
¿Qué es un día perfecto? Disfrutar de un buen libro, perdernos en las emociones de nuestra música predilecta, comer lo mismo de siempre, o si acaso escuchar y ver cada día como el sol se pone o se cae, el movimiento de una hojas o el trinar de un pájaro. Todo eso que a simple vista puede parecer que son las rutinas más simples, las cosas más a la mano, las más accesibles, las más solitarias, y al mismo tiempo las más comunes, las menos sofisticadas, las menos ambiciosas y sobre todo las menos pretenciosas; y que a los ojos de la percepción cotidiana y de la expectativa cinematográfica, influenciada por los estímulos del consumo, las preocupaciones del mundo, la necesidad de escape y de emoción, parecen las menos interesantes, las menos deseables, las que menos soñamos, éstas mismas rutinas y cosas de siempre, que están ahí y solo ahí, son transfiguradas por la visión cinematográfica del director de cine alemán Wim Wenders en la presencia real, bella, profunda e infinita del mayor anhelo y deseo humano: que todo tenga sentido. ¿Y cuál es ese sentido? Como decía Sócrates, simplemente ser el que eres, esto es a ojos de Wenders, ser espíritu vivir como espíritu encarnado, y que por ello es un bien tan común, tan difícil, y tan accesible al mismo tiempo para todo ser humano, porque es, como decía el filósofo Max Scheler, lo que define el puesto de cada ser humano en el cosmos. Sin embargo, en nuestros tiempos se suele identificar ser espiritual con un conocimiento o un comportamiento “esotérico” o con el hedonista concepto de “wellness” en donde espíritu y reposo psíquico se confunden. Y por si fuera poco, el sentido de perfección se asocia con el cumplimiento cabal de la famosa pirámide de Maslow, cuya base es de nuevo la mejora progresiva de las condiciones materiales de una persona, y que a pesar de Maslow, se utiliza como razón suficiente para creer que no podemos ser espirituales hasta que no tengamos el dinero o la satisfacción material necesaria, el empleo deseado o el auto adecuado.
En el filme de Wenders, Días perfectos del 2023, nominada a mejor película extranjera en el último certamen de los oscares, el espíritu se ve precisamente como todo lo contrario, ni esotérico ni wellnes -a pesar de que el personaje vive en el corazón mismo de Tokio- sino en cada instante de la vida cotidiana e inmediata, en que -como decía Kierkegaard- por el pestañeo del ojo acontece una mirada, en un instante que se vuelve eterno, es decir una certeza de experimentar que todas las cosas, los seres y las personas, están relacionadas con todas, generando encuentros que producen lazos creativos de posibilidades de juego infinitas. Como lo ha expresado el filósofo Alfonso López Quintás, es por ser seres de encuentro que podemos relacionarnos con el sentido de las cosas más allá de lo funcional, útil, instrumental y meramente usual, sino que nos unimos con la creación misma de la vida.
Wenders nos presenta la rutina diaria de un hombre maduro, casi mayor, que se dedica a lavar los baños públicos, y que todos los días hace exactamente lo mismo, la misma rutina, el mismo café, el mismo baño, la misma comida, que no mira hacia atrás ni mira hacia delante, sin lamentos o melancolías del pasado, ni deseos ni pretensiones del futuro, sino como se lo dice en un momento del filme a su sobrina adolescente Niko -quien lo va a buscar porque ha escapado de la atmósfera de presión social de la casa de su hermana-: “Hoy es hoy y mañana vendrá mañana,” pero eso sí, cada día al salir de su casa mira el cielo, durante su almuerzo fotografía la luz del sol entre las mismas hojas del mismo árbol, selecciona las fotos y las guarda en su cajón de infinitas memorias, y lee un libro antes de dormir, desde cuentos de Patricia Highsmith hasta el poema “Árbiol” de la japonesa Aya Koda, pero sobre todo escucha música icónico-poética: Lou Reed, Leonard Cohen, The Velvet Underground, como el subtexto de sus emociones, y entre día y día, miramos lo que todo ello ha dejado en su espíritu develándose durante el sueño: el entretejido de los textos, de la música, con los momentos afectivos con las personas o la naturaleza, una sonrisa, el rostro de su sobrina, las hojas del árbol, la luz entre ellas y las imágenes en movimiento; al igual que el viento en la naturaleza, ponen en relación todas las imágenes, es decir todas las posibilidades de unas cosas con otras, y por ello cada día, aunque es el mismo, se hace lo mismo, es infinitamente diferente, absolutamente singular, como la palabra japonesa que lo define al final del filme: Komorebi.
Porque estas imágenes indican la naturaleza misma del espíritu, de que todo es posible de nuevo, es decir que cada día es absolutamente una nueva singularidad, un instante eterno como lo llamaba Kierkegaard, y que es lo que el personaje -encarnación del mismo Wenders- intentan captar con su cámara todos los días, el milagro de continuar siendo porque se es nuevo completamente, y no porque nos ajustamos a un concepto o identidad. Por eso cada episodio, cada secuencia, es decir cada día, a excepción de la primera secuencia -donde vemos toda la rutina como tal materialmente y funcionalmente- Wenders reduce esa visión o la acelera, dándola por supuesta en nuestra memoria, para lograr ver la revelación de lo que siempre está presente pero que no vemos naturalmente: los destellos de alegría, de bondad, de dolor, de pena y de cariño; esto es, los destellos del espíritu que vive en cada uno de esos momentos simples y rutinarios, y aparentemente aburridos de la vida de un limpiador de baños públicos.
El efecto del cine, la ilusión del movimiento que se produce al pasar a cierta velocidad las imágenes fijas, Wenders las aplica a las escenas rutinarias, para que dejemos de ver la fijeza y rutina de lo físico y material, y veamos el movimiento del espíritu como destellos de luz y sombras donde todo se relaciona con todo fisurando los juicios, los prejuicios, los conceptos preconcebidos y las identidades, para desbordar todo en la alegría de una potencia de esperanza infinita.
La belleza del filme de Wenders es que sin clichés, sin estereotipos y sin grandes elocuencias, nos hace vivir la belleza inherente a ser espíritus encarnados, lo cual es la esencia de la mirada fílmica, pues según Wenders, el cine se inventó para percibir esto mismo, el espíritu, como lo dice en una entrevista: “esto es exactamente lo que el cine sabe hacer. En eso se basa y por eso se inventó. Porque era lo que nuestro siglo necesitaba, un lenguaje que fuera capaz de crear visión directamente. Y eso es lo más bello de las películas: percibir de repente cosas universales en una representación sencilla y tranquila de lo cotidiano.” (Wim Wenders, El acto de ver, Barcelona: Paidós, 2005, p. 56)
Por eso al personaje no lo calma ni lo sacia ninguna de las formas que la modernidad ha configurado para nuestro consumo y simulación de sentido: ni la tecnología, ni el progreso, ni el éxito, ni los discursos políticos y económicos y por ello tampoco se guía por ellos en su comportamiento moral, esto es como un astuto calculador de beneficios propios, sino al contrario si alguien requiere del dinero más que él le da todo lo que tiene, si alguien requiere tener una señal de que hay reciprocidad en el mundo, no duda en hacerlo, como cuando juega “gato” con alguien desconocido, solo porque entre los rincones de los baños existe un papel que invita al juego. Pero sobre todo esto se muestra cuando al encuentro con su hermana, quien evidentemente es de una familia pudiente, rechaza regresar a ese mundo, y ante el cuestionamiento de su sobrina, cuando le dice que su madre dice que él está perdido contesta “que hay muchos mundos”, ante lo cual Niko identificada ahora con el espectador del filme se pregunta ¿cuál es mi mundo? Pregunta fundamental en todo el filme, para todo ser humano, y que como dice Kierkegaard, inmediatamente accesible y frecuentemente distante, porque ese mundo es cuando se es un espíritu en el tiempo, ese momento en que cada instante como el pestañear del ojo ante una mirada infinita se devela el instante eterno.
Volvamos a preguntarnos ¿qué es un día perfecto? ¿acaso no es tener siempre posibilidades infinitas?, y ¿no es eso acaso lo que un buen libro, una buena música, y sobre todo un no desear lo que una ciudad como Tokio ofrece como promesa de progreso y utopía? Un día perfecto, es ser el que eres, un espíritu encarnado, como decía Max Scheler: “el hombre es el ser que sabe decir no, el asceta da la vida, el eterno protestante contra toda mera realidad.” (Max Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, Buenos Aires: Losada, 2004, p. 72)
* Universidad del Claustro de Sor Juana.
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