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El nombramiento de la primera mujer arzobispo de Canterbury y la reacción del clero conservador anglicano: ¿temprano para hablar de cisma?

El pasado 3 de octubre se suscitó un hecho que quedará inscrito en la historia del anglicanismo: Sarah Mullally, obispa de Londres, fue anunciada como la próxima arzobispa de Canterbury.

Sarah Mullally, obispa de Londres, fue anunciada como la próxima arzobispa de Canterbury

La cabeza de la Iglesia de Inglaterra, desde los tiempos del cisma de Enrique VIII, es el monarca inglés; y en el ámbito religioso, el “primero entre los episcopios” —el primero entre pares— es el arzobispo de Canterbury. Dicho cargo no es equiparable al del papa, pues está subordinado al monarca; sin embargo, entre los clérigos anglicanos representa la figura de mayor relevancia y dignidad.

Antes de su ordenación sacerdotal, Mullally se desempeñó como enfermera, profesión en la que destacó al convertirse en la jefa de enfermería más joven de Inglaterra. De activismo social temprano, la nueva arzobispo se ha posicionado como una mujer progresista, defensora de las causas feministas y de los colectivos LGBTQ+. Punto a su favor o en su contra, sus banderas ideológicas la confrontan, sobre todo, con los obispos anglicanos de África.

Cabe señalar que un clero femenino en la Iglesia anglicana no es novedad: desde 1994 ha ordenado mujeres sacerdotes y, en 2015, a su primera obispa. Lo que sí constituye una auténtica revolución es la elección de Mullally como arzobispo de Canterbury, cargo que antes de ella ocuparon 105 hombres, siendo el primero san Agustín en el año 597.

Su nombramiento no es menor si atendemos a los fríos números: la Comunión Anglicana agrupa a unos 85 millones de fieles repartidos en 165 países. Cierto es que está muy por debajo de la Iglesia católica, con sus mil trescientos millones de feligreses, y que, a diferencia de esta, cada iglesia nacional tiene su propio líder; sin embargo, pese a su autonomía, todas reconocen la prevalencia del arzobispado de Canterbury como un factor de unidad.

Esa unidad, durante el nuevo milenio, se ha visto un tanto vulnerada por el surgimiento, al interior del anglicanismo, de movimientos disidentes de postura conservadora, como la Conferencia Global del Futuro Anglicano (GAFCON). Este movimiento global, originado en 2008 en respuesta a disputas teológicas internas, agrupa a un número considerable de fieles: se estima que representa aproximadamente a 48.9 millones de anglicanos activos.

Es un dato destacable que, al igual que el rey de Inglaterra, la Iglesia católica dio la bienvenida al nombramiento de Mullally. El Vaticano, a través del cardenal Kurt Koch, prefecto del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, expresó: “Rezo para que el Señor los bendiga con todos los dones que necesitan para el ministerio tan exigente al que ahora han sido llamados, equipándolos para ser un instrumento de comunión y unidad para los fieles entre los que servirán”.

Sarah Mullally, obispa de Londres, fue anunciada como la próxima arzobispa de Canterbury

Este gesto del Vaticano no anula, sin embargo, que entre ambas iglesias persistan diferencias de momento irreconciliables en temas como la bendición de matrimonios igualitarios o el sacerdocio femenino.

Quienes no tuvieron miramientos diplomáticos en su desazón por el nombramiento de Mullally fueron los obispos anglicanos que encabezan la GAFCON. Este movimiento de corte conservador, que incluye arzobispados como los de Nigeria, Ruanda y Uganda, ha sostenido desde su fundación la defensa de la ortodoxia anglicana frente a las corrientes progresistas apoyadas por Mullally.

Sobre ella y su investidura, uno de los líderes de GAFCON, el reverendo Laurent Mbanda, actual arzobispo y primado de la Iglesia Anglicana de Ruanda, señaló: “Aunque hay algunos que darán la bienvenida a la decisión de nombrar a la obispa Mullally como la primera mujer arzobispo de Canterbury, la mayoría de la Comunión Anglicana todavía cree que la Biblia requiere un episcopado solo para hombres”.

A este cuestionamiento añadió una advertencia que encendió las luces rojas sobre la cohesión del anglicanismo: “Su nombramiento hará imposible que el arzobispo de Canterbury sirva como foco de unidad dentro de la Comunión”.

Como ya se mencionó, GAFCON se fundó en 2008, en Jerusalén, cuando las posturas progresistas y neoconservadoras dentro del anglicanismo comenzaron a polarizarse. En sus inicios agrupó principalmente a episcopados africanos y asiáticos que manifestaron su oposición a la ordenación de obispos y sacerdotes abiertamente homosexuales, como sucedía en algunas provincias, entre ellas la Iglesia Episcopal de Estados Unidos.

Sarah Mullally, obispa de Londres, fue anunciada como la próxima arzobispa de Canterbury Canterbury (United Kingdom), 03/10/2025.- Dame Sarah Mullally delivers a speech after being named the first woman Archbishop of Canterbury in the Church of England's nearly 500-year history at Canterbury Cathedral in Canterbury, Britain, 02 October 2025. The Archbishop of Canterbury is the head of the Church of England and the spiritual leader of the worldwide Anglican faith. Mullally becomes the 106th Archbishop of Canterbury following the resignation of her predecessor, Justin Welby, in November 2024 over his failure to report prolific child abuser John Smyth. (Reino Unido) EFE/EPA/NEIL HALL (NEIL HALL/EFE)

Estas divergencias, orientadas hacia el conservadurismo, pretendían inicialmente reencauzar al anglicanismo hacia una observancia más tradicional de las Sagradas Escrituras, sin implicar —en ese momento— una fractura o cisma. Sin embargo, el movimiento se ha distanciado y radicalizado cada vez más. En la Conferencia de Kigali de 2023, GAFCON declaró que “la Iglesia de Inglaterra ha fallado en su deber de defender la verdad bíblica”, tras la decisión de bendecir las uniones del mismo sexo.

El desafío que plantea GAFCON debe tomarse en serio. El movimiento representa a casi el 60% de los anglicanos; algunas de sus provincias, sobre todo en África y Asia, en franca rebeldía, ya han anunciado su ruptura con Canterbury y buscan reorganizar el anglicanismo bajo un liderazgo más fiel a la ortodoxia. Ese liderazgo, es evidente, no lo ven representado en la arzobispo Mullally.

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