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En lugar de plantear el futuro como tecnológico, donde la cibernética y la inteligencia artificial de alguna forma es lo que constituye la idea de progreso, aquí el futuro está en volver al origen telúrico, terrestre, la materia y la energía y un tiempo cíclico que es una trama que se regenera”, dice Andrea Torreblanca

“Futuros arcaicos”, una ruta para imaginar el porvenir alejado de lo que llamamos progreso con la IA

Obras. Algunas de las piezas de la exposición "Futuros arcaicos", que se presenta en el Museo Tamayo. (Inbal)

Beige, Rojo y Negro son los colores que se hilvanan en “Futuros Arcaicos”, exposición del Museo Tamayo de Arte Contemporáneo que retoma nociones del pasado y el imaginario arcaico como punto de partida para imaginar el futuro. Se puede visitar en las salas 3 y 4 del recinto, hasta el domingo 31 de agosto de 2025.

“La exposición se basa en la idea de poder pensar en el futuro a partir del origen, a partir de lo telúrico, de lo cósmico, de lo alquímico. Son tres escenarios fundamentales que vamos a recorrer”, invita Andrea Torreblanca, actual directora del museo.

En recorrido por estos “Futuros Arcaicos”, Andrea Torreblanca anuncia tres núcleos fundamentales: el primero está inspirado en el desierto, lo geológico, “espacios y paisajes pétreos, fósiles que de alguna forma los artistas están buscando en la materia este retorno al origen”.

El segundo escenario se inspira en el libro de Mircea Eliade, “Herreros y Alquimistas”, en donde se explica el oficio de la metalurgia a partir de lo mitológico. “En donde la alquimia y posibilidades de moldear la materia tienen una relación y un vínculo con lo mágico y lo mitológico”, detalla la directora.

El tercer escenario alude a lo cósmico, la idea del negro y una “dimensión mucho mayor, en donde ciertas obras retoman arquetipos universales”.

“En lugar de plantear el futuro como tecnológico, en donde la cibernética y la inteligencia artificial de alguna forma es lo que constituye la idea de progreso, aquí el futuro está en volver al origen telúrico, terrestre, la materia y la energía y un tiempo cíclico que es una trama que se regenera”, continúa.

Por su parte, la curadora Lorenza Herrasti resalta que la paradoja que proponen está escrita en el mismo título.

“Todos estos artistas tanto modernos como contemporáneos pretenden avanzar mediante esta mirada al futuro. Normalmente estamos inscritos en la inercia del progreso y del mirar hacia el futuro descartando todo lo que es el pasado, pero bueno, aquí lo que vemos es que estos artistas toman como referencias todos estos fenómenos o manifestaciones arcaicas para presentar su obra”, añade.

Obras. Otras de las piezas que se presentan en la muestra. (Inbal)

DESIERTO, ALQUIMIA Y UNIVERSO

Un monolito se erige en la primera sala, en medio del color arena, piezas de piedra y tonos crudos y cremosos.

De acuerdo con la directora del Museo Tamayo, tanto en el arte como en muchas disciplinas el desierto ha sido entendido como un lugar que aparenta ser inhóspito, pero en realidad no es así, sino que es un espacio donde lo místico, la contemplación y un estado de ánimo y psíquico se regeneran.

“En obras de la posguerra el desierto y lo telúrico es muy importante, como encontrar el regreso a un lugar contemplativo y geológico”, apunta parada frente a “Figuras” (1966) del artista Antoni Tápies.

En la siguiente sala, dedicada al rojo y la transformación de la materia, reciben a los visitantes piezas como “La tía del Tarot” (no fechado) de Wolfgang Paalen o “Alquimia” (1980) de Olga de Amaral.

“Marca de alguna forma esta relación con lo mitológico y el oficio de la metalurgia: pasamos del desierto, paisaje terrestre a esta transformación de la materia y a un momento cultural”, detalla Andrea Torreblanca.

Aquí sobresalen algunos nombres de artistas como Álvar Carrillo Gil, Gunther Gerzso o Mathias Goeritz, unidos todos bajo el color asociado al fuego.

“También pensar el fuego tiene que ver con la explosión, con bombas nucleares, con este momento como muy difícil a mediados del siglo XX, en donde regresar a lo mitológico y a la alquimia es algo que los artistas están buscando después de esta gran desolación [de la guerra]”, ahonda la directora del Tamayo.

Al centro de la segunda sala se instaló un foro, inspirado en el ágora griega, en donde se ofrece un programa de actividades público, para discutir y expandir los temas de la propuesta.

Finalmente está la sala del nuevo comienzo, toda de negro, de pies a cabeza.

“Todas las obras tienen esta particularidad de explorar el negro cósmico”, señala Andrea Torreblanca sobre la idea del inicio cíclico o etorno retorno a las que se accede atravesando unas telas negras, y con las que concluye esta muestra.

Además del vacío, el inframundo, la oscuridad o incluso la trascendencia mística, el color negro encierra un “avanzar hacia atrás” retrofuturista que artistas como Mark Rothko, Pierre Soulages, Louise Nevelson o Eduardo Chillida han abordado.

Todas las salas de la exposición están ambientadas sonoramente, con música “concreta-experimental” creada en su mayoría por mujeres que exploraron sonidos primigenios en los años 50 y 60.

En la sección desértica, el sonido se relaciona con lo terrestre y materia, en la segunda parte son los estallidos de los metales y en la última sala buscan la vuelta a lo concreto a través de sonidos primarios -cómo suena la materia sin tecnología-. Se incluyen fichas con las listas completas de las artistas sonoras en cada sala.

“En este sentido, es música que tiene que ver con lo contemplativo y arquetipos universales, como Úrsula Le Guin quien pensaba en un futuro a partir de sociedades arcaicas y primigenias”, agrega Andrea Torreblanca.

A lo largo del recorrido también se pueden encontrar piezas de Gabriel Orozco, Damián Ortega, Irma Palacios, Fernando de Szyszlo, Joan Miró, Barbara Hepworth, Henry Moore, Hiroshi Okada. Frederic Amat, Kenneth Armitage, Herbert Bayer, Alexandre Estrela, Luis Feito, Adolph Gottlieb, Juan Guzmán, Hans Hartung, Lothar Kestenbaum, Roberto Matta, Joan Mitchell, Zoran-Anton Music, Isamu Noguchi, Arnaldo Pomodoro, Gio Pomodoro, Ma. Assumpció Raventós, Earl Reiback, Wojciech Sadley, Susana Sierra, Melanie Smith, Kiyoshi Takahashi, Wolfgang Tillmans y Mark Tobey.

Las obras son casi todas parte de la Colección del Museo Tamayo. Sin embargo, también hay préstamos provenientes del archivo Tamayo y del Museo Carrillo Gil, del Museo de Arte Moderno y de la colección Femsa.

“Todas son obras de la colección original que conformó Tamayo, que él en su momento tenía esta idea de reunir obras de sus coetáneos. Conforme pasa el tiempo, fallece Tamayo, sigue el museo y pues se siguen incorporando obras a la colección Entonces es ese tipo de diálogos los que se generan. Por ejemplo, las piezas de Daniel Ortega son piezas que se integraron a la colección a través del programa pago en especie”, ahonda la curadora Lorenza Herrasti.

Particularmente, Lorenza Herrasti destaca la presencia de algunas fotografías y videos del archivo personal de Rufino Tamayo, quien creó estos materiales en distintos viajes y no forman parte de la Colección del Museo.

“Muchos de esos eran viajes de corte personal, que hacía con Olga y con su familia, con sus sobrinas y demás. Entonces es parte del archivo Tamayo que actualmente lo lleva Julio Álvarez y nos prestaron esas imágenes para poderlas mostrar acá”, detalla la curadora.

Aunque algunas de las fotografías del archivo personal se han incluido en otras muestras, en su mayoría es material por explorar y nunca se ha hecho una exposición específicamente sobre estos materiales, producto de viajes en los que Tamayo retrató sitios arqueológicos y naturaleza alrededor del mundo, ni sobre la dimensión de fotógrafo del artista mexicano.

-¿Qué aportan sobre la visión fotográfica de Rufino Tamayo?

“Se ve la impronta de un artista que domina la composición, que es un artista con una inquietud y una sensibilidad por las formas, que se ve plenamente desarrollado en estas imágenes. Sabemos que para informar su práctica Tamayo justamente se remite a piezas de corte prehispánico, a todos estos emplazamientos antiguos. Entonces también es una línea de investigación que se tiene que explorar mucho más porque sí es algo que informó su trabajo por muchos años”, considera Lorenza Herrasti.

“En el archivo, específicamente de estos viajes, hay más de 1500 fotos, entonces es solo una selección”, agrega.

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