
Han pasado más de dos décadas desde que Pulp firmó su último testamento musical. Ahora, con More, la banda de liderada por Jarvis Cocker se reconstruye y se sacude el polvo para explicar lo que significa envejecer con estilo, sin traicionar la esencia que los convirtió en una de las voces más agudas del britpop noventero.
Así suena el nuevo disco de Pulp
Desde los primeros compases de Spike Island, queda claro que este no es un disco más de reunión. Es una obra construida sobre pérdidas reales —como la del bajista Steve Mackey— y revelaciones tardías. Producido por James Ford, More se siente urgente, vivo, ineludible. Lejos de buscar repetir fórmulas pasadas, la banda elige explorar nuevas texturas con cuerdas barrocas, sintetizadores sobrios, pasajes que rozan el art pop y el teatro de cámara. Es un sonido más reposado, sí, pero no menos contundente.
La voz de Jarvis Cocker, más áspera y grave, ahora susurra y predica como un cronista que ha visto demasiado y aún no termina de entenderlo todo. El disco se mueve entre la pista de baile y el dormitorio, entre recuerdos borrosos y epifanías cotidianas. En Got To Have Love, Pulp enciende un fuego de pop existencial que coquetea con la euforia y la autocrítica. En My Sex, esa ironía lírica tan suya muta en una confesión andrógina, sin género ni fronteras, donde el cuerpo es apenas una excusa para hablar de deseo, arte y decadencia.
Uno de los mayores logros de More es cómo equilibra la madurez con el espíritu iconoclasta de siempre. El disco trata sobre lo que queda por decir.
En Tina, un retrato nostálgico de una musa imposible, Pulp convierte una escena trivial —el aroma que persiste tras bajarse del tren— en un acto de magia emocional. Y en Grown Ups, quizá la pieza central del álbum, el juego infantil se transforma en una lúcida meditación sobre lo absurdo de crecer. Ser adulto no es una meta, parece decir Cocker, es un papel que se aprende a interpretar mal, una y otra vez.
Para una banda que alguna vez hizo del drama juvenil una epopeya pop, este nuevo capítulo es una meditación adulta sin solemnidad. Es el reflejo de un grupo que aceptó el paso del tiempo, pero no la resignación. Que sigue señalando, con lucidez y poesía, los absurdos de la vida diaria.
Si bien las bases rítmicas suenan por momentos contenidas, domesticadas, como si el cuerpo de las canciones ya no supiera moverse con la misma soltura, no hay intento de sonar jóvenes, pero sí de sonar reales. Y lo logran con creces. A fin de cuentas, Pulp no está aquí para hacernos recordar. Está aquí para hacernos sentir —otra vez, pero distinto—. Y eso, en un mundo de regresos huecos y nostalgias vacías, es un milagro.