Cronomicón

Hoy agradezco poder abrazarla, verla reír, volver a brillar, seguir, uno a uno, los pasos de su lucha.

De rosa, no tiene nada

. El color rosa no alerta lo suficiente, no asusta lo suficiente.

Arrancamos octubre, el mes en el que todo se pinta de rosa. Vemos listones, carreras, campañas, empresas y gobiernos unidos en torno a una misma causa: la lucha contra el cáncer de mama.

Pero hoy quiero dedicar esta columna a una de mis mejores amigas, una de esas hermanas que no son de sangre, pero que la vida te regala y que por poco la misma vida casi me la arranca.

Crecimos juntas, hemos estado una al lado de la otra desde el kínder, y desde entonces nunca nos hemos separado.

Además de poseer una belleza externa obvia, posee una belleza interior aún mayor: una fe inquebrantable, una fortaleza serena y una forma de amar la vida que ilumina todo lo que toca.

A través de ella entendí muchas cosas, y fue de ella de quien escuché una frase que nunca se me olvidará:

“El cáncer de mama, de rosa, no tiene nada.”

Cuando me enteré, por ella misma, no podía creerlo. No supe cómo reaccionar.

Unos días después me invitó a acompañarla a que le cortaran su larga cabellera, y una trata de hacerse fuerte, de sonreír, de llevar flores, de hacer más liviano un momento que parece tan superficial, pero que en realidad es el primer paso para prepararse a ir a una batalla enorme.

Una lucha que, por más amor y compañía que reciba, es solo suya, y de nadie más.

Ella logró salir adelante. La lucha no es de todas, es de ella, y de nadie más.

De la mano de Dios, de su familia, de los doctores y de todo el amor que la rodea.

Rara vez habla públicamente de todo lo que vivió, porque en realidad ella es mucho más que esa parte de su historia.

El cáncer no la define, jamás lo hará.

Hoy agradezco poder abrazarla, verla reír, volver a brillar, seguir, uno a uno, los pasos de su lucha.

Ella es un recordatorio de que la vida puede renacer incluso después de los días más oscuros.

Platicando con ella, me dijo algo que me rompió y me iluminó al mismo tiempo.

Me habló de cómo la mercadotecnia alrededor del cáncer de mama parece, a veces, como si se tratara de jugar a las Barbies, todo rosa, todo perfecto, todo bonito.

Pero la realidad, me dijo, no tiene nada de eso.

El color rosa no alerta lo suficiente, no asusta lo suficiente.

La publicidad no te muestra una mastectomía, no te muestra el miedo, el vacío ni el silencio después del diagnóstico.

Porque ese color no siempre es rosa, es gris.

Gris como los días sin energía, como el espejo después de la cirugía, como el duelo silencioso por una parte de ti que ya no está.

Y luego me dijo algo que se me quedó tatuado: nace una nueva versión de ti, porque no te queda de otra.

Una versión más empática, más sencilla, una que deja atrás hábitos, rutinas, incluso cosas que antes hacían feliz, pero ahora hacen daño.

Una versión que aprende a darle valor a lo que de verdad importa: la vida, la familia, las amigas, las pocas que se quedaron.

Porque en ese proceso también se va mucha gente, pero se queda solo lo bueno,

y dejar ir lo que uno creía bueno, duele, duele mucho.

Y pienso que a veces las campañas se quedan cortas, porque no basta con vestirnos de rosa, subir una foto o correr una carrera.

El verdadero propósito de este mes debería ser que todas vayamos a revisarnos, que lo hagamos a tiempo y con tiempo, y que animemos a nuestras amigas a hacerlo también.

Así como nos motivamos a entrenar juntas, a correr kilómetros en una carrera, deberíamos animarnos a correr hacia la prevención, hacia el chequeo, hacia la vida.

Porque sí, octubre es rosa.

Pero el cáncer, de rosa, no tiene nada.

A ti, mi hermana del alma, por recordarme que la fe también cura.

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