
A finales de julio comenzaron a operar los primeros tramos piloto que, según la Secretaría de Movilidad, buscan evaluar la reducción de carriles y el impacto en la circulación antes de la ejecución completa del proyecto.
El inicio oficial de la prueba determinó un carril confinado de arranque en Lucas Alamán con alrededor de 1.5 kilómetros abiertos a usuarios. La ruta oficial, bautizada por el gobierno como “La Gran Tenochtitlán”, pretende llegar hasta el Estadio Azteca y enlazar el Zócalo con el sur de la ciudad en un corredor ciclable que, en su diseño general, suma poco más de 30 kilómetros.
Para la administración capitalina, la ciclovía forma parte de un paquete de obras e intervenciones —entre ellas la llamada calzada flotante y la recuperación de bajo puentes— que pretenden modernizar la movilidad y ofrecer alternativas sostenibles ante la llegada de grandes eventos internacionales.
Las autoridades enfatizan que la red incluirá circuitos transversales y estacionamientos para bicicletas con el objetivo de integrar el sistema al tejido urbano.
Expectativa ciudadana
En la colonia Álamos y tramos aledaños, vecinos han visto con interés la posibilidad de trayectos más seguros para quienes usan la bicicleta. Con anterioridad, cientos de ciclistas recorrieron y conocieron la ruta en las pruebas iniciales.
Al mismo tiempo, asociaciones vecinales y usuarios han planteado preocupaciones prácticas: accesos al transporte público adaptados, riesgo de encharcamientos en tramos mal drenados, convivencia con el comercio informal y la conducta de algunos automovilistas.
Vecinos de alcaldías cercanas han difundido propuestas concretas, como limitar velocidades, mejorar el cruce peatonal y mantener reuniones informativas con las autoridades para ajustar el proyecto.
Opinión de especialistas
Los especialistas en movilidad han celebrado la intención de ampliar la infraestructura ciclista, pero llamaron la atención sobre condiciones técnicas y sociales que determinarán el éxito o fracaso de la obra.
Un sector de expertos considera viable la idea de carriles confinados y calzadas peatonales elevadas, pero advierte que la intervención debe garantizar continuidad, accesos en nivel y opciones para quienes realizan viajes intermodales.
Otros expertos han puesto en el centro del debate el riesgo de aceleración de procesos de revalorización urbana —gentrificación— que suelen acompañar grandes obras de imagen y mejora urbana, lo que requeriría políticas de vivienda y comercio para proteger a residentes de largo plazo.
“Desde la perspectiva del diseño urbano, una ciclovía de la magnitud anunciada tiene potencial para transformar patrones de viaje y recuperar espacio público si se diseña con continuidad y criterios de seguridad vial”, explicó el arquitecto Sergio Pacheco a este periódico.
“Es fundamental que los cruces con transporte público estén claramente señalizados y se habiliten plataformas de espera seguras, y que el drenaje y el mantenimiento sean parte del proyecto desde su etapa de diseño. Además, la integración con la trama local —ciclovías transversales, estacionamientos seguros y accesos a centros de trabajo y educación— determinará si la obra beneficia de verdad a las comunidades por las que pasa”.
Retos y preguntas pendientes
El calendario oficial plantea plazos que buscan dejar avance visible antes del Mundial del 2026 y la administración ha iniciado licitaciones y reacomodos viales.
Sin embargo, las preguntas sobre la operación diaria continúan: ¿cómo convivirán los autobuses concesionados con el nuevo confinamiento de carriles?, ¿qué medidas concretas habrá contra el comercio en la vía?, ¿cómo se vigilará la seguridad de las y los ciclistas frente a conductas imprudentes?
Los propios ciclistas y vecinos señalan que las pruebas piloto deben traducirse en ajustes técnicos permanentes y en una estrategia de comunicación que minimice conflicto y maximice uso responsable.