En Esta herida llena de peces, primera novela de Lorena Salazar Masso, nos adentramos en una historia tan sencilla en su premisa como profunda en su trasfondo: una madre sin nombre propio —apenas conocida como “Má”— viaja junto a su hijo adoptivo por el río Atrato, en el Chocó colombiano. Esta es una madre que carga una culpa ancestral y que, sin embargo, ha sostenido y amado a este niño como suyo durante cinco años, desde que su verdadera madre —una mujer negra agotada por la maternidad y la pobreza— decidió entregarlo en sus brazos sin mayor explicación.
La narradora nos invita a un viaje que es, a la vez, geográfico y emocional. Por un lado, recorremos junto a la canoa los meandros del río Atrato, que es a su vez una arteria que conecta comunidades, traumas, resistencias y un modo particular de habitar la tierra. Por el otro, asistimos a los temores, culpas y afectos que brotan desde lo más profundo del corazón de esta mujer que, a medida que navega, parece ir desprendiéndose de las certezas que creía tener sobre su maternidad.
La prosa que Salazar despliega es pausada, envolvente y profundamente poética. Cada capítulo es como una nueva orilla en la que detenerse a contemplar, a escuchar el sonido del agua, a oler la vegetación que rodea la canoa. Su ritmo es sosegado, como el del propio río que los conduce:
“El río es testigo de llantos y sangre, nacimientos y muertes, salidas y llegadas. Los ríos del Chocó, otra forma de habitar la tierra: las canoas también son casas, puestos de trabajo y escondites. Por el río comenzamos a perder esta tierra.”
En esta historia no solo es el agua quien fluye entre las páginas, también las reflexiones sobre la maternidad que aparecen una y otra vez en imágenes poderosas. La autora describe a la madre como una cáscara que encierra y protege, pero que también puede herirse y abrirse para que el hijo, como una semilla, encuentre su propio lugar en el mundo:
“Una madre es una cáscara. Guarda la semilla, cubre, protege, se abre para que salga el fruto. La madre tiene al hijo adentro, el hijo tiene a la madre alrededor. El niño es un brote que sembraron junto a mí, en la misma maceta, hace algunos años.”
(Salazar Masso, Lorena. Esta herida llena de peces, p. 91)
Al tiempo que la protagonista se enfrenta a su viaje personal, la novela explora también el trasfondo racial y social del territorio que atraviesa. “Má” es blanca y ha sido, sin planearlo, sostenida y cuidada por mujeres negras que la han cobijado como a una hija más del río. Sin embargo, nunca deja de cuestionarse su lugar entre ellas, sintiéndose por momentos una intrusa en un entorno donde el color de la piel, la historia y la tierra pesan tanto como la corriente del Atrato.
En paralelo a este viaje íntimo, Salazar entreteje con sutileza los signos del conflicto armado colombiano que permean la región. Al principio son solo rumores lejanos: disparos que se pierden entre los árboles, humo en la distancia, palabras entrecortadas que se transmiten entre pueblos ribereños. Pero, a medida que la canoa avanza, la violencia deja de ser un eco para convertirse en una amenaza palpable. La historia del río es también la historia de los desplazamientos, del dolor que ha dejado el paso de paramilitares y guerrillas, y del miedo que impulsa a las personas a seguir moviéndose, a no quedarse nunca en un solo lugar.
En Esta herida llena de peces, la autora nos enfrenta a la contradicción entre la belleza del paisaje y la crudeza de la historia que lo atraviesa. La selva y el agua son un hogar, pero también una trampa; la maternidad es amor y sacrificio, pero también una herida que nunca termina de cerrarse. A través de una voz narradora que late entre la ternura y la melancolía, Lorena Salazar Masso nos entrega una historia donde la memoria, la raza, el territorio y la búsqueda de la propia identidad confluyen en un viaje que es tan físico como espiritual.
En definitiva, esta novela es una invitación a embarcarse en una travesía por los sentimientos más profundos, por los vínculos que nos constituyen y por los paisajes que nunca se nos borran. Salazar logra que cada párrafo resuene como el murmullo del río: poderoso, continuo y siempre en movimiento.