Cultura

La autora ahondó en su ensayo en el libro “Cuando hablamos del amor” que se presentó en FIL 2025

La batalla por las nuevas machósferas: Dahlia de la Cerda y el amor atravesado por clase, raza y barrio

En Cuando hablamos de amor, la antología coordinada por Aura García Junco, distintas autoras reflexionan sobre el amor desde sus fracturas, dolores, contradicciones y posibilidades. Entre ellas, la escritora y activista Dahlia de la Cerda aporta un ensayo que, desde su experiencia personal y comunitaria, propone una lectura incómoda pero urgente: el amor no se vive igual cuando vienes del barrio, cuando tu cuerpo es leído como periférico, cuando el mundo te ha enseñado a sobrevivir antes que a amar.

En entrevista, Dahlia cuenta que su texto nació de un episodio muy cotidiano —una discusión con su esposo durante una gira— que terminó, como muchas cosas en su vida, en una funa. “Empecé a publicar mis ideas en internet desde que era puro monte”, recuerda. “Y la gente no siempre entendía la vibra. Me funaban… y luego descubrí que también me beneficiaba: las polémicas llevaban lectores a mi blog”. Con esa mezcla entre sinceridad brutal y humor oscuro que la caracteriza, añade: “Hice de la funa mi forma de vida”.

El amor según desde dónde vienes

El tuit que detonó el texto buscaba simplemente conversar con otras mujeres que, como ella, se relacionan “con hombres barrializados, periféricos y racializados”. El mensaje se salió de control, se viralizó mientras ella dormía, y al despertar encontró miles de opiniones, juicios y distorsiones.

Eso la llevó a una conclusión que sostiene en su ensayo: todas nuestras relaciones —afectivas, laborales, de amistad— están atravesadas por la clase, la raza, la diversidad sexual y las neurodivergencias. Y eso produce maneras distintas de amar.

“Mis amigas que andan con escritores tienen problemas de ego: quién publica más, quién vende más. Yo tengo problemas de barrio: que mi esposo quiera resolver todo a madrazos. Son conflictos diferentes, pero ambos son amorosos”, explica.

La era del TikTok y la idea de que los hombres deben “resolver”

En redes, continúa, los discursos reduccionistas se disparan: si un hombre no “resuelve”, no sirve. Dahlia se ríe, pero se preocupa: “¿Resolver qué? ¿Cambiar una llanta? ¡Cambiar una llanta no es tan sencillo! Y además no es obligación de los hombres”.

Critica también la tendencia contraria: mujeres que aún dependen de un hombre incluso para colgar un cuadro. “Amiga, ya existe el pegamento sin clavos”, dice entre risas. Para ella, el camino no está en exigir habilidades técnicas ni en reproducir estereotipos, sino en adquirir autonomía, porque la autosuficiencia te hace menos vulnerable.

Lo único que deberíamos exigir, plantea, es “buen trato, comunicación asertiva y resolución no violenta de los conflictos”.

Estereotipos que dañan: masculinidad, fragilidad y violencia

La autora observa con claridad las violencias que producen estos mandatos. Desde hombres que se suicidan por no cumplir con el ideal del “macho proveedor”, hasta jóvenes que se radicalizan en internet porque creen que las mujeres les deben una relación. “No es que sean feos —dice—, es que se vuelven espantaviejas por su forma de pensar”.

La conclusión es contundente: los fundamentalismos románticos y de género están produciendo heridas profundas.

Hacia una “machósfera alternativa”

Quizá la idea más potente de la conversación surge cuando explica por qué el futuro está en los jóvenes. Para ella, los hombres adultos difícilmente cambiarán, pero los adolescentes y niños aún tienen terreno fértil para cuestionar y transformar.

Por eso propone crear una machósfera alternativa: un ecosistema donde los hombres encuentren modelos masculinos sin violencia, sin misoginia, sin discursos de odio, pero sin negar rasgos que para muchos son identitarios.

Cuenta el ejemplo de un tiktoker que la obsesiona: un chavo de barrio, tatuado, fuerte, que es amo de casa y está orgulloso de cocinar para su pareja. “Si este macho alfa puede cocinar, yo también”, comentan otros hombres. “Eso es valiosísimo”, dice Dahlia. “Porque ellos sí lo escuchan: lo sienten cercano, legítimo, real”.

Para ella, ese es el camino: construir referentes que desmonten la idea de que la masculinidad solo puede vivirse desde la dominación. “Todo lo que sea fundamentalismo hay que echarlo fuera. Y empezar a pensar el mundo de forma más compleja.”

Romper la narrativa de la víctima eterna

En su ensayo, Dahlia también reflexiona sobre cómo las mujeres hemos construido una narrativa donde somos siempre víctimas de los hombres, y cómo esa posición —aunque nace de experiencias reales— también puede inmovilizarnos.

Pero no idealiza. “No todos los hombres, pero siempre es un hombre”, dice sobre el caso del grupo “La princesa de papá”, donde miles de hombres compartían contenido con violencia sexual infantil. Lo que le indigna es también lo que la impulsa a buscar salidas: hay que construir referentes nuevos, no quedarse solo en el horror.

Pensar el amor sin romantizarlo ni simplificarlo

El ensayo de Dahlia en Cuando hablamos de amor no busca respuestas fáciles: se instala en el territorio de la incomodidad. Su apuesta es observar el amor desde las fracturas sociales, desde las violencias normalizadas, desde la posibilidad de cambiar, pero también desde la risa y el barrio.

Porque pensar el amor no lo mata —como dicen algunos—, sino que lo complejiza. Y quizá ahí, en esa complejidad, aparece una forma más honesta de querer.

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