
El temido anuncio de Donald Trump de una inminente invasión terrestre de Venezuela nunca llegó, con el consiguiente alivio momentáneo del régimen de Nicolás Maduro y de quienes consideran una locura una invasión, que pese a todo podría ocurrir en cualquier momento, ya que el factor sorpresa en una misión bélica es una ventaja.
En vez de anunciar una declaración de guerra, como aseguró que haría el periodista Tucker Carlson, Trump se centró en atacar a sus blancos habituales, su antecesor, el presidente demócrata Joe Biden, y su obsesión: los inmigrantes.
“Nuestro país era motivo de burla en todo el mundo, pero ya no se ríen. En los últimos 11 meses hemos logrado más cambios positivos en Washington que cualquier Administración en la historia de Estados Unidos. Nunca ha habido nada igual”, dijo Trump en el arranque de su discurso de logros, tan exagerado y falso que suena a mediocre, si se cotejan con los datos económicos, tras casi un año de mandato del republicano: presión inflacionaria y mediocre creación de empleo.
Ante la terquedad de los datos, Trump fue a lo seguro: bulos sobre la criminalización de los inmigrantes y del anterior gobierno.
“Biden inundó ciudades y pueblos con inmigrantes en situación irregular y liberó a delincuentes violentos que pusieron en riesgo a personas inocentes”, declaró, sin aportar pruebas.
Según el presidente, su gobierno republicano prioriza a los ciudadanos “respetuosos de la ley y trabajadores” y representa un “cambio radical” frente a lo que describió como años de descontrol migratorio.
Seguidamente, aseguró, contra lo que anuncian los datos duros, que “los salarios están subiendo más rápido que la inflación” y que los precios de muchos servicios y productos se han reducido.
En sus 18 minutos, Trump estaba incómodo, como si fuera consciente de que su discurso no iba a entusiasmar porque su promesas no llegan, por mucho en que insistió en que su palabra favorita es aranceles.