“López Tarso es López Tarso, póngase lo que se ponga encima”
ENTREVISTA. En el 2021 cuando el actor regresó a los escenario compartió una charla especial, en ese momento se publicó un texto a propósito de la obra ‘Una vida en el teatro’, pero el resultado de esa charla está lleno de memorias
especial
Es bien sabido que, aunque Ignacio López Tarso dejó una huella importante en el cine y la televisión, lo que más le apasionaba era el teatro. Hacia finales del 2021, a propósito del estreno de la puesta en escena Una vida en el teatro en que la leyenda regresaba a los escenarios regresaba junto a su hijo Juan Ignacio Aranda, López Tarso compartió con Crónica Escenario una entrevista promocional.
Si bien aquella charla sirvió para hablar de su regreso al teatro tras la pandemia, la charla a este medio fue por casi una hora y tras su muerte este fin de semana, es meritorio dar a la luz algunas de las memorias más importantes que nos compartió, así como su pasión por la actuación.
Uno de los espacios más simbólicos para un actor es el camerino y ese ha sido el sitio ideal al que trasladó al autor de este texto López Tarso, pues la puesta en escena Una vida en el teatro, se desarrolla en ese sitio: “Parece escrita para nosotros dos y la escribió David Mamet hace 40 años. Creo que la escribió pensando en nosotros sin conocernos y acertó porque escribió una obra muy interesante sobre dos actores en el camerino y no recuerdo yo haber visto ninguna obra que sucediera con lo que vemos en este lugar”, dijo.
“El camerino es el sitio más íntimo del actor. Es el lugar al que llega el actor desde su casa o de la calle, entra al camerino y ahí está todo lo que necesita para convertirse en un personaje. Yo aconsejo que no visiten a los actores en los camerinos, sobre todo antes de la función, quizás después sí, si les gustó para saludar y felicitar al actor por su trabajo, pero antes no porque antes el actor está ahí para reconstruir el personaje todos los días”, añadió.
La charla se dio vía remota. Pero la pantalla no fue impedimento para admirar la lucidez que a sus 96 años tenía entonces. En su expresión se notaba la emoción que le daba el hablar sobre el coraje de ser actor y por momentos cerraba los ojos para trasladarse a uno de sus decenas de camerinos:
“A determinada hora llega el actor a este lugar, se quita la ropa que trae de la calle y se pone la ropa del personaje y ahí empieza la transformación, porque la transformación no es lo más importante, el ponerse la ropa y los aditamentos de cara, peluca, pelos postizos o algo en el rostro, eso no lo es, lo que sí es importante es reconstruirlo por dentro, ¿qué piensa ese personaje? ¿Qué siente?”, dijo.
“Eso es lo que hay que reconstruir y es lo más difícil para un actor, para eso necesita estar solo, concentrado y reconstruyendo mentalmente la idea del personaje, repitiéndo algunos de sus diálogos y el inicio de algunas de las escenas. La soledad es importante para el actor hasta el momento que se da la tercera llamada y se abre el telón. Ahí el actor ya no es el actor sino el intérprete, ahí ya no está López Tarso, sino Rey Lear o el actor de Una vida en el teatro”, agregó.
López Tarso nos habló de ese proceso de transformación pero hubo un momento en que en su memoria se dibujó uno de los recuerdos más duros que le tocó vivir: “El rito al que se sujeta el intérprete es el de llegar y cambiarte por otro. Llegar uno y salir otro. Cuando sales así a escena, eres otra gente, piensas diferente y sientes diferente. Eres el personaje. El intérprete se borra, se deja en el camerino y cuando sales rumbo al escenario después de la tercera llamada ya no eres el mismo”, expresó.
“De modo que esta transformación a veces es complicada o difícil, porque no siempre estás del mismo humor, o no te ha ido igual, a veces llegas con prisa o tuviste un atorón en el tránsito y no te dejó llegar a tiempo y estabas con los nervios de punta porque no podías llegar al teatro, pero eso sucede muchas veces”, comenzó a soltar esas palabras que venían de las entrañas.
El momento que evocaba fue el momento en que se despidió de su madre Ignacia López Herrera: “A mí me pasó un día que después de visitar a mi madre en el sanatorio y de que mi madre se me murió en los brazos, de ahí me fui al Teatro Xola donde estaba representando Edipo Rey en la época del seguro social. Ese tipo de cosas hay que solucionar en el camerino, ¿cómo le hace un actor como yo que llegué ese día, con la emoción terrible de haber visto que mi madre se había muerto en mis brazos hace media hora?”, expresó emotivo.
“De ahí del sanatorio me fui directamente al teatro a ponerme la túnica griega y la máscara del Rey Edipo. Es difícil. Hay momentos que no se olvidan y momentos en que se tuvo que poner la mayor capacidad de transformación. La mayor capacidad de concentración en tu trabajo y olvidar el resto y estar en Edipo con la máscara puesta para salir a escena y ser otro que no sentía dolor”, enfatizó.
“LOS GRIEGOS SON NUESTROS MAESTROS”
Tras ese recuerdo López Tarso volvió a evocar su historia. Nos llevó al momento en que se convirtió en actor y compartió la manera en que vivió diferentes facetas en los escenarios. La primera de ellas dando vida a los grandes personajes del teatro griego:
“Considero que empecé mi carrera como actor el día que entré a la carrera de teatro en Bellas Artes, en 1948. Recuerdo bien. Recuerdo todos mis cambios, como pasé del teatro griego que es lo más antiguo que puede representarse en la actualidad en teatro. Los griegos son nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros maestros, los inspiradores, los reyes de siempre, los creadores de nuestra cultura, de nuestra manera de pensar respecto al arte, los que nos enseñaron a eso, a transformarte de un ser humano a un ser ideal, a un ser diferente dentro de la historia de la obra”, comentó.
“Los actores somos contadores de historias. Llegas al teatro y te preparas y entras al escenario a contar una historia al público, de modo que hay que tener esa capacidad de transformación. Olvidar que eres tú sin olvidarlo. Saber que eres alguien más pero sigues siendo tú, no puedes borrarte. López Tarso es López Tarso, póngase lo que se ponga encima. Eso nadie lo puede negar”, continuó.
“Yo voy a transformarme de Edipo Rey o Rey Lear o Pablo Neruda o Pablo Picasso, el pintor catalán, espera no era catalán… (hace memoria) era andaluz. Pude ser todos esos personajes sin olvidarme de mí. Son como 150 personajes en teatro nada más los que llevo, de las de mayor trabajo de actuación”, complementó.
En un momento de su reflexión el actor opinó que es necesario no dejar en el olvido a las obras clásicas dejándolo como uno de los consejos más importantes para los actores jóvenes: “He tenido la suerte de que los propios productores y maestros en la escuela de teatro fueron los que me ayudaron sabiendo lo que yo quería de teatro. Yo me hice para ser actor de teatro y dentro del teatro apegarme lo más a los clásico que se pudiera y así ha sido toda mi carrera, empecé con los griegos: Hipólito o la Orestiada; y luego fueron los clásicos del siglo de oro español del teatro en verso que ya no se hace. Ya no hay actores que lo hagan o que sepan dilucidar o traducir lo que quiere decir el verso clásico delante de un público moderno, eso no lo sabe la mayor parte de los actores y eso es muy importante”, dijo.
EL TEATRO CLÁSICO ESPAÑOL
Ese consejo de mantener vigente el teatro clásico griego se extendió a exaltar el aprendizaje que le permitió el haber explorado el teatro español: “Yo siempre le aconsejo a los actores más jóvenes que empiecen por ahí, por lo más difícil, porque eso ya no se hace y hay que volver a hacerlo y si no lo haces cuando eres estudiante cuando vas a enterarte de lo que significa la obra de Lope de Vega, de Calderón, de Vélez de Guevara, de Fernando de Rojas, todos esos grandes autores, verdaderas maravillas. Todas esas obras las hice dirigido por Álvaro Custodio, un gran director español que vino a México a causa de la guerra civil en los tiempos de Lázaro Cárdenas como muchos intelectuales que vinieron a refugiarse en México y que nos dieron un empujón en la cultura y en la sabiduría”, expresó.
“Era gente que sabía mucho como León Felipe, el gran poeta León Felipe. Yo hice después la versión para Macbeth, de Shakespeare, por León Felipe. Fue maravilloso. Y con él vino Álvaro Custodio, él fue mi director y quien me enseñó a casi traducir lo que es el verso clásico, para decirlo en un escenario con todo el sentido de la verdad que te exige el teatro moderno. Sin cambiar nada, simplemente tratar de que el verso de entonces, que es casi incomprensible para quien no está acostumbrado a hacer esa traducción, que es un trabajo muy interesante de hacer”, dijo.
De la mano con sus recuerdos comenzaron a brotar los nombres de figuras que le ayudaron a pulir su talento en los escenarios, en esta etapa “eso se lo debo a ese gran director que es Álvaro Custodio y a Isabel, su mujer. Con ellos hice La Celestina, con doña Amparo Villegas, que era una actriz española. Con ellos hice La Celestina y luego Las mocedades del Cid, Reinar después de morir y La discreta enamorada, y muchas otras. Todas experiencias maravillosas. Fue una época extraordinaria en mi vida de actor”, destacó.
TEATRO MODERNO Y LOS AUTORES MEXICANOS
Viajar con él a su memoria fue una experiencia casi intimidante. Su recordar era preciso, su expresividad era efusiva. Al llegar al momento de hablar de su experiencia representando la obra de William Shakespeare, hubo momentos en que a través de la pantalla movía sus brazos gesticulando alguna escena o momento de la obra:
“Así pasé a lo más moderno como Shakespeare y Moliere. Traducir a Shakespeare, fue un reto y lo hizo León Felipe, gracias a él hice Macbeth, la historia de un general que es una bestia. Recuerdo que para entonces yo era flaco, así como estoy ahorita, y yo tenía que ser un gladiador, porque Macbeth es un general que maneja el mandoble, que es esa espada pesadísima que se maneja a dos manos (dijo emulando el movimiento con sus manos). Había que traducir también las actitudes y la forma de pensar de la gente de otro tiempo, muy bello trabajo”, comentó.
Desde luego también hubo momento de recordar a los autores nacionales: “Interpreté en mis buenas épocas a todos los mejores dramaturgos mexicanos desde Rodolfo Usigli hasta Vicente Leñero y Emilio Carballido, Sergio Magaña y Hugo Argüelles, en fin todos los grandes autores mexicanos grandes, que hice en diferentes épocas. El Moctezuma II fue con el que estrené el Teatro Reforma, que creo que ya ni funciona como teatro”, comentó.
“Yo estrené ese teatro del Seguro Social que no era teatro sino un auditorio, que habían construido para los empleados porque era donde celebran sus asambleas los del sindicato, para eso eran pero un día se le ocurrió al maestro Salvador Novo en Bellas Artes, pedir ese lugar para que lo manejara Bellas Artes, ya que lo tenían cerrado la mayor parte del año, y así me invitó a hacer Moctezuma II, bajo la dirección de André Moró, a quien el día que le oí decir en francés el Cyrano de Bergerac yo dije escondido entre telones: ‘qué feliz sería yo si dentro de pocos años yo pudiera interpretar a este mismo personaje’ y se me hizo”, siguió.
“Pocos años después se inició la actividad del seguro social, me invitaron a participar. Yo le dije al maestro Ignacio Retes si sería posible pensar en un Cyrano de Bergerac y me dijo que sí. Me llegó a los seis u ocho meses. Así que fui feliz porque hice una temporada larga en el Teatro del Seguro Social con una escenografía preciosa del maestro Julio Prieto. Así pasó con otras obras en ese teatro, que había visto antes y pensaba hacer algo parecido y se me cumplieron, como ocurrió con Rey Lear para la universidad (UNAM) dirigido por Salvador Garcini, en el Teatro Ruíz de Alarcón que está dentro de las instalaciones de la universidad”, complementó.
En la charla hubo un momento especial cuando habló de Rey Lear pues evocó una de las escenas con la entonación de su voz: “Con mis hijas, hurañas, dos medias pícaras sinvergüenzas y una muy hermosa que quería mucho el Rey Lear, a la cual la matan antes que a las otras. Cómo sufre el Rey Lear con su hija muerta en los brazos: ‘Cómo puede existir un perro, un caballo, una rata y tú mi vida, tú ya no respiras, ¿por qué?’ y llora el Rey Lear, implora el Rey Lear, implora a Dios (dice alzando la mirada como en personaje) porque le han quitado a su hija consentida. Preciosa la obra y la hice por una larga temporada para un público formidable que llenaba el teatro todos los días y luego la universidad me ayudó para llevar la obra por toda la República”, dijo.
EL CINE LO LLEVÓ A CONOCER EL MUNDO
Si bien es cierto que el actor muestra su fascinación por el teatro en todo momento, al hablar del cine parece haber sentimientos encontrados. Hay una serie de memorias que le hacen sentirse agradecido por su experiencia en la pantalla grande pero hay otras que parecen ser momentos amargos. La reacción es espontánea tan solo de escuchar la frase “Época de Oro del Cine Mexicano”:
“Yo ya no vi nada del oro. Cuando yo llegué al cine ya se lo habían acabado. No dejaron nada. Pero me tocó la suerte de hacer muy buenas películas como La cucaracha o La estrella vacía, y otras que hice con María (Félix) y otros actores, como hacer Macario en 1959, y en 1960 ya estaba la película compitiendo por ser la mejor película extranjera por primera vez en Hollywood”, destacó.
“Macario me llevó por muchas partes del mundo. Ha sido una película con éxito. Con Macario fui a Moscú, a la India, a Nueva Delhi, Bombay y Calcuta, con Macario fui a Israel y a otros países donde les gustó. En la India estuve cuatro semanas, una por cada una de las más grandes ciudades. Tengo una foto con el primer ministro de ese entonces. Me trataron muy bien”, agregó.
Una de las cosas más difíciles de concebir en López Tarso es la forma en que lo afectó la etapa oscura del cine mexicano de los años 60 y 70: “Mi vida en el cine, en el teatro y la televisión ha sido muy bonita. Me han ofrecido muy buenas cosas. He hecho de lo mejor que podía, de lo que yo quería y me ha tocado la suerte de poder hacerlo. He tenido premios, quizás los que no quisiera. Tuve la mala suerte de que la mayor parte de mis buenas películas fueran en una época en que no había el Premio Ariel, porque estuvo cancelado durante 15 o 18 años en la historia del cine mexicano, y en ese tiempo donde no hubo Arieles produje las mejores cosas de mi cine y no pude tener más Arieles”, expresó.
“Tengo un Ariel por una película que se llama La rosa blanca, que es un cuento de Traven sobre la expropiación petrolera y dirigida por (Roberto) Gavaldón. Fue premiada en varias partes y en México no tuvo premios porque no había Arieles. Pero tengo el Ariel de Oro por trayectoria y por esta película”, continuó.
“Ha sido una carrera, no absolutamente feliz pero buena. Me ha gustado, he hecho muchas cosas muy buenas. He tenido muchos premios, he sido invitado a muchos países con películas bajo el brazo y he visitado toda la República con el teatro”, añadió.
De su faceta cinematográfica tiene recuerdos especiales con dos cineastas: Roberto Gavaldón e Ismael Rodríguez: “Gavaldón era un gran director, Ismael Rodríguez igual. Entusiastas de la producción y el cine que se murieron temprano. Roberto tenía un defecto en la mano, no sé qué le pasaba, creo que tuvo un accidente en su garage un día cuando un coche se le echó encima cuando él pasaba y lo hirió, así quedó mal”, comentó.
“Perdí contacto con ellos. Cuando murieron lo sentí muchísimo. Con Gavaldón hice Macario, desde luego, pero también El gallo de oro, La vida inútil de Pito Pérez, La rosa blanca y Días de otoño. Con Ismael hice El hombre de papel, Los hermanos del hierro, La cucaracha… esa de El hombre de papel nunca tuvo una mención siquiera, cuando merecía el Ariel, pero no había premios y pasó desapercibida la película. Desperdiciada publicitariamente. Creo que ya había muerto Ismael y nadie se encargó de cuidarla. Muy mal. Pero Ismael fue un gran compañero, amigo, director y un gran bebedor de tequila. A los dos nos gustaba mucho juntarnos antes de la comida de filmación para tomarnos un buen trago de tequila, comer y luego regresar a la filmación”, dijo con una sonrisa en el rostro.
“Disfruté mucho la amistad y compañía tanto de Gavaldón como de Ismael. Gavaldón me dirigió en muy buenas películas, algunas tuvieron éxito a pesar de que estuvieron en ese tiempo oscuro del cine mexicano que estaba dado a la greña y no se sabía qué iba a pasar y estaba doña Margarita López Portillo, y luego quién sabe quién, no se sabía qué pasaba, luego se incendió la Cineteca Nacional y luego todos los males que le cayeron al cine mexicano fue en esa época y yo lo resentí mucho”, complementó esa parte de la historia.
También hubo espacio para destacar su impresión del cine mexicano en la actualidad a partir de que estaba a la espera de saber si regresaba al cine (dato que no ha quedado resuelto hasta el momento): “Tengo un par de libretos. Es posible que se puedan realizar. Ya tenemos mucho tiempo esperando. Me hablan y me dicen que hay buenas noticias, que ya hay apoyo y esto y lo otro. Me piden cartas para decir que estoy interesado y claro, les doy cartas y al director y van con la carta para sacar fondos a la producción. Pero vuelve a tardar dos o tres meses y vuelve a pasar que no salen. Creo que anda muy mal la industria”, adelantó.
“Tengo esos dos guiones a los que les dije que sí. Con mucho gusto pero no se han hecho ninguno de los dos. Los dos directores andan complicados por falta de dinero y ya se les murió uno de los actores más importantes y luego quién sabe quién. Pues por todas esas circunstancias hay que aguantarlas para ver si llega la oportunidad de hacer una buena película”, añadió.
LA MÚSICA, UNA PASIÓN ESCONDIDA
Curiosamente, dentro de la charla el actor revivió otra faceta muy poco conocida de su vida. Si el actor conoció gran parte del mundo fuera de América por el cine y todo México gracias al teatro, destacó que gracias a la música conoció gran parte de los países de habla hispana:
“También hubo 10 años que dediqué mi carrera a los corridos. Grabé más de 100 corridos en ocho LP’s, esos grandotes discos de acetatos que ya no se usan. Grabé los 100 mejores corridos mexicanos y unas cuantas historietas que me escribieron. Eso lo hice con la CBS, luego tronó, se hizo una pelotera del demonio, no supe qué pasó con mis discos que se estaban vendiendo muy bien y ya no me pasaron nunca regalías, se acabó todo porque la CBS fue un fracaso, no sé porque la borraron del mapa pero con ella yo desaparecí o cuando menos mi música”, comentó.
“Estuve muy bien acompañado para los corridos, el Mariachi de Oro y Plata de Pepe Chávez, con una guitarra formidable de Roberto Rojas; un muchacho ciego que le decían El conejito y tocaba el acordeón maravilloso, pero además cantaba con una voz aguda muy bien los corridos; con su mujer también hice un dueto en un corrido que se llamaba 'Los madrugadores del Bajío' y fue muy bonito”, añadió.
“Fueron 10 años que la música me llevó a recorrer los países de habla en español, salvo Argentina y Brasil, todos los demás los recorrí, acompañado a veces por grandes estrellas como Nati Mistral, con quien fui de gira a España, yo haciendo corridos y ella romances, que los cantaba precioso. Luego ella vino a México conmigo y estuvimos en el Teatro Hidalgo, y luego con mi comadre Raquel Olmedo y hasta con Massiel que cantaba ‘Rosas en el mar’”, destacó.
Para cuando ocurrió esta entrevista los teatros ya estaban abiertos. Ignacio López Tarso estaba agradecido con eso y se encontraba deseoso de volver a estar en un escenario: “Luego de la pandemia ya era justo. Estaba, en algunos momentos, desesperado. De ver que pasaba el tiempo, pasaban las semanas, los meses y hasta los años y no pasaba nada. Y yo encerrado en mi casa, eso sí muy bien acompañado en mi casa, sobre todo con mi hijo Juan Ignacio (Aranda), quien me ha estado acompañando y me ha ayudado muchísimo, pero también mis hijas Susana y Gabriela, y mis nietos que me hablan por teléfono y que vienen a saludarme”, expresó.
Uno de los grandes titanes del arte en México se sobrepuso a la pandemia: “Yo no salí para nada en más de dos años, de modo que sí fue largo, penoso y pesado. Había momentos de desesperación, pero pude soportarlos, pude calmarme, nunca tuve un problema de mal humor visible, yo lo sentía por dentro pero al exterior traté de comportarme lo mejor posible y creo que lo logré. Ahora espérenme en el teatro que ese es mi sitio”, concluyó.