
Los manifestantes de la marcha del 2 de octubre iniciaron la protesta con la finalidad de acabar con los agentes de la Policía de la Ciudad de México, con cualquiera que portara un uniforme de autoridad.
Desde que comenzó la llegada de los colectivos a la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, así como al Eje Central Lázaro Cárdenas, los colectivos de estudiantes, personas en contra de violencia en los planteles de escuelas públicas, madres buscadoras y en apoyo a Palestina, no gritaban frases hacia el repudio gubernamental de que hace 57 años, las autoridades ordenaron a asesinar a jóvenes que les resultaba incómodos y de manera arbitraria y sangrienta, terminaron con sus vidas.
Esta vez, el odio y la visibilización de la manifestación se transformaron en la destrucción de los objetos, bienes, automóviles e inmuebles, así como a insultar y agredir a los policías cuyo trabajo es contener la movilización y proteger el derecho a la protesta de todos.
Nadie gritaba para recordar la memoria de los fallecidos, sus logros a favor de la comunidad estudiantil quedaron de lado, los carteles también los dejaron atrás, las banderas que en años pasados mostraban los escudos de la UNAM y el Politécnico, no se ondeaban
Por el contrario, los gritos solamente estaban dirigidos a denostar el trabajo de los policías, golpearlos con martillos, destrozar sus escudos y gritarles frente a su cara que su labor no debería de existir.
La marcha comenzó a las 16:15, casi en silencio, las únicas voces que se escucharon fue durante la presentación del nombre de los colectivos, pero después, en el recorrido hacia el Zócalo, conversaban entre sí; en los bajo puentes no retumbaron los gritos de los alumnos y de la sociedad civil.
En el camino, los habitantes de la colonia Guerrero les gritaban desde los balcones y ventanas insultos a los manifestantes que de nada sirve destrozar el mobiliario, pues los únicos afectados son ellos.
Los protestantes les respondían con señas obscenas y les decían que eran parte del problema. Su primer objetivo fue saquear y destruir una tienda de autoservicio, aún con los empleados dentro, lanzaron martillazos a los anaqueles y guardaron en sus mochilas toda la comida que se encontraban.
Otros vecinos aprovecharon para robar productos, otros comían lo que acababan de robar.
Su segundo blanco fue una tienda de pinturas, también fueron destruidas y derramadas en el suelo.
Después, en el Centro del Eje Central no encontraron locales que destruir, por lo que en silencio siguieron su ruta.
Al llegar al Zócalo se tornaron violentos, lesionar a los policías era su única meta. Rápidamente los agentes resultaron con graves quemaduras y fuertes golpes en la cabeza, momento en que las ambulancias no se daban abasto, los más graves eran atendidos en el Zócalo.
Un policía con las piernas quemadas caminaba solo, en su desesperación por huir del humo y que más partes de su cuerpo no fueran atacadas. Otro no podía subirse a la banqueta porque un golpe en su cabeza no desorientó
Hacia los transeúntes y medios de comunicación también fueron los ataques, los fotógrafos que se atrevían a capturar los golpes a las cortinas de las tiendas, lo amagaban con martillos o les causaban heridas en los ojos y cara, con instrumentos punzocortantes y pesados, sin importarles que realizaban su trabajo y no se podían defender.
Los manifestantes les impedían el paso a los paramédicos y fotógrafos, para bloquear su paso, abrieron las coladeras para que cayeran por ese pozo, y que en la profundidad de más de cinco metros, no entorpecieran su marcha.
Otros objetos que les resultan “incómodos” como los postes de botones de auxilio y bicicletas aparcadas en los árboles y rejas, también fueron destruidos.
Algunos solidarios rodeaban las coladeras para que no cayeran y desesperados buscaban en los alrededores las tapas.
La pintura robada en COMEX también fue derramada, hecho por el cual varios cayeron y se lesionaron. Las joyerías las abrieron, aún cuando los empleados estaban adentro, sin piedad arrojan latas y piedras al suelo.
En el ambiente el olor a humo predominaba, fotógrafos y reporteros no podían ver por el gas que les arrojaron al rostro.
El único momento de felicidad llegó cuando abrieron una cortina de una tienda autoservicio en el cruce de Plaza de la Constitución y saquearon los alimentos y los arrojaron a los asistentes, todos aplaudieron, comían lo que se robaron, fue el único tiempo de la movilización cuando los inconformes se sintieron orgullosos, se unieron y aplaudieron, ahí ya nadie recordaba a los estudiantes asesinados hace 57 años.