
Treinta y cuatro años después de su salida, Nevermind sigue sonando —y provocando— como el disco que, casi de la noche a la mañana, cambió el mapa del rock comercial. Publicado el 24 de septiembre de 1991, el segundo álbum de Nirvana convirtió a Kurt Cobain, Krist Novoselic y Dave Grohl en el núcleo de una revolución sonora que llevó al grunge del sótano de Seattle a las listas de éxitos internacionales.
La sesión de Nevermind se desarrolló con prisa y precisión en la primavera de 1991: la banda entró a Sound City Studios (Van Nuys) en mayo y completó la grabación ese mismo mes, con mezclas y retoques a continuación. El productor Butch Vig fue clave para pulir el sonido crudo de Nirvana —duplicado de voces, capas de guitarra y una mezcla que abría la puerta a la radio sin traicionar la urgencia de la banda— mientras que la edición final quedó en manos del mezclador Andy Wallace. El presupuesto rondó los 65 mil dólares, una cifra relativamente baja para lo que terminaría siendo.
Curiosidad técnica: la famosa “pared” sonora de la batería necesitó la gran sala de tracking de Sound City —algo que Vig valoró especialmente— para capturar el golpe seco y amplio de Grohl, cuya incorporación al grupo meses antes había cambiado la dinámica rítmica de Nirvana.
El título de la canción que lo detonó
Que una frase escrita como broma en la pared de Kurt terminara dando título a uno de los himnos generacionales es una de las anécdotas más celebradas del álbum. Kathleen Hanna (Bikini Kill) garabateó “Kurt smells like Teen Spirit” en el apartamento de Cobain; él, sin saber que Teen Spirit era una marca de desodorante usada por la novia de entonces, tomó la frase como un eslogan con carga revolucionaria y escribió la canción. El resultado —“Smells Like Teen Spirit”— explotó en la radio y en la cultura pop.
Cuando salió, la discográfica sólo esperaba un empuje moderado: las tiradas iniciales fueron pequeñas y la promoción no preveía el terremoto que vendría. Aun así, en menos de un año el single y el álbum se volvieron omnipresentes; Nevermind ha vendido decenas de millones de copias en todo el mundo (estimaciones consolidadas lo sitúan por encima de los 30 millones), y en 1999 la RIAA lo certificó como disco Diamante en EU —un reconocimiento de su estatus comercial e histórico.
La edición original esconde una broma-volcán al final: tras varios minutos de silencio después de “Something in the Way” aparece “Endless, Nameless”, una jam ruidosa que desbarata la calma final del disco. La inclusión del tema llegó envuelta en confusión —la pista llegó a omitirse de la primera tirada por error— y se convirtió en parte del folklore del álbum: sorpresa, enojo de Cobain por la omisión y luego añoranza por esa explosión final.
La portada y su sombra legal
La imagen icónica —un bebé nadando hacia un billete en un anzuelo— también ha sido motivo de debate décadas después. El niño que aparece en la portada, Spencer Elden, dio pie a demandas judiciales en 2021 acusando explotación por el uso de la fotografía; los procedimientos legales fueron contestados y, tras distintas idas y venidas en tribunales federales, varios reclamos terminaron desestimados o archivados por cuestiones procesales, aunque el caso atrajo atención mediática y reavivó el debate sobre arte, consentimiento y límites.

Más allá de anécdotas y cifras, Nevermind funciona por un híbrido —la melodía pop que se pega al oído y el nervio punk que lo empuja hacia la garganta— que lo hace perdurable. El álbum no solo definió el sonido de una generación, sino que abrió puertas comerciales para bandas alternativas y cambió las prioridades industriales: las radios, los grandes sellos y los festivales comenzaron a mirar a la escena alternativa con otros ojos.
Su inclusión en el Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso (por su relevancia cultural) y su constante presencia en listas de “los mejores discos” confirman que su estatus no fue flor de un día.