
En el siglo XVII en Italia existió una monja llamada Benedetta Carlini, Abadesa del Convento de Santa María de Pescia, que clamaba tener visiones místicas y el poder de hacer milagros. Objeto de investigación por parte de los clérigos de la época, trataron de descubrir la validez de sus experiencias religiosas, llegando a la conclusión de que sus actos fueron falsos además de que probaron que Carlini tuvo una relación con otra monja dentro de la Abadía.
Esto fue documentado y recopilado en el libro de 1986 publicado por Judith C. Brown llamado Immodest acts: The life of a lesbian nun in renaissance Italy, dando a conocer a Benedetta como una de las pocas mujeres dentro del clero que fueron acusadas no por su identidad sexual sino de sodomía y ser una tríbade, término que ahora se asocia con la palabra lesbiana.
Qué mejor director para tomar las riendas de este polémico relato que el holandés Paul Verhoeven, realizador nada ajeno a la polémica o controversia que, además, ha tomado a los personajes femeninos como una vía de transgresión interesante, violenta, sexual. Basta recordar a Michelle Leblanc en Elle (2016) o a Catherine Tramell en Bajos instintos (1992), entre otras figuras de su filmografía que destacan por romper los paradigmas establecidos.
Con Benedetta (2022), Verhoeven lleva este relato de lucha, doble moral, sexo y empoderamiento a niveles que sólo este realizador podría. Utilizando las imágenes clásicas del catolicismo, el holandés logra hacer una cinta que constantemente reta y subvierte las creencias de la estructura religiosa para provocar una reflexión interesante a través de este personaje histórico como lo fue Benedetta Carlini, aquí interpretada por la talentosa Virginie Efira, usando a la monja convertida en Abadesa como un vehículo no de crítica o auto entendimiento sino como una prueba que revela todas las motivaciones no tan puras de las personas que la rodean, ya sea su propia familia, las compañeras de oficio o incluso los hombres mismos.
Desde que comienza el filme, se nos enseña una infancia rota en la que Benedetta es vendida al convento por sus padres, haciendo de ella algo no menos parecido a una propiedad de la cual pueden disponer a placer. Es este planteamiento uno de los que Verhoeven explota para después morder duramente a los sistemas donde ella pertenece. La extrema actitud doble moralina de los personajes es exhibida mediante una directa puñalada a la religión usando la sexualidad y ese sentido de objetivación cuando nuestra protagonista comienza esa relación con su compañera, Bartolomea (Daphne Patakia).
Ahí, el realizador saca sus mejores armas de provocación mostrando la supuesta división moral que también Benedetta enfrentaría: ¿preferirá inclinarse por esa vocación cristiana de ser la esposa de Cristo o escogerá el camino de la carnalidad y el placer terrenal? Ese dilema es visto a través de los actos milagrosos que tiene Carlini en los momentos más álgidos donde el sexo y la religión de repente se cruzan para crear escándalo en el espectador más creyente o impresión en el más incrédulo, regalando momentos que pueden ser tan risibles como tremendamente terroríficos o incómodos.
Es en esos puntos donde Benedetta alcanza sus mejores momentos gracias a la labor de Efira, que logra mezclar ese erotismo inherente de Carlini con la devota fe aparentemente ciega y sus peculiares motivaciones que provocarán que se desate una especie de infierno en este pequeño poblado italiano de Pescia. Aunado a ello, tenemos la presencia de Charlotte Rampling como aquella madre superiora que pone en duda todo lo que Benedetta realiza hasta caer en sus redes y también la aparición de un clérigo machista doble moralino que busca ajusticiar a la protagonista, interpretado por Lambert Wilson, que acaba por sufrir peor juicio que el divino.
Cabe destacar que este filme de Verhoeven remite a otro clásico con la etiqueta de ‘maldito’ dirigido por Ken Russel en 1971 titulado The Devils, relato que también tomaba hechos reales ocurridos en Francia y que confrontaba de similares formas lo sexual y lo profano con lo religioso pero con un enfoque un tanto diferente donde las monjas eran víctimas de un sistema manejado por un cura a su conveniencia y el castigo que cayó sobre él y sus fieles seguidores por ello. Sin embargo, en Benedetta más allá de ser una víctima, la monja convertida en Abadesa resulta ser una figura de reto, alguien que a pesar de las acusaciones por su devoción loca que llevó al engaño, fue quien quiso ser y aceptó que, como seres humanos, el pecado es algo inherente y quien esté libre de ello puede tirar la primera piedra.
Con una fotografía bella que nos remite a esos paisajes e historias del neorrealismo italiano y un diseño de producción efectivo, Benedetta sin duda es uno de los mejores filmes que ha entregado Paul Verhoeven en años, demostrando así que su visión como director ha ido madurando pero jamás dejará de lado ese lado polémico y provocativo que esta vez se inclina por poner un dedo en la llaga en lo sacro y lo profano con una protagonista tan ambivalente como realista que acepta sus demonios para confrontarlos a su manera.
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