El convite
El primer domingo de julio, al amanecer, reina una paz total. Las familias descansan y, desde las cocinas, comienzan a brotar los aromas del café, el menudo, la barbacoa y las carnitas. A lo lejos, se escucha el silbido de los instrumentos de viento, tamborazos y cantos: es la señal del comienzo. Se vive “el convite”, el arranque oficial de los preparativos para la fiesta grande. Una banda de viento tradicional recorre las calles de los barrios para anunciar el inicio de las fiestas de agosto en honor a la Virgen de la Asunción y solicitar la cooperación de la comunidad. Este despliegue fusiona el folclore mexicano con canciones como “El toro mambo”, “El son de la negra”, “La del moño colorado” y “Dios nunca muere”. La fe se hace tangible en la emoción de los habitantes, que esperan con ansias la próxima bajada de la Madre de Dios.

La Bajada
Muchos templos dedicados a la Virgen de la Asunción comparten un rasgo característico: su imagen se encuentra en lo más alto del altar mayor, flanqueada por sus padres, Santa Ana a la derecha y San Joaquín a la izquierda. A su vez, el altar incluye representaciones de los pilares de la Iglesia: San Pedro, “la roca” sobre la cual Cristo fundó su Iglesia, a la derecha, y San Pablo, el “Apóstol de los Gentiles”, a la izquierda.
El 1º de agosto se celebra “la bajada de la Virgen”, un acto cargado de simbolismo y espiritualidad. En este instante sublime, la imagen es descendida desde lo alto del altar hasta el nivel de la comunidad. Grupos de hombres y jóvenes se encargan de bajarla con sumo cuidado. Es un momento esperado durante todo el año, un reencuentro con la Madre. La imagen, ataviada con flores, es llevada en peregrinación, ya sea cargada en hombros o en un carro alegórico bellamente ornamentado. A su paso, los fieles la reciben con pétalos, confeti, cantos y lágrimas. La Madre de Dios ha bajado del cielo para caminar entre su gente. Así da inicio la gran fiesta.
La entrada de ceras
15 días de entradas de cera, bateas y peregrinaciones. El trueque, rito ancestral, ha perdurado en la cultura mexicana, entrelazándose con la tradición católica. Durante la colonia, una de las ofrendas comunes eran las velas, lo que dio origen a la entrada de cera. Esta celebración comunitaria se extiende durante quince días, en los que los barrios y sectores llevan enormes velas (ceras) de un metro, símbolo indígena del fuego y la vida, ahora transformado en expresión barroca de fe. Las bateas, estructuras portadoras de estas candelas, se decoran con flores, listones, imágenes religiosas y figuras esculpidas en cera. Carros alegóricos, danzantes, bandas musicales, estandartes y marmotas acompañan la peregrinación. Cada mañana inicia con el rosario de aurora.
La Dormición
La Dormición o Virgen del Tránsito Dentro del quincenario, el 13 de agosto se celebra la fiesta de la Dormición o Virgen del Tránsito, una fecha poco conocida pero profundamente significativa. Según el dogma católico, María no muere, sino que es llevada al cielo en cuerpo y alma. En esta celebración, se presenta una imagen de la Virgen dormida, rodeada de manzanas y flores: las primeras simbolizan la redención del pecado original; las segundas, la pureza y el amor. Al mediodía se celebra la misa de la Dormición, y por la tarde, la Virgen sale en procesión, con un halo de recogimiento y folclore.

La fiesta grande
La fiesta grande El 15 de agosto, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Asunción. Desde la madrugada, la comunidad se reúne para cantarle las mañanitas a la Virgen con mariachi, coros o simplemente con su propia voz. El rosario de aurora convoca a cientos de personas y, al terminar, se comparte una reliquia: pan, tamales, atole o café. Por la tarde, la entrada de cera principal reúne a toda la comunidad. Las calles se llenan de procesiones, bandas, marmotas danzantes, danzantes tradicionales, carros alegóricos y una misa solemne oficiada por autoridades eclesiásticas. Por la noche, una gran verbena popular enciende el corazón del barrio: toritos, castillos de pólvora, cohetes y campanas celebran a la Virgen, quien sale a contemplar el cielo iluminado. La jornada cierra con la esperanza del reencuentro en “la octava”.
La Octava
La octava Ocho días después, el 22 de agosto, se celebra “la octava”, una tradición del calendario litúrgico que marca simbólicamente la subida de la Virgen. La imagen es retirada del altar terrenal donde ha permanecido durante las festividades y es llevada de nuevo a lo alto del altar mayor. Se celebra una misa de despedida, entre repiques de campanas y estallidos de cohetes. La comunidad, entre lágrimas y sonrisas, agradece y guarda la esperanza del siguiente año.
Reflexión Esta nota nace desde lo más íntimo de mi memoria. Las fiestas de la Virgen de la Asunción en el Barrio de Tlaxcala, San Luis Potosí, han sido parte de mi vida. Me honra compartirlas con ustedes y hacerlo con profundo respeto. Al igual que en mi barrio, esta celebración también se vive con gran fervor en Nochixtlán, Oaxaca; Jalostotitlán y Zacoalco de Torres, Jalisco; Chilcuautla, Hidalgo; y Santa María del Río, San Luis Potosí. Queridos lectores, ha sido un privilegio abrirles una ventana a mi corazón, a mi historia. Les invito a sumarse a las fiestas patronales, que son herencia viva de nuestro país. Que nunca falte ese rayo de luz en su corazón. Hasta la próxima.

*Por Jorge Alejandro Peña Landeros / Director de Biblioteca / Universidad Panamericana