
Egresado de las filas de Saturday Night Live, compañero de comedia incondicional de Will Ferrell, con quien ha coescrito y realizado varias de sus cintas como Anchorman: La Leyenda de Ron Burgundy (2004) y su secuela, Ricky Bobby: Loco por la Velocidad (2006) o Policías de Repuesto (2010), entre otras, además de ser cofundador del sitio de comedia Funny or Die, la carrera cómica de Adam McKay dio un giro interesante en los últimos años, específicamente en el 2015.
Fue ahí que la llegada de La gran apuesta le otorgó cinco nominaciones al codiciado Premio de la Academia, donde se llevó a casa el de Mejor Guion Adaptado gracias a una cinta que mezclaba el drama de la realidad de la crisis económica estadounidense derivada del mercado hipotecario con sus malos manejos y una comedia ácida en la que desglosa los pormenores y causas de la misma a través de unos personajes que apostaron en contra de este sistema.
A partir de ese momento, McKay opta por proyectos con un humor bastante negro en los que satiriza asuntos como la mala política estadounidense del periodo de Bush o la contemplación del fin del mundo y la falta de acción por las autoridades correspondientes. Tal es el caso de No miren arriba, película que llegó a Netflix el 24 de diciembre, inspirada que si bien puede ser una comedia apocalíptica, se separa completamente de las cintas de desastres para concentrarse más en el factor humano.
Los astrónomos Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) y Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) descubren un asteroide que viene hacia la Tierra, mismo que al estrellarse terminará con la vida en el planeta. Sin embargo, al querer advertir a las autoridades comienzan una larga gira donde parece que a nadie le interesa el problema. A partir de esa premisa, McKay construye una tragicomedia ácida que hace referencia a muchos líos del presente.
Tenemos por ahí la mordaz crítica hacia la politización de temas que son de importancia para la población de una nación, no se diga del mundo, marcando un paralelismo interesante con las posturas acerca de tópicos como el calentamiento global o la misma pandemia que nos ha azotado en los últimos dos años.
Aquí, enfocándose en Estados Unidos, McKay no duda en burlarse de las actitudes de políticos recientes de la mano de la presidenta Orlean (Meryl Streep) y su nefasto hijo, Jason (Jonah Hill) que son una clara alusión a los Trump, por ejemplo.
También está una postura de la ciencia y cómo es desestimada no sólo por cuestiones políticas sino por falta de credibilidad o por los mismos medios de comunicación. Aquí, vemos al periodismo como un sistema voraz que busca crear la nota y generar expectativa pero que busca a su vez tener rating, números y cifras que una noticia importante no tiene pero un chisme de ocasión que involucra el rompimiento de dos estrellas de la música si logra, burlándose de la banalidad del mismo.
Tampoco como sociedad salimos bien parados en este retrato satírico pues pareciera que McKay suelta el mordaz comentario hacia la incredulidad de todo por parte de nosotros que vivimos sumergidos en las redes sociales, alejándonos de las relaciones humanas y volviéndonos banales hasta con el inminente fin del mundo.
Todo esto es abarcado durante casi dos horas y media de película en la que el principal fallo es la falta de consistencia entre los mismos temas. Es inevitable sentir los cambios entre los enfoques y comentarios que McKay busca expresar, más allá de que puedan ser hilarantes o muy apegados a nuestra realidad.
Una de las cosas que sirven para que esta atiborrada cinta apocalíptica que se inclina más por los caminos de Buscando un amigo para el fin del mundo (Scafaria, 2012) que por los desastres espectaculares de Armageddon (Bay, 1998) o Impacto profundo (Leder, 1998) es el gran ensamble actoral que buscan mantener el balance de toda la sátira, destacando DiCaprio y Lawrence pero donde también vemos a Cate Blanchett, Mark Rylance o Timotheé Chalamet, entre otros, que reproducen ciertos estereotipos para hacer amena la experiencia.
A pesar de todo ello, No miren arriba es posiblemente la cinta menos efectiva de las últimas bajo la mano y lente de McKay, que aquí busca hacer al espectador despertar al respecto mediante la comedia sin lograr amalgamar del todo los paralelismos con lo que vivimos y que tal vez nos espera con esta sátira de múltiples caras donde la metáfora es dolorosa y hasta palpable para una época en la que la humanidad parece no importarle nada, ni siquiera el mismo fin del mundo.
Así, esta producción de Netflix es una incómoda cinta que va desde lo divertido a lo depresivo, donde la apatía de nuestra sociedad parece ser tal que somos incapaces no sólo de mirar arriba sino al futuro que nos depara, remitiéndonos a esa melodía ochentera de la banda REM que recitaba en su coro: ‘este es el fin del mundo como lo conocemos y me siento bien’.
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