Si bien los grandes éxitos musicales en español de fines de junio de 1967 eran “Yo soy aquel” de Raphael y “Esta tarde vi llover” de Armando Manzanero, a miles de adolescentes mexicanos el tema no les importaba: lo relevante era que ese domingo 25, los Beatles estarían en vivo, en todas las televisiones del país. A las 2:45 de la tarde comenzaría la transmisión mundial de “Nuestro Mundo”, que enlazaría a 19 países, y que se estimaba sería visto por quinientos millones de personas. Cada país participante presentaría un segmento que hablara de lo que era en esos momentos. La gran expectación, también mundial, venía del hecho de que el segmento del Reino Unido se transmitiría desde los estudios de Abbey Road y John, George, Paul y Ringo interpretarían una pieza compuesta ex profeso para el suceso.
¿Y México? ¿Qué haría México? Con dos locutores a cargo, Pedro Ferriz Santacruz y León Michel, se planeó mostrar una combinación entre tradición y mirada al futuro: el ballet de Amalia Hernández ejecutaría bailes regionales en el Zócalo y en la Plaza de las Tres Culturas; en el Centro Médico La Raza, las cámaras transmitirían el nacimiento de un niño.
LA ENTRADA A LA GLOBALIDAD.Empezábamos a ser globales, y, una vez más, cosmopolitas: mientras la jefatura del Departamento del Distrito Federal garantizaba que todo vestigio prehispánico que se hallase en las excavaciones para la construcción del Metro “serían restauradas”, la vida en México empezaba a tener contrastes interesantes: el cantante de ranchero Cuco Sánchez se presentaba en un centro nocturno, y en un lugar similar, al mismo tiempo, el holandés Christophe, interpretaba su éxito “Aline” para los que miraban al mundo del pop de 1967.
Tiempos de transición se vivían en México: la prensa de aquella época daba cuenta de un happening protagonizado, entre otros, por José Luis Cuevas y Felipe Erenberg, retrataba a Elena Garro y a Carlos Monsiváis manifestándose ante la embajada boliviana, y éramos tan políticamente incorrectos que las mujeres que podían pagárselos, compraban en una tienda departamental elegantes zapatos de vestir con hebillas de carey.
Llama la atención que la transmisión de “Nuestro Mundo” no fuese nota de primera plana en la totalidad de aquella prensa que presumía de ser “nacional”. Muchos enviaron la información a las secciones de espectáculos, y en aquellas páginas se reproducía el anuncio que invitaba a los televidentes mexicanos a no perderse lo que llamaba “la primera transmisión histórica global titulada”.
“Nuestro Mundo” era, también, una excelente práctica para la televisión mexicana: al año siguiente tendrían lugar los Juegos Olímpicos de la Ciudad de México que se transmitiría por red de microondas. Era la modernidad que llegaba, y el retrato que México perfilaba de sí mismo al resto del orbe contenía las huellas de las piedras prehispánicas y los ecos del Son de la Negra, pero también delineaba un mundo que se antojaba pleno de oportunidades para los niños como Edmundo García Pérez, el bebé que trajo al mundo el médico Víctor Espinosa de los Reyes en el Centro Médico La Raza, entre los flashes de los fotógrafos, la voz de Pedro Ferriz Santacruz y una voz lejana, que venía del otro lado del mar, que aseguraba que todo lo que se necesitaba era amor.
LA MEMORIA, LA REFLEXIÓN MEDIO SIGLO DESPUÉS. Raúl Trejo Delarbre, columnista de Crónica y especialista en el análisis de los medios de comunicación, tenía 13 años en ese junio de 1967. Desde la memoria, detalla: “Fue un acontecimiento que interesaba mucho en la sociedad mexicana; nos congregamos ante el televisor, y al día siguiente lo comenté con compañeros de la escuela. Grabé en cinta magnética de audio el programa, porque desde entonces me interesaba lo que ocurría con los medios de comunicación, y en perspectiva, aquella transmisión fue la primera incursión de México en el mundo; la primera experiencia global; nos reconocíamos como ciudadanos de algo más grande que México. Fue la constatación de que éramos parte de ese mundo que empezaba a interconectarse”.
Pero en ese discurso festivo, Trejo apunta la nota crítica: “Era un discurso autocelebratorio, autocomplaciente; con una mezcla de reivindicación de valores mexicanos, muy nacionalista, y la apertura al mundo, con el nacimiento del niño. Pero el resto de las televisoras que operaron eran públicas. Solamente en México la tarea estuvo a cargo de una televisora privada, para empezar porque nuestra televisión pública, no estaba suficientemente desarrollada, y porque era una decisión del gobierno mexicano impulsar un modelo de televisión privada, en el que seguimos, de manera predominante, en la actualidad ”.
La huella más notoria, a través de estos cincuenta años, ha sido la imagen de los Beatles cantando “All you need is love”: “Ellos asumieron la importancia de participar con los primeros acordes del himno francés, con La Marsellesa; la música trascendía fronteras con un mensaje de paz mediante ese himno libertario”.
Víctor Roura, personaje del periodismo cultural mexicano y en particular del rock de nuestro país, comparte su recuerdo: “Para la época, ese segmento fue algo completamente contracultural. Todos los otros países presentaron segmentos que decían cosas como “vean el gran país que somos”, y la Gran Bretaña presentaba a unos tipos que decían “podemos cantar en orden, vestir como queramos, y a pesar de ello, nos van a televisar”. Estaba muy chavito, pero fue como haberlos tenido en la casa, como haberlos invitado. Me dejó contento, con la sensación de que el mundo estaba rodando bien… qué sabíamos entonces lo que iba a ocurrir después”.
Raúl Trejo y Víctor Roura coinciden: la imagen de México ante el mundo se volvería materia polémica un año después: “Por desgracia”, reflexiona Trejo, “La imagen que prevalecería al año siguiente sería de tragedia y asesinato”.
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