Escenario

“Turning red”: Un filme que abraza las diferencias y establece una conexión entre generaciones

CORTE Y QUEDA. Dirigida por la cineasta Domee Shi es una cinta colorida, llena de alma y un mensaje de unión familiar que se atreve a tocar temas tabú con simbolismos interesantes

Mei Lee y su madre Ming
Domee Shi lleva a la pantalla grande un filme inspirado en la relación que tuvo con su mamá. Domee Shi lleva a la pantalla grande un filme inspirado en la relación que tuvo con su mamá. (CORTESIA Disney+)

Pixar siempre ha empujado los límites de la animación en cuanto a sus narrativas y personajes. Desde la aparición de los juguetes más populares (Toy Story, 1995) que nos enseñaron a crecer, pasando por una familia de superhéroes disfuncional (Los Increíbles, 2004), unos monstruos con sustos que daban gusto (Monsters Inc., 2001) hasta cuestiones más complejas como la existencia humana (Soul, 2020) o las emociones y la mente de una niña pasando a la adolescencia (Intensa Mente, 2015), no cabe duda que ha sido una productora que ha sobrepasado ciertos bajones para regularmente entregar productos de calidad en cine.

Ante ello, toca el turno a una directora que lleva ya tiempo en el estudio, Domee Shi, ganadora del Oscar por su corto animado titulado Bao (2018), para hacer su primer largometraje inspirándose en su propio periodo de crecimiento y usando un personaje muy peculiar para hablar de temas que a la fecha siguen siendo tabú como la menstruación, la sexualidad y ese paso alocado que también implica crecer.

Todo eso y un poco más se puede apreciar en Turning Red, donde la protagonista, Mei Lee, una chica chino-canadiense en plena edad de la punzada a principios del nuevo milenio, se encuentra con el dilema no sólo de lo que implica madurar y los cambios hormonales en su persona, sino también ante esa constante lucha adolescente de ser quien uno quiere o ceder ante la presión de las figuras paternales, en este caso, su madre Ming.

Ante ello, Shi recurre a un simbolismo que relaciona a la menstruación y esos cambios físicos/hormonales con algo que va de lo tierno a lo amenazante de vez en cuando y que, para la realizadora, ejemplifica de buena forma la manera en cómo ella ve ese lado salvaje de la adolescencia: la figura de un enorme panda rojo, Red, que aparece cada vez que sus emociones cambian drásticamente, animal que además en el relato liga a la historia de sus antepasados familiares.

Una de las ventajas de la cinta animada es, justamente, la ambientación. Ubicada a principios de los 2000 en Toronto, Domee Shi utiliza muchas referencias interesantes, especialmente el uso de las boy bands para desatar la euforia hormonal de la protagonista. Eso, aunado a una mezcla de colores llamativa característica del estudio, hacen de la cinta algo con un toque especial, sumado a una interesante mezcla entre los estilos clásicos de occidente y el anime oriental le dan un aire distintivo que no habíamos visto antes en una cinta de Pixar.

El diseño del panda, Red, también es adorable. Si bien no es tan apegado a la imagen de esta especie animal en el mundo real, aquí se vuelve un alter ego interesante para Mei Lee que comienza a liberarla para encontrarse en el camino, ser quien es y dejar de lado esa complicada relación con su madre. Al lado de ella están sus mejores amigas, que sirven como contrapunto de lo que Mei está viviendo, tres chicas muy diferentes que viven la edad de la punzada a su manera pero que ayudan a que esta adolescente desatada comience a encontrar un balance, un camino por andar.

La historia se enfoca no sólo en esos cambios, sino también en esa relación tan complicada entre madre e hija, algo que remite en cierta forma a Valiente (2012), aunque esta vez se aleja del enfoque de princesas y la situación pareciera darse al revés de esa cinta. Aquí, Shi ahonda en esos vínculos entre ambas y cómo ese punto de conflicto se da generación tras generación, algo que pasa en todas las familias al enfrentar la adolescencia, ofreciendo un punto de vista interesante por parte de los adultos hacia los hijos y viceversa.

Es ahí donde Red adquiere una capa más enriquecedora que le añade más al tema, pues ofrece esta gama de posturas alrededor de la vida adolescente donde los conflictos surgen a partir del amor y no se muestra una familia perfecta, sino que se ahonda en las presiones sociales que, tanto adultos como jóvenes, de vez en cuando se encuentran y chocan en el afán de ser uno mismo, donde las prioridades y los puntos de vista se enfrentan en el duro proceso de crecer. Además, esto le da un carácter más personal al filme, pues Domee se inspiró en sus propias experiencias para crear lo que atraviesa Mei Lee.

Sin embargo, Turning Red maneja ese factor de cambio de manera optimista, abrazando esas diferencias como algo que nos hace únicos, ya sea por medio de un enorme panda rojo o por medio de un diálogo en que las generaciones encuentran una vía de aceptación similar al proceso de transición de la adolescencia, donde el hecho de crecer puede ser bestial. Así, Turning Red se convierte en una cinta colorida, llena de alma y un mensaje de unión familiar que se atreve a tocar temas tabú con simbolismos interesantes para que todos hablen de ello pero sobre todo, es un filme que encuentra lo mejor de dos mundos no sólo en su técnica de animación ni en las raíces de la directora, sino entre las generaciones.

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