Con Alfabeto ruso, su primer libro —un volumen breve, fragmentario y casi artesanal, publicado por una editorial independiente argentina— Marina Berri inició un camino que no imaginaba: el de explorar la cultura rusa a través de sus palabras. Ahora, con un segundo proyecto más amplio y premiado, la autora consolida su voz ensayística, híbrida y profundamente personal.

Aunque muchos lectores podrían pensar que su interés por Rusia viene de algún lazo familiar, Berri lo desmiente de inmediato. Su acercamiento fue, ante todo, literario. De adolescente leyó a Tolstói en ediciones argentinas que incluían glosarios repletos de palabras intraducibles. Esa primera fascinación se transformó años después, cuando a los 27 comenzó a estudiar el idioma: “Me abrió la cultura en otro sentido”, recuerda. Y abrió también otra forma de leer. Si Tolstói se le mantuvo sólido en traducción, autores como Gógol —que en español no le despertaron demasiado— la deslumbraron al leerlos en ruso: “Me voló la cabeza. Es mi autor preferido hoy en día”.
Del diccionario al ensayo
Su primer libro, Diccionario de ruso, se enfocaba en las palabras: fragmentos breves, casi estampas lingüísticas, acompañados de imágenes. El segundo, en cambio, amplía el campo: “Si el primero estaba enfocado en las palabras, este es la cultura desde las palabras”, explica. No son libros hermanos, sino dos criaturas completamente distintas.
La génesis del nuevo proyecto surgió gracias a la invitación de una amiga —Alejandra Acina, editora de la revista digital La Forma Breve— que le pidió textos inéditos, remanentes del Diccionario. Berri creyó que tenía material, pero al revisarlo se dio cuenta de que no. Lo que sí encontró fue una nota con una idea: escribir un alfabeto. Un libro que siguiera la estructura de esas tablas con las que los niños aprenden a leer: una letra, un dibujo, una palabra que inicia con esa letra. En ruso, este formato incluso constituye un género en sí mismo.
Ese cruce —entre el aprendizaje de su hijo mayor, que empezaba a leer, y el de ella por desentrañar otra lengua— detonó la escritura del libro. Los primeros ensayos fueron más lingüísticos; luego el proyecto se fue expandiendo hacia zonas más culturales, diarias, íntimas y visuales.
Un método de escritura que vive entre dos mundos
El trabajo de documentación de Berri fue, en sus palabras, un proceso de “lianas”: un texto la llevaba a otro, una conversación a una lectura inesperada. “No se termina nunca”, dice. Su escritura se sostiene en la constancia: escribe un rato todos los días, aunque no siempre lo que produzca termine en un libro.
Para este proyecto, la autora se mantenía en un estado de observación permanente: leer, mirar, anotar; cruzar un envoltorio de golosinas con unas memorias recuperadas de un corpus; o una pintura con una cuenta de Instagram. El resultado es un mosaico cultural donde conviven referencias muy conocidas para cualquier lector ruso con otras prácticamente inhallables incluso para ellos.
Un libro híbrido que encontró su lugar
Aunque Berri no tenía claro al principio que estaba escribiendo un ensayo —“por momentos es diario, por momentos es comentario lingüístico”—, lo envió al Premio de No Ficción porque aceptaba géneros híbridos. Ganar transformó su relación con el libro: la llevó a trabajar con editores de distintos países y a ver cómo cada edición se adaptaba a su propio público. No solo en contenido, sino incluso en títulos: Un cocodrilo en Vladivostok en México, Como todo cabe en un huevo Fabergé en Chile, Escenas de lengua y cultura en Brasil.
Y también descubrió que cada público lee el libro desde un ángulo distinto: unos privilegian lo lingüístico, otros lo íntimo, otros lo histórico o lo rusófilo. “La mayoría lo compra porque le gusta Rusia, pero muchos llegan sin saber bien qué van a encontrar”.
Entre Rusia y Latinoamérica
Cuando se le pregunta por los puntos de contacto entre Latinoamérica y Rusia, Berri prefiere pensarlo con calma. Para ella, ambos territorios comparten una posición particular: no son los centros del mundo cultural global, aunque Rusia sea una potencia. Entre Estados Unidos y Europa —las fuerzas centrales—, tanto la literatura latinoamericana como la rusa han encontrado maneras singulares de mirar el mundo.