
Felipe Leal llamó a la puerta de la casa número 88 de la calle Jardín, en San Ángel Inn, al sur de la Ciudad de México. Abrió Juan O’Gorman. Vestía un overol beige con rastros de pintura, pues era la ropa que usaba para trabajar en los murales del Museo Nacional de Historia, en el Castillo de Chapultepec.
Leal, que entonces era un estudiante de arquitectura de 21 años, entró a la casa para entrevistar a O’Gorman sobre el estilo arquitectónico que inauguró en México: el funcionalismo. De hecho, la casa donde se encontraban era la primera de este estilo en América Latina; el propio O’Gorman la diseñó en 1929.
Además de su hogar, con este estilo inauguró un género arquitectónico inédito hasta entonces: las casas-estudio que diseñó para artistas, científicos y humanistas. También proyectó cerca de 30 escuelas –como la primaria Melchor Ocampo, en Coyoacán, Ciudad de México–, y rehabilitó otras veinte.
La visita de Leal fue en 1977, cuando O’Gorman rondaba los 72 años. Sentados en la sala de aquella casa, el joven estudiante de arquitectura inició las preguntas, y el veterano respondió contundente y radical, mientras Leal registraba cada palabra en su libreta.
Casi 50 años después de aquel encuentro, Leal rescató la entrevista que creía perdida y la publicó bajo el título Conversaciones con Juan O’Gorman. Sus Vociferaciones (El Colegio Nacional, 2025) que, además, sale a la luz en el 120 aniversario del natalicio de O’Gorman. En entrevista con Crónica, el también integrante de El Colegio Nacional recuerda al autor de los murales de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México:
“Era un hombre parco, discreto y afable; además de visionario en todos los sentidos. Desde los años 70 ya había predicho el cambio climático, que estamos destruyendo el planeta y que, finalmente, nos íbamos a autodestruir con las dinámicas de la productividad y del extractivismo. También era un hombre muy desilusionado en lo político. Él, que había sido socialista, estaba desencantado de la Unión Soviética”.
Leal cuenta que la entrevista surgió como una tarea que le dejó su maestro Carlos González Lobo, la cual consistía en investigar la arquitectura funcionalista de O’Gorman; sin embargo, se lo tomó tan en serio que decidió buscarlo personalmente. La fortuna le sonrió. Su tutor de tesis, el arquitecto Max Cetto, era compadre de O’Gorman, y gracias a él logró agendar la entrevista.
Muchos años después, en una cena, un amigo le mostró a Leal el retrato que el fotógrafo Enrique Bostelmann le hizo a O’Gorman. En la fotografía en blanco y negro se observa al pintor y arquitecto, en medio plano, frente a un par de espejos; detrás de él se ven dos reflejos de su perfil. El artista sostiene las manos sobre el mango de su bastón y mira a la cámara con un dejo de sospecha, duda y desasosiego. Entonces se le vino a la mente aquella entrevista.
El colegiado dice que siempre recordaba la charla —porque prepara para El Colegio Nacional una serie de libros donde rescata entrevistas con arquitectos—; sin embargo, aquella conversación estaba desaparecida.
“Me decía: ‘¡¿dónde quedó?! ¡Cómo pude perder ese testimonio!’. Por fortuna, hurgando entre los papeles que tenía en mi despacho encontré el manuscrito, porque no la grabe; toda la entrevista estaba escrita a puño y letra. ¡Qué maravilla!”, exclamó Leal al recordar el hallazgo, y añadió:
“Ahora aquellas palabras ven la luz en esta publicación de El Colegio Nacional. Realmente es un testimonio del pensamiento radical y contundente de Juan O’Gorman, que además fue un creador importantísimo de la arquitectura y de la pintura del siglo XX en México”.

O’Gorman, el vociferador
Leal llama “vociferaciones” a las palabras de O’Gorman, porque habló “sin mesura y con gran firmeza”. “Fue el primero en decir que la humanidad va a destruir el planeta; dijo que los mares se vengarían de la contaminación que está produciendo la industria, y que estamos acabando con las especies [de flora y fauna]. Eso lo decía en la década de los setenta”.
El arquitecto dio otro ejemplo de las opiniones radicales de O’Gorman. Contó que cuando le preguntó por la arquitectura que quiso impulsar el expresidente Lázaro Cárdenas, respondió: “Cárdenas hizo una arquitectura de rancho. Él era un ranchero”.
Además, en palabras de Leal, O’Gorman fue de los primeros en reconocer el talento de Frida Kahlo, de quien dijo que era una mujer de sobrada inteligencia y “que le provocaba una serie de desarrollos intelectuales; también reconoció la pintura de Kahlo, cuando en ese entonces Diego Rivera” dominaba la escena pictórica nacional.
De Rivera, en cambio, tenía opiniones ambivalentes. “Por un lado lo admiró como maestro del trazo. Dijo: ‘Yo le aprendí mucho del punto de vista técnico’, pero en lo humano y en lo social tenían diferencias. Llegó a decir: ‘Es un hombre que siempre hizo lo que se le pegó la gana. Lo que lo quería era enamorar mujeres, como Picasso”.
Leal cuenta que también hablaron sobre José Clemente Orozco, a quien admiraba; no obstante, lo calificaba como manco, miope y, “según O’Gorman, era medio daltónico, porque en su pintura hay combinaciones de colores desafortunadas, pero decía que, quizás, esa era su fuerza”.
Con respecto al propio estilo arquitectónico de O’Gorman, el cual destacó por darle importancia a la función de la estructura e ignorar sus ornamentos, Leal dice que O’Gorman “se engañó porque quería ser muy austero; estaba en contra de la arquitectura decorada; le chocaba el neoclásico y el neocolonial. Se consideraba hasta mesurado”. Enseguida, se refirió a la casa que hizo para Rivera, en particular, de su escalara helicoidal externa. “¡Es una escultura!”, exclamó Leal. De austero no tenía nada.
Juan O’Gorman en el siglo XIX
Leal considera que O’Gorman dejó una impronta en la arquitectura funcionalista y piensa que las casas-estudio de Kahlo y Rivera son un emblema, porque fueron los primeros estudios que se hicieron específicamente para artistas.
“La mayor parte los artistas pintaban en espacios adaptados: bodegas, buhardillas, azoteas... en la habitación de una casa vieja o de un apartamento, pero no en un espacio diseñado para eso. Entonces, marcó un género arquitectónico: los estudios para para artistas.
A mí, en particular, me ha tocado la suerte de hacerlos. Hice el estudio de Vicente Rojo, pero también el de Magali Lara y Carlos Aguirre. Entonces, para mí O’Gorman es una pieza fundamental, porque es el parteaguas; quien inicia el género de los estudios”.
De acuerdo con Leal, analizó cómo O’Gorman orientó los ventanales. Por ejemplo, los de Rivera dan al norte, porque es la dirección donde entra mejor la luz sin incomodar al artista.
“Cuando hice el estudio de Vicente Rojo orienté [los ventanales] al norte, como el de Magali Lara; en fin, todos los estudios de pintura que hice más adelante, orienté la entrada de luz al norte para tener esta difusión donde el rayo solar no perturba”, explica.
Finalmente, Leal cuenta que O’Gorman era un hombre de decisiones radicales. Dejó la arquitectura porque la consideraba demandante y prefirió dedicarse a la pintura. Sus decisiones eran inapelables. Incluso, cuando se cansó de vivir, optó por el suicidio.
“Él decide quitarse la vida cuando era mayor, y lo anuncia; ya se le veía como en la foto [de Bostelmann] con su cara cansada. Fue consecuente hasta en eso. Juntó toda la farmacia que tenía en su casa, la metió en la licuadora y la molió”.
Tras ingerir el licuado de pastillas, contó Leal, O’Gorman ató una soga a la rama de un árbol en el jardín de su casa y se colgó. “Como también tenía una escopeta, [con las fuerzas que le quedaban] se dio un tiro en el paladar. No había forma de fallar: o los barbitúricos, o el balazo, o la soga”, concluyó.
