Cultura

Alejandro G. Roemmers convierte un violín en protagonista de su novela El misterio del último Stradivarius

Un Stradivarius como testigo de la historia y la condición humana

En El misterio del último Stradivarius (Grupo Planeta), Alejandro G. Roemmers construye una novela donde el verdadero protagonista no es un detective ni un criminal, sino un violín centenario que atraviesa guerras, fronteras y vidas humanas. La obra nació de manera casi accidental durante la pandemia, cuando el autor argentino leyó una noticia sobre un crimen en Paraguay cuyo móvil no era otro que el robo de un Stradivarius, un instrumento de valor incalculable y presencia casi imposible en un lugar sin tradición orquestal.

Ese detalle —el desconcierto ante la presencia del violín— fue el detonante creativo. Más que resolver el crimen, Roemmers se preguntó cómo había llegado ese instrumento hasta allí, qué caminos había recorrido y qué historias había absorbido a lo largo de tres siglos. Así, el Stradivarius se transformó en un hilo conductor que permite al autor narrar la historia europea, las tragedias de la guerra, los campos de concentración y, al mismo tiempo, la capacidad del arte para conmover, redimir y provocar actos de bondad.

Aunque la novela abre con una pareja de detectives, el interés del autor se desplaza rápidamente hacia el violín como entidad narrativa. Para Roemmers, este objeto posee una potencia simbólica que ningún personaje humano podría igualar: sobrevive a generaciones, acumula memorias ajenas y evidencia la brevedad de la vida humana frente a la persistencia de la materia y del arte. El instrumento, hecho por Antonio Stradivari, condensa no sólo la perfección técnica de su creador, sino también su carácter, su sensibilidad y la de todos aquellos que lo han tocado.

La forma fue una obsesión central en esta novela. A diferencia de otros libros suyos, escritos con rapidez casi febril, El misterio del último Stradivarius le tomó tres años de trabajo, correcciones y reescrituras, incluso después de haber sido leído por Mario Vargas Llosa, autor del prólogo. Roemmers reconoce que aquí dio más importancia al estilo que nunca antes, influido por su admiración por la novela clásica de detectives y, en especial, por los diálogos de Agatha Christie.

La poesía, aunque no deliberada, atraviesa el relato. El autor insiste en que todo surgió de manera inconsciente, tanto las imágenes poéticas como los mensajes de fondo. Su objetivo no era transmitir una tesis, sino construir una pieza literaria sólida, entretenida y profunda, capaz de mezclar historia, misterio, horror y belleza. En ese recorrido también hay un homenaje a los héroes anónimos: policías, trabajadores y personas comunes que intentan hacer bien su labor en medio de la corrupción y la adversidad cotidiana.

Durante la conversación, Roemmers reflexiona también sobre el empobrecimiento del lenguaje en la era digital y defiende la lectura como un espacio de silencio, profundidad y matices. Frente al avance de la inteligencia artificial, reconoce su utilidad como herramienta de apoyo, pero rechaza cualquier idea de sustitución de la creatividad humana. Para él, la última frontera del ser humano sigue siendo el espíritu, la emoción y la capacidad de amar, algo imposible de replicar por completo en una máquina.

Lejos de asumirse como un escritor profesional, Roemmers se define como un creador que escribe por placer, por artesanía y por vocación artística. Empresario, poeta, novelista y filántropo, ha transitado distintos lenguajes —literatura, teatro musical, sinfonía y audiovisual— con la misma convicción: contar historias que tengan alma. Mientras El misterio del último Stradivarius sigue conquistando lectores que aseguran no poder soltarlo, el autor ya prepara una nueva novela, esta vez más ligera y humorística, confirmando que, cuando el tema llega, la escritura vuelve a comenzar.

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