ante este tipo de eventos, surgen varias preguntas: ¿Puede ser la guerra una causa justa? ¿Es una guerra algo que nos toma por sorpresa, o es algo que estamos provocando? ¿Es la guerra una causa noble, respetable, y buena? ¿Una guerra puede ser santa? ¿Puede considerarse una guerra buena o mala?
El filósofo ruso Nikolai Berdyaev criticaba la versión romántica de una guerra. Si bien es verdad que en las épocas anteriores se asociaba la guerra con el héroe, con un código militar, y con la valentía, con los caballeros medievales que manifestaban en la guerra virtudes como lealtad, nobleza, honor; hoy en día las guerras nacen de un demoníaco espíritu de poder que acude a armas químicas y tecnologizadas para exterminar y, por lo mismo hoy la guerra es totalmente industrializada y tecnificada. Afirma el filósofo: “Es un sinsentido la aplicación de una valoración moral a un fenómeno que se encuentra fuera de toda moralidad. En el pasado ha habido guerras que fueron malas, aunque en menor medida y en algún momento se libraron guerras en defensa de la justicia. Hoy en día una guerra no puede ser un mal en pequeña medida, hoy en día su naturaleza satánica queda al descubierto”.
Es verdad que en el conflicto mencionado entre Israel y Hamás, la motivación es la eliminación del terrorismo. Sin embargo, en un artículo de la Council of Europe, se afirma que “en muchos sentidos la guerra y el terrorismo son similares. Ambas implican actos de extrema violencia, están motivados por consideraciones políticas, ideológicas o fines estratégicos, y son causados por un grupo de individuos contra otro. Sus consecuencias son terribles para los miembros de la población, ya sea intencionadamente o no”. El problema con el extermino del terrorismo -que si bien es una amenaza peligrosa- levanta el cuestionamiento: ¿Cuántas vidas humanas se desperdician en esta campaña de caza de terroristas?
Además, todos sabemos que la industria de armas se ha acrecentado por la guerra y los conflictos armados que existen en muchos lados del mundo, desafortunadamente. La guerra es un negocio. Y ante este panorama mercantil de la guerra, el tema del heroismo y otros valores que antes se podían identificar ya no tienen sentido. Entonces, si la guerra es un negocio de billones de dólares, ¿se quiere realmente la paz?
Recordamos que tras la Segunda Guerra Mundial, con el famoso Juicio de Nüremberg se decidió condenar los “crímenes contra la paz”; es decir, todos aquellos conflictos que violan tratados internacionales; a partir de lo cual la Carta de las Naciones Unidas se convertiría en el más importante documento (tratado internacional) que regula las guerras, aunque no las prohibe cuando se trata de guerras de defensa. A pesar de todo, el problema es que no hemos logrado, como humanidad, una prohibición completa de la guerra. Entonces: ¿Puede ser la guerra un símbolo de una humanidad civilizada?
Despúes de las dos grandes Guerras Mundiales, y después de la Guerra Fria, ya no debería haber justificaciones para las guerras. Sin embargo, hemos asistido a guerras locales, que se han multiplicado en las últimas treinta decádas, y tienen que ver con orgullos nacionales, étnicos y territoriales. Así es la guerra entre Rusia y Ucrania; es decir, una guerra local animada por un tema nacionalista; así como lo es también el conflicto entre Israel y Hamás. El nacionalismo es un signo de arrogancia y de supremacía de una nación, y se puede convertir en una real enfermedad, en una obsesión, y en la fuente emocional de una guerra. Animado por el egoísmo que acaba en el fanatismo, estos nacionalismos extremos llevan al deseo de exterminio del “enemigo de la nación”; es decir, esta adhesión exclusiva a una idea conduce inevitablemente a la guerra. Y, la Segunda Guerra Mundial, debería haber sido la gran lección sobre qué significa el nacionalismo y a dónde nos lleva.
El hecho de que cada vez se empiezan a despertar estas identidades étnicas y nacionales que son signos de malignas manifestaciones que animan los resentimientos, el odio y la violencia, todo eso es una muestra de que no estamos preparados para la idea de unidad espiritual de las etnias, las culturas y las naciones; en otras palabras, no estamos preparados para la paz que implica una educación moral para la convivencia y aceptación, que representa el fundamento de y una humanidad civilizada.
Olvidar las grandes lecciones de la historia, significa olvidar a todos aquellos que han vivido guerras y las tragedias humanas, a todos aquellos que han perdido sus vidas para que las generaciones futuras (es decir, todos nosotros) puedan vivir en “paz”. La abolición de la memoria es la consecuencia de un mundo mediocre en el cual prevalecen el egoísmo y la ignorancia y sí, “el que no aprende de la historia, está condenado a repetirla”.
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