El 13 de abril se cumplieron 151 años del nacimiento de Enrique González Martínez, poeta y miembro fundador de El Colegio Nacional. Lo recordamos con un fragmento del discurso que Ramón Xirau pronunció en su ingreso a la misma institución en 1974
El semiolvido en que hoy se tiene a González Martínez -poeta que en su tiempo fue modelo e inspiración para los jóvenes- carece de justificación: en primer lugar -y este es siempre el primer lugar cuando hablamos de arte- porque González Martínez fue y es un espléndido poeta. En segundo lugar, y por decirlo con Pedro Henríquez Ureña, porque González Martínez se dirige a "los problemas esenciales del arte"; y en tercer lugar, porque González Martínez ofrece un ejemplo clarísimo de ruptura con el modernismo: "Por más que busco, escribía en El hombre del búho, no entiendo por qué en algunas críticas sobre mi obra se me coloca entre los modernistas".
A grandes rasgos, que después habré de precisar, Enrique González Martínez es el poeta que, en una primera y larga época (de Silenter -1909- a El romero alucinado, 1926) encuentra su propia voz callada, casi silenciosa, tejida tanto de rumores como de palabras. En su segunda y última época (y principalmente en Babel) sin renunciar a la vida interior ni a su conciencia meditativa, rompe su propio estilo, agudiza y retuerce el verso y se enfrenta al mundo, al mundo moderno a veces con ironía y las más de las veces con el dolor que nace de la lucha entre los hombres; el dolor de las guerras, de las grandes guerras. Son así perceptibles dos momentos sucesivos y complementarios en la obra de González Martínez: el que le conduce a una mayor penetración en la conciencia propia y en el alma del universo y el que le conduce a una poesía íntimamente ligada al mundo contemporáneo. Renunciando al cisne, que nunca fue para él símbolo de Rubén Darío, González Martínez crea una estética y una ética -sobre todo una ética- entre estoica y humanista.
A partir de Silenter, siente que ha encontrado su "propia voz". Traductor de Verlaine, el Verlaine de Sagesse, de Heredia, Maeterlynk, muestra sus afinidades electivas o simplemente sus coincidencias con aquellos simbolistas que cultivan un estilo sencillo, directo, casi descriptivo. Durante largo tiempo afirmó "el culto del silencio, el ansia de comunidad con la naturaleza, el espíritu de contemplación y la angustia interrogante frente al misterio de la vida" (La apacible locura). Sabemos que su “amor por el silencio ... " comenzaba a erigirse en culto y que, por tanto, el poeta se despojaba de ornamentos retóricos, única manera de establecer una verdadera comunión "con el mundo visible" e "interpretar el alma recóndita del mundo". No creía González Martínez en el valor permanente de las revoluciones literarias y, al referirse al modernismo, escribía: "lo que perdura de estas revoluciones literarias no es la presencia del modelo sino los caminos abiertos a campos de libertad". Así, el camino poético de González Martínez es el de una poesía libre y personal que se opone al modernismo, evita las imágenes fáciles o convencionales y las sonoridades decorativas. Esta libertad implica, por otra parte, que la "palabra poética" no vive en un "orden cerrado de significaciones". Para González Martínez el poeta mismo "no sabe a ciencia cierta el alcance connotativo con que ha creado". Esta idea de la poesía es absolutamente moderna. Ya hemos visto que una de las características de la lírica actual es la ambigüedad, una ambigüedad que no es desorden sino significación múltiple y multiplicada. González Martínez cree en el poema como obra abierta. Por decirlo en sus palabras: "hay que dejar que el poema vuele con su mensaje y lo repita sin tregua en busca de resonancias emotivas y de profunda interpretación". Por otra parte, lo que permite que el poema sea vario es precisamente el hecho de que el poema es movimiento y es acto. Así, González Martínez, muy cercano a la modernidad, concibe el poema como obra crítica no tanto porque el poema mismo sea crítico o autocrítico -como lo será en México con José Gorostiza- sino por ponernos en crisis -crisis de creación y de recreación. Escribe González Martínez: "Todo cambia y todo se renueva en el arte y en la vida". Así cada poema es cambio y es variación: es arte y es vida [...].
La V de la victoria, pensaba, acaso ingenuamente, González Martínez, deberá transformarse en la V de la Verdad, de la hermandad entre los hombres "donde un aire cordial pulsa las cuerdas / sonoras de los árboles que cantan". A pesar de la violencia y las circunstancias guerreras del mundo, González Martínez conserva la esperanza y la serenidad, esperanza en los hombres a pesar del dolor y del odio; serenidad tensa y deseosa de paz interior para que la palabra pueda ser "vuelo" y pueda ser "canto".
La poesía de González Martínez tiene aspectos modernos. Pero al mismo tiempo es González Martínez un poeta solitario. Tenía razón Federico de Onís: "Su poesía influyó mucho en el postmodernismo, pero no sirvió para preparar el ultramodernismo". Habría que añadir, tal vez, que la poesía de González Martínez, en muchos de sus aspectos anunciaba, sin prepararla del todo, la modernidad. ¿Serían exactamente lo que fueron los Contemporáneos sin la vía libre en parte abierta por Enrique González Martínez?
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