La economía mexicana contemporánea presenta un fenómeno que, a primera vista, resulta paradójico y digno de un análisis académico profundo: la coexistencia de reportes oficiales de una alta recaudación de impuestos con expectativas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) prácticamente nulo para el año en curso y el siguiente, aunado a niveles persistentemente bajos de inversión pública y privada. Este escenario económico no solo plantea dudas sobre la eficacia de la política fiscal, sino que también enciende las alarmas sobre el riesgo inminente de una larga recesión o, en el mejor de los casos, un crecimiento a ralentí (despacio, muy despacio) estructural.
El aumento en la recaudación tributaria, a menudo destacado por las autoridades hacendarias, se explica en gran medida por la eficiencia recaudatoria y la ampliación de la base de contribuyentes, más que por un crecimiento orgánico y robusto de la actividad económica. Reportes recientes del Servicio de Administración Tributaria (SAT) confirman que los ingresos tributarios netos han alcanzado niveles históricamente altos como proporción del PIB, incluso sin la creación o aumento de impuestos directos e indirectos, y gracias a acciones de fiscalización y combate a la evasión.

No obstante, esta fortaleza fiscal no se ha traducido en un impulso significativo del PIB, cuyo crecimiento se mantiene estancado o con proyecciones marginales. Este desacople entre lo fiscal (recaudación) y la producción (PIB) sugiere que el modelo económico actual podría estar operando con severas restricciones estructurales que la sola materia fiscal no logra resolver.
En un contexto donde las expectativas de crecimiento futuro son bajas, las empresas reducen sus planes de expansión, lo que genera un círculo vicioso: baja inversión lleva a bajo crecimiento, lo que a su vez justifica una menor inversión futura.
El panorama actual sitúa a México en una encrucijada con dos posibles escenarios adversos:
Recesión económica extensa: la definición técnica de recesión implica una contracción del PIB real durante dos trimestres consecutivos o más. Aunque las proyecciones son de crecimiento bajo, no negativo, la fragilidad de la inversión y la demanda interna hacen que la economía sea altamente vulnerable a choques externos. Una desaceleración mayor en Estados Unidos o una crisis de confianza interna podrían precipitar una contracción prolongada.
Ó crecimiento a ralentí (Estenosis Estructural): este es el escenario más probable. Un bajo potencial de crecimiento (a tasas cercanas o inferiores al 2%) se convierte en la nueva normalidad. Este fenómeno se conoce como estancamiento secular o crecimiento “a la japonesa”, caracterizado por una alta disciplina fiscal que no se traduce en prosperidad generalizada debido a la falta de inversión productiva y reformas estructurales. Si bien se evita la recesión abierta, la ausencia de crecimiento per cápita significativo impide la mejora sustancial de los niveles de vida, empleo y reducción de la pobreza.
La alta recaudación, sin una correspondencia en inversión y gasto público eficiente, funciona más como un freno a la demanda agregada que como un catalizador del desarrollo. En la óptica keynesiana, el Estado debe utilizar el superávit fiscal (o al menos la capacidad recaudatoria) para estimular la inversión pública que “arrastre” a la privada. La ausencia de este engranaje productivo condena a México a navegar entre la recesión potencial y un estancamiento persistente.
*Mtro. Luis Alberto Güémez Ortiz / Universidad Panamericana (UP)