
En una jornada electoral marcada por el desgaste de los partidos tradicionales y el avance de la ultraderecha populista, Reform UK logró este viernes una victoria simbólica pero explosiva al imponerse en la elección parcial de Runcorn & Helsby, una circunscripción del noroeste de Inglaterra que hasta hace 10 meses era un bastión sólido del laborismo.
Con apenas seis votos de diferencia, su candidata Sarah Pochin arrebató el escaño a los laboristas, en una región donde el partido de Keir Starmer había duplicado en votos a los de Nigel Farage el año pasado.
El triunfo se gestó en medio del hartazgo social, alimentado por los recortes al gasto social, la llegada de migrantes irregulares a hoteles gestionados por el gobierno y el desencanto general con una izquierda que ya no convence a su base histórica.
El detonante inmediato fue el escándalo protagonizado por Mike Amesbury, exdiputado laborista condenado a prisión por agredir brutalmente a un ciudadano, lo que obligó a convocar esta elección parcial.
“Hoy hemos hecho historia”, proclamó Sarah Pochin al conocer los resultados. “Los votantes han hablado y lo han hecho con valentía. Nigel Farage es un líder que no se ha rendido y está dispuesto a recuperar este país”.
Mapa político en reconfiguración
Reform UK, un partido nacido del brexitismo radical y que muchos daban por marginal tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea, ha demostrado tener una base creciente entre los sectores más desencantados.
El recuento de votos del jueves, que incluyó elecciones locales en un tercio de Inglaterra, ha dibujado un mapa político fragmentado donde Reform UK no solo logró un nuevo diputado, sino que también se alzó con la alcaldía de Greater Lincolnshire, su primer bastión ejecutivo. “Pulgada a pulgada, vamos a devolverle al Reino Unido su gloria. Nigel será primer ministro”, exclamó Andrea Jenkyns, nueva alcaldesa y rostro ascendente del movimiento.
El partido Laborista logró retener tres alcaldías importantes —North Tyneside, West of England y Doncaster— pero en todas ellas Reform UK quedó peligrosamente cerca, consolidando su papel como amenaza a ambos bloques históricos.
Starmer en la cuerda floja
Desde el Partido Conservador, reducido a escombros electorales tras haber perdido la mayoría de los 1.000 cargos que defendía, se ha buscado reconducir la narrativa apuntando a la fragilidad del gobierno laborista. “Starmer ha perdido un escaño que hace diez meses ganó con el 52 % de los votos.
Su liderazgo no conecta con la calle”, denunció un portavoz conservador. El episodio violento del exdiputado Amesbury ha servido de excusa para subrayar la supuesta “degradación moral” del laborismo.
La derrota de Starmer en Runcorn no solo hiere su imagen, sino que prende las alarmas sobre el riesgo de que el voto obrero, históricamente fiel al laborismo, vire con decisión hacia opciones de extrema derecha populista.
Las políticas del Gobierno, que incluyen recortes a ayudas para discapacitados y jubilados, no han hecho más que abonar el terreno a Farage.
La implosión de los partidos tradicionales —uno por inacción, otro por incoherencia— ha colocado a Reform UK en una posición inusitada: la de alternativa real de poder.