Cultura

En redes sociales ya comienzan a viralizarse los videos de creadores literarios que hablan sobre cuántos libros leyeron en el año, alcanzando cantidades que rebasan los 100 libros y esto genera un debate respecto a lo que es ser un buen o mal lector

¿Cuántos libros leíste en 2025? La lectura como performance en redes sociales

Con la llegada del cierre de año, las redes sociales se llenan de balances personales. Entre resúmenes laborales, metas cumplidas y propósitos para el siguiente ciclo, destaca una pregunta que se repite con fuerza en la comunidad lectora digital: ¿cuántos libros leíste este año? En plataformas como TikTok, Instagram y YouTube comienzan a viralizarse videos de creadores de contenido literario que enumeran sus lecturas anuales, en algunos casos superando los 100 títulos, lo que ha abierto un intenso debate sobre el significado de leer y sobre qué define —o no— a un “buen lector”.

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En la última década, la creación de contenido en torno a los libros ha crecido de manera exponencial. La lectura dejó de ser únicamente un acto íntimo para convertirse también en una práctica compartida: se recomienda, se compara, se califica y se exhibe. Este fenómeno, que ha dado origen a comunidades lectoras activas y visibles, también ha transformado la manera en la que se percibe el hábito de leer, especialmente entre las generaciones más jóvenes.

De la lectura íntima a la lectura exhibida

El auge del llamado booktok, bookstagram y otros espacios digitales dedicados a los libros ha generado nuevas formas de acercarse a la literatura. Las historias contemporáneas, las novedades editoriales y los títulos virales dominan estas plataformas, donde leer ya no es solo leer, sino también comprar, ordenar estanterías, hacer listas, subrayar frases estéticamente y compartir reseñas rápidas acompañadas de música y filtros.

Si bien esta visibilidad ha logrado acercar a muchas personas a la lectura y ha reactivado el interés por los libros, también ha creado una dinámica de comparación constante. En los comentarios de muchos de estos videos surgen dudas y críticas: usuarios que cuestionan la veracidad de las cifras, que señalan que es imposible leer más de diez libros al mes si se trabaja tiempo completo, o que ironizan con frases como “claro, seguro no trabajan”.

Más allá del ataque directo a los creadores, estas reacciones reflejan un malestar más profundo relacionado con las rutinas de vida actuales. En contextos como el mexicano, donde la cultura del cansancio, la precariedad laboral y la exigencia de productividad son constantes, el tiempo libre se convierte en un privilegio. Leer, entonces, deja de ser solo un placer y se vuelve un recordatorio de las desigualdades en el acceso al tiempo, al descanso y al poder adquisitivo.

¿Leer más te hace mejor lector?

La discusión también revive una pregunta antigua, pero ahora amplificada por las redes: ¿la cantidad de libros leídos define la calidad de un lector? La presión por alcanzar cifras altas ha llevado a que muchas personas sientan que leen “poco”, que no son lo suficientemente disciplinadas o que no pertenecen del todo a la comunidad lectora.

Frente a este escenario, han surgido voces que buscan desactivar esa exigencia. Algunos creadores —nuevos y consolidados— hablan abiertamente de leer a otros ritmos, de abandonar libros sin culpa y de recordar que un solo texto puede ser suficiente. Sin embargo, la lógica del algoritmo empuja a mostrar resultados, listas y números, transformando la lectura en una especie de performance cultural: algo que debe ser visto, validado y celebrado públicamente.

En este sentido, la lectura se convierte en una camiseta simbólica que comunica pertenencia, gusto y capital cultural. Ya no basta con leer; parece necesario demostrarlo.

Entre la comunidad y la incomprensión

Las lecturas, que antes eran diálogos silenciosos entre el lector y el libro, ahora se traducen en estrellas, frases subrayadas, fotografías cuidadas y reseñas de pocos párrafos. El acto de compartir no es negativo en sí mismo; al contrario, puede generar diálogo, identificación y recomendaciones valiosas. El problema surge cuando compartir se convierte en una obligación o en una medida de valor personal.

La lectura, como práctica cultural, corre el riesgo de perder su dimensión reflexiva y transformarse en una meta más dentro de la lógica de la productividad. En lugar de preguntarse qué provocó un libro, qué incomodó o qué transformó, la conversación gira en torno a cuántos se leyeron y en cuánto tiempo.

Al final, quizá la pregunta no debería ser cuántos libros se leyeron en 2025, sino cómo se leyeron, desde dónde y para qué. Porque leer no debería ser una competencia ni una vitrina, sino un espacio de encuentro, pausa y comprensión en medio de un mundo que exige producir incluso en el descanso.

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