En El sonido del rugido de la onza, Micheliny Verunschk reconstruye —y a la vez imagina— la vida de dos niños indígenas arrancados de la Amazonia en 1817 por los naturalistas alemanes Spix y Martius. Ellos los llevaron a Europa como parte de su botín científico tras recorrer más de diez mil kilómetros por Brasil. La novela, feroz y lírica, contrapone la cosmología amazónica con la mirada colonial europea, y en 2022 obtuvo el Premio Jabuti, el galardón literario más importante del país.
La idea, cuenta Verunschk, surgió al ver en una exposición histórica dos grabados de los niños. Ya conocía esas imágenes por los libros de historia, pero no su historia de vida. “Salí muy perturbada y empecé a investigar. Cuanto más buscaba, menos encontraba”, recuerda. La ausencia de documentación en Brasil —a diferencia de algunos hallazgos hechos por una amiga en archivos alemanes— se volvió un detonante: “Me di cuenta de que, para responder a mis preguntas, debía fabular. Los niños, las mujeres, las minorías tienen sus historias borradas”.
Esa intuición definió también la forma del libro. Tras seis versiones, la autora entendió que no podía escribir una novela histórica clásica: “No es una historia europea. Somos un territorio que pasó por la máquina colonial. Tenía que narrarla desde la mirada de los niños, de la naturaleza, de los entes que no tienen voz”. Así, agua, viento, ríos y paisajes se vuelven protagonistas, inspirados en las cosmologías indígenas donde lo humano y lo natural conviven sin jerarquías.
Poeta antes que narradora, Verunschk apostó por un lenguaje cargado de imágenes y musicalidad. “Uso herramientas de la palabra poética para torcer la lengua portuguesa, que es la lengua del colonizador”, explica. Insertó vocabulario indígena, palabras inventadas, ritmos internos: un modo de tensionar y descolonizar el idioma desde adentro.
El contraste entre la mirada amazónica y Europa Central fue otro eje narrativo. A la confusión que los europeos sintieron al llegar al territorio americano, Verunschk quiso devolverle el gesto: “No nos acostumbramos a ver que nosotros también somos confusos frente a ellos. Pensar esos niños viendo castillos, pieles muy blancas, pelucas imponentes… era inaugurar esa mirada de extrañamiento en sentido inverso”.
Sobre la traducción al español, la autora se dice profundamente satisfecha: “Es muy fiel. Recibí muchas felicitaciones. Fue hecha por un traductor cubano muy considerado”.
El Jabuti, asegura, fue una alegría y una plataforma: “Los premios tienen esa misión de colocar la obra en el mapa, de alimentar el interés por la literatura”. Ese impulso ha permitido que El sonido del rugido de la onza llegue ahora a lectores de distintos países, incluida México, que la autora visita por primera vez: “Mi corazón siempre estuvo aquí: por su cultura, sus escritores, su cocina. México es lindo”.
Cuando se le pregunta cómo supo que la obra estaba terminada después de tantas versiones, responde con una imagen poética: “Es un alarme. Cuando ya no soporto más releerla, cuando estoy tan llena que la obra y yo somos la misma cosa… entonces necesitamos separarnos. La obra se va, yo me quedo”.
¿Qué espera ahora que el libro ya le pertenece a los lectores? “Cada lector que llega es una gran victoria. Nunca imaginé que esta historia, que nació de dos grabados, encontraría tantos caminos en el mundo”.